Capítulo cuatro

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IV |Tu próximo verdugo*

*Dalton*

9:56 am.

Y estamos aquí, a un par de metros de aquel callejón que Meléndez anotó en la servilleta.

No me siento nervioso, al contrario, la adrenalina está sobre todo mi cuerpo.

Y es que el simple hecho de saber que después de todo lo que he tenido que pasar, al fin podré tener la vida que siempre había soñado me animaba mucho más.

Miré mi reloj y ví que faltaban pocos minutos para la hora acordada.

Subí el cierre de mi chamarra, y metí ambas manos en las bolsas que la misma traía.

No tenía frío, pero al estar cada vez más cerca de llegar al lugar acordado mis niveles de adrenalina y ansiedad iban incrementando, lo cual me provocaba temblar involuntariamente.

Al cruzar por completo el callejón llegué a una especie de patio enorme.

Por donde quiera que mirara había locales cerrados, forcé un poco mi vista hasta localizar el número que Meléndez me había dado.

Al encontrarlo caminé hasta lo que parecía ser un local, y como me lo habían advertido, afuera de este yacían dos hombres esperándome.

—¿Ustedes son...? —No me dejaron terminar de hablar.

—Cállate, aquí las preguntas las hacemos nosostros.

No dije nada.

Miré de pies a cabeza a ambos hombres; no eran más grandes que yo, los dos tenían cientos de tatuajes por donde quiera que miraras, sus cuerpos eran robustos y bien trabajados, uno de ellos estaba totalmente calvo, incluso su rostro estaba lleno de tinta.

Lo que más llamaba la atención en él era una frase en inglés que decía ¡Pray for me!

El otro sujeto a diferencia de su compañero si tenía cabello, era rojizo descolorido, también poseía una enorme barba que lo hacía lucir aún más intimidante que su compañero.

—¿Eres el idiota que estuvo ayer en el bar?

—Omitamos la palabra idiota.

—¿Y cómo quieres que te llame? ¿Ya te has dado cuenta en lo que te has metido? —El pelirojo me preguntaba con seriedad.

Asentí.

—¿Y aún así estás dispuesto a hacer lo que sea?

—¿Qué no es obvio? ¿O es que acaso piensas que vine a darte los buenos días? —Rodé los ojos frustado.

—¡Escúchame bien, maldito idiota...! —El mismo hombre levantó la voz y sus puños se cerraron listos para golpear, pero su compañero se interpuso entre ambos y lo detuvo.

—¡Ya basta, George! No es momento de estupideces, ya tenemos bastantes problemas encima, además, —el calvo me miró de manera extraña—. él será el que hará el trabajo del jefe...

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