18: 24 y 40.

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18: 24 y 40.

Pocas veces me sentía así de ansioso.

Siempre era selectivo en lo que me cogía. Lo sé, no debería si al final sería una follada de una noche, pero me gustaba darme mi tiempo, observar, sentir el ambiente, esas cosas. Tenía ganas de follar, pero no con cualquiera. Era una mierda sentirse así. Que ninguna de ese bar me gustara. Lo intenté, pero no me salía. Estaba harto de follar sin sentido a pesar de que ya tenía más de un año sin sexo.

—No puedo —farfullé hacia Bill que vino de visita, según él, para explorar los beneficios de Nueva York.

—Amigo, puedes. Sólo necesitas escoger a cualquiera de las que están aquí. La pinta de tipo rudo y mayor funciona contigo. Aprovechala —gruñó molesto.

Él se quejaba de que a mí me salía natural esto. En cambio él necesitaba esforzarse para llegar a algo.

—¿Cómo van las cosas por la casa? —Cambié de tema porque no me interesaba consejos para tener sexo. Fue una mala idea contarle a Bill sobre mi celibato autoimpuesto.

Dejé la granja en manos de Paxton. Contaba con tanta experiencia como yo, sólo le faltaba el título. Durante ese tiempo él tomaría las decisiones y de ser necesario me llamaría.

—Jules ha dejado de joder. Incluso de ir tan seguido. La vemos cada par de semanas. Ha permitido que Paxton haga lo suyo, que es básicamente lo que tú hacías, pero sabes cómo es ella…

Suspiré, teniendo un nudo en la garganta al pensar en eso. ¿Qué pasaría si no volvía más a Patterson? ¿Si aceptaba cualquier trabajo en alguna clínica veterinaria?

Seguía sin gustarme la ciudad, pero mis hijos eran felices, estaba haciendo algo que me mantenía gastando las pilas, y tendría que hacer una práctica en alguna clínica veterinaria para ganarme el certificado. Eso me alejaría de Jules y sus malas vibras…

—Se te echa de menos. ¿Lo sabes?

Asentí, pero no porque me interesara eso. No como Bill lo ponía. Echaban de menos mi manera de llevar la granja, no a mí. Y estaba bien, porque no extrañaba a nadie en particular de ese lugar… Bill era como un hongo que se aferra a la superficie y no se va. Ahora lo tenía en Nueva York con mucha frecuencia. Sospechaba que estaba tratando de llegar a algo con Gia. Ojalá y se le diera, así no me traería a bares con la intención de follar a cualquier cosa.

Por fortuna, no tuve que viajar a Massachusetts a ver a Marilyn. Ella decidió venir y hacer algo de turismo. Pero no sería hasta principios de octubre, así que al menos no tenía esa presión sobre mis hombros.

—Voy a respirar un poco de aire. Ya vuelvo —avisó, pero ni siquiera me dio tiempo de mirarlo porque ya se estaba levantando de su taburete.

Mientras lo seguía noté que iba detrás de una mujer a la que estuvo echándole el ojo desde que llegamos.

Negué, regresando a mi posición anterior, prestando atención a la televisión que retransmitía una pelea de la UFC. Uno de ellos ya tenía la cara tan hinchada que habían suspendido el combate en lo que el comentador decía que sería devastador para el chico si perdía.

«Aser…»

Entre el bullicio, la música, la televisión, allí estaba la voz. Fue un susurro claro en mi oído. Mi corazón empezó a latir con fuerza, como si hubiera pasado el mayor susto de mi vida. «Aser…», insistió lo que sea que me llamaba, y cometí el error de girar en esa dirección.

Entró con un vestido suelto oscuro a la altura de sus muslos. Venía con otras dos mujeres. Estaba sonriendo. Una sonrisa que sólo vi dos o tres veces en ella. Era feliz...

En un latido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora