Capítulo 2

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Crecí entre las sombras de un linaje marcado por la grandeza y la tragedia, donde los ecos del pasado resonaban en cada piedra del ancestral hogar de los Targaryen. Las paredes de rojo y negro de la Fortaleza Roja se convirtieron en mi universo, con los dragones esculpidos como guardianes silentes de nuestros secretos más profundos.

Como la única hija sobreviviente del primer matrimonio del Rey Viserys, mi destino se originó en la fría forja de la política y la intriga. Desde una edad temprana, fui consciente de la ausencia de mi padre, cuyas responsabilidades como monarca lo mantenían alejado más tiempo del que podía dedicarme. Aunque su presencia era esporádica, sus palabras resonaban en mi mente, llenándome de un sentido de deber y responsabilidad que, incluso entonces, apenas podía comprender.

En mis primeros años de infancia, la figura materna que me sostenía en la oscuridad del mundo era la reina Aemma Arryn, una mujer cuyo corazón estaba marcado por la pérdida y la tragedia. Sus constantes embarazos, cada uno terminando en un doloroso desgaste, la mantenían postrada en la cama, lejos de mis brazos. Aunque su ausencia física era palpable, su amor por mí ardía como un fuego eterno, iluminando incluso los rincones más opacos de mi existencia.

Bajo su tutela, aprendí las lecciones más profundas del dolor y la compasión, las verdades crudas de la vida y la muerte que no podían ser enseñadas en los libros de historia. Ella me mostró que la verdadera fortaleza no radica en el trono de hierro o en las batallas ganadas, sino en el amor y la empatía que compartimos con aquellos que nos rodean.

Sin embargo, mientras la reina Aemma luchaba contra sus propias batallas, también me mostraba la fragilidad de la vida en la corte. Su muerte prematura fue un golpe devastador, un recordatorio implacable de la efímera naturaleza del poder y la fragilidad de los lazos familiares.

La tragedia se abatió sobre nosotros durante el torneo del heredero, cuando el destino cruelmente arrancó