Las vidas que no viví

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Siempre supe que era un genio, pero nunca logré imaginar el potencial de mis cualidades hasta que morí. Morir con 67 años no está mal después de tanto trajín y oportunidades que desperdicié, terminar con 67 años enseñando matemáticas a universitarios está bastante bien. Desde pequeño se me dieron bien los números, eso me hacía sentir superior, al parecer saber usar el seno y el coseno junto con fórmulas raras era algo impropio de la sociedad promedio, por eso siempre estuve dispuesto a brindar explicación después de clases al que la necesitara. Con 16 años ya tenía un plan de vida... ¡vaya plan!

Me gradué con honores del colegio, busqué rápidamente una carrera de ingeniería, ya que allí podía explotar toda mi habilidad para las matemáticas. Me inscribí a una universidad de una ciudad vecina, me aceptaron e inmediatamente me mudé a una habitación cercana, dejar mi familia fue importante para aprender a valorar las cosas. Los primeros semestres de Ingeniería industrial fueron de perlas, las notas excelentes, tuve un par de romances, y nunca faltaron las noches de rumba con un círculo social que se habían convertido rápidamente en una nueva familia. La universidad me parecía fantástica, no solo por el ambiente, sino por sus espacios verdes, su filosofía y sus habituales fiestas de pascua que hacían sacar lo mejor de todas las facultades permitiendo un ámbito social único, sin duda la mejor época de mi vida. Además, estuve en un momento de forma increíble, yendo inclusive a representar a la universidad en un par de torneos de futbol. Sin embargo, al terminar 5° semestre perdí el rumbo cual capitán sin brújula, me inundó un aire de desánimo y una desconexión con la carrera, las notas fueron decreciendo drásticamente, la vida nocturna me consumió, perdí total compromiso con el deporte, las clases no eran igual... Así que decidí hacer un cambio de aires, una renovación. 

Regresé con 20 años de edad a la tierra que me vio crecer, estaba igual que cuando lo abandoné: las calles anchas y sucias y las palomas en el paisaje acompañadas por la bola de fuego que convertía las tardes del pueblo en un verdadero horno. Aún permanecía el ambiente de felicidad en mi barrio, compuesto por cuatro entradas angostas donde los niños veían mil posibilidades para jugar. Mi casa se situaba en la mitad de la segunda entrada, una casa de dos pisos como las demás. 

Lo que en mi mente sonaba como "6 meses para recargar energías" se convirtieron en 6 años acompañando a mi madre en los quehaceres del hogar. Me levantaba temprano para regar las 27 plantas que componían el antejardín más selvático del barrio, después agarraba el trapero para dejar brillando las baldosas de toda la casa. Posteriormente mataba tiempo leyendo clásicos de la literatura, entre más leía más me sonaba en la cabeza la idea de escribir un libro, pero sabía que sería una pérdida de tiempo. Las tardes durante estos seis años fueron muy aleatorias, unas veces ganaba un poco de dinero dando clases particulares de matemáticas, otras veces ayudaba a mi prima a diseñar dibujos para publicitar su modesto negocio de ropa, siempre decía que era muy creativo, y en verdad alcancé a diseñar pósteres realmente llamativos, me ofreció trabajo como su diseñador, pero no quería salir de mi zona de confort y explorar retos como ese y fracasar. Lo peor de estos 6 años era cuando llegaba la noche, solos mi conciencia y yo, pensando en el porvenir. Durante estas interminables noches se me llegó a ocurrir volver a la carrera, pero la descarté rápidamente; también se me vino a la mente tocar en un bar por las noches, tal vez Rock, y es que de pequeño siempre se me dio muy bien la guitarra... Al final de cuentas con 26 años empecé un par de cursos virtuales de diseño y marketing y decidí dejar nuevamente el pueblo en busca de trabajo.

Me fui a vivir a una gran ciudad donde conocí a una gran compañera de vida. Las cosas se pusieron un poco cuesta arriba, conseguí un buen empleo como asistente de una planta de producción a las afueras de la ciudad. Una vez al mes visitaba a mi madre y volvía a respirar el aire del pueblo que me hacía acordar de mis tiempos juveniles, sin preocupaciones, sin responsabilidades. Cuando cumplí los 40 años, mi novia y yo nos fuimos a vivir juntos a un bonito apartamento. Durante esta instancia de mi vida no tuve reproche alguno, tal vez no tuve tiempo de hacer mucho ejercicio y mi figura decayó un poco, pero mi sabiduría seguía intacta y en aumento, inclusive tuve una oferta de trabajo en el exterior: una como diseñador gráfico, pero no iba a abandonar la rutina y vida que tenía... que idiota, evidentemente ésta dicha no duró mucho. Mi madre murió de cáncer a los pocos años, mi novia me dejó por un tipo con muchísimo dinero, perdí el empleo por la crisis que tuve después de perder a mi chica, empecé a sufrir del corazón y dolores de espalda, y otra vez vuelta a empezar...

