Capítulo 30. Un tren sin frenos.

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..."Tienes que oír mi amor con su voz, tocarlo en su carne, aceptarlo como es, desnudo y libre"... Jaime Sabines.

Luego de comprobar que el estado general de Fedra mejoraba, Kamal no perdió tiempo y se marchó del cobertizo con rumbo al interior de la casa. Zoe debía aventurarse de vuelta a Atenas antes de que Giannoupolus descubriera lo que había sucedido y, Al-Ghurair no iba a permitir que se fuera sin él. Sabía muy bien que si le consentía dejarle atrás, él se moriría de la angustia en cada segundo no la tuviera a su lado. No. Zoe iba a tener que aceptar que Kamal era su compañero en todo y para todo.

Giró despacio el pomo de la puerta del dormitorio que compartían y se introdujo en silencio, al tiempo que observaba a su hermosa mujer bañada por los primeros rayos del sol que se colaban a través del deslumbrante ventanal que presidía el muro posterior.

Se hallaba en el suelo, vestida con ropa de ejercicio mientras contorsionaba su gallarda figura en una de las āsanas de yoga que él le había recomendado practicar. Una playlist de deep house se reproducía desde el ordenador, mientras los gráciles pies de Zoe apuntaban hacia el techo. Las manos sostenían sus lumbares y afianzaba la esbelta columna sobre los codos, logrando asemejarse a un trípode. Su rostro expresaba una imperturbable serenidad. El reducido corpiño dejaba a la vista su marcado y marfileño torso. Así como, las ceñidas mallas que envolvían sus espectaculares piernas le ofrecían una escandalosa perspectiva de sus firmes glúteos.

—¡Kamal! —exclamó risueña cuando lo notó allí—. ¡Ven aquí, amor!

El cirujano se acercó con despreocupado paso y una embelesada sonrisa en los labios.

—¡Hola! —ronroneó al tiempo que ponía la cabeza al revés para que sus ojos se cruzaran con los de ella y Zoe soltó una carcajada al tiempo que rodaba lentamente sobre sus dorsales.

—¿Qué te parece? ¿He mejorado?

Tumbada de espaldas en la lujosa alfombra, era la criatura más deliciosa que él hubiera visto jamás... la tentación hecha mujer, con su dorado cabello y los ojos azules como el mediterráneo. Una diosa que él veneraba.

—Yo diría que la alumna superó al maestro —respondió zalamero.

Zoe alargó la mano; Kamal enredó sus dedos con los de ella, pero no la instó a incorporarse, sino que se puso de rodillas y la montó a horcajadas. De repente, cada centímetro de su piel suspiraba por su tacto. Dolía por sus caricias. No había una sola célula de su sistema, que no suplicara por la sensación de tenerla. Kamal inclinó el rostro y con los labios tomó la tentadora boca de su mujer.

Sintió los delgados brazos de Zoe envolviéndose alrededor de su cuello, y a los dedos arando en su cabello mientras sus abiertos labios lo recibían con un rasgado gemido que vibró contra la lengua de Kamal. Ella era deliciosa. Y su sabor se le fue directo a la cabeza. Sus manos siguieron sus propios deseos y comenzaron a tironear de los delgados tirantes de su corpiño, arrastrándolos hacia abajo de los brazos. Zoe alzó las caderas retorciéndose con delicia contra él, al tiempo que tiraba de los botones de su camisa y conseguía dibujar los relieves de su torso con sus cálidas manos. Sí. Allah, era grandioso, que no estuviera él solo en esa necesidad. También podía sentirla dentro de ella, en el fuego que los quemaba y los hizo sacarse la ropa con premura.

Lahabi alsaguir, 'ant jamil... (Mi pequeña llama, eres hermosa...) —Le tomó reverente los senos con las manos y los alzó un poco para que ella pudiera observarse—. Mira como estos tiernos pezones están duros por mí, Zoe.

Su mujer lo miró a los ojos y las manos le temblaron cuando se sostuvo de sus bíceps. Su expresión era de un intenso placer, como si las caricias que él le prodigaba fueran el mayor de los tesoros.

Encadéname a tu pielWhere stories live. Discover now