El viento se fue llevando mis años, al igual que mis sueños. Al llegar los 67 años de edad la vida se volvió monótona, si no fuera por el cargo de profesor de matemáticas que obtuve en una humilde universidad, mi vida sería como la de un viejo lobo solitario que solo sale para cazar, y en una de estas cacerías fue donde ocurrió: me levanté normal como de costumbre en mi pequeña habitación de un quinto piso, de un puño apagué el despertador, me bañé y posteriormente limpié la pizarra donde solía buscar los mejores ejemplos para la clase de álgebra, desayuné en el local de enseguida, un lugar lúgubre con la pintura verde de la fachada desteñida y de no ser por el letrero "restaurante" que estaba mal pegado encima de la puerta, cualquiera pensaba que se trata de una pocilga. Acabé mis dos sándwiches con chocolate y me dispuse a seguir mi rutina, cuando mi mano tocó el pomo de la puerta mi pecho hizo un "Crack – Bum" que me hizo estremecer y retroceder un paso. Todo se tornó blanco, perdí el control de mi cuerpo, como si el que movió el títere durante 67 años hubiese soltado las cuerdas. Me desplomé y lo último que escuché fue la áspera voz de la mesera: "¡una ambulancia, le ha dado un paro!". 

Desperté, (si es que así se puede describir) no sentía nada, ni la brisa, ni el contacto con el piso, ni el dolor de espalda que me atormentaba desde que dejé de hacer ejercicio; ni las penas ni el dolor. Me encontraba en una habitación blanca, tan blanca que el resplandor era enceguecedor. Frente a mí, 5 siluetas... ¡cinco clones míos!

- Estoy muerto, ¿verdad? – pregunté aterrado.

- Realmente si- respondió uno de ellos, resultaba extraño escuchar mi misma voz.

- ¿Qué se supone que es esto? ¿Quiénes son ustedes? Pues, evidentemente son yo, pero... - antes de poder acabar con la frase el clon que tenía a mi izquierda respondió.

-  Soy el escritor que siempre te insistía que tomáramos hoja y papel y escribiéramos aquella novela que tanto añoraba, si tan solo hubieras tenido la confianza de hacerlo, me hubieras dado vida –exclamó.

- Si solo hubieras seguido los cursos de diseño y dibujo... Esa oferta de trabajo que dejaste desperdiciar, tenía el potencial, tu prima lo decía, pero por miedo al fracaso lo dejaste ir, me quitaste la oportunidad de dar lo mejor de mí en el dibujo – dijo el segundo clon. 

- Si tan solo hubieras dejado la droga de grasa y calorías y me hubieras dado el chance de mostrar la mejor versión de mis capacidades como futbolista, bastaba con un poco de dedicación y disciplina para dejarme brillar y darme vida – dijo tajante el tercer clon que tenía un cuerpo atlético, mejor que aquel que deslumbraba a las chicas en mi etapa en la universidad.

- ¿Por qué no lo intentaste? ¿Por qué no fuiste a un bar o a un karaoke? Tan solo bastaba una noche llena de música para haber mostrado mi soltura con la guitarra, si tan solo hubieras dejado la pena de tocar en público... me hubieras dado vida – dijo la cuarta silueta.

La última silueta tan solo se limitó a sonreír. Después de un par de segundos que parecieron horas dijo:

- Yo soy tu versión matemática y me explotaste al máximo, estoy agradecido por ello, aportamos a la sociedad, ayudamos a cambiar a la gente desde nuestro rol de docente, te agradezco. A mí me dejaste brillar, sin embargo ¿Qué pasó con tu yo músico, tu yo diseñador, el futbolista y escritor? Privaste al mundo de tu creatividad, de un hit musical que nunca compusiste, de tal vez una gran obra literaria, o de un ídolo para muchos futboleros. Por miedo a fallar, a perder, a no lograrlo privaste al mundo de las mejores cualidades tuyas. Si tu naciste fue para dar lo mejor de ti. 

Las vidas que no vivíWhere stories live. Discover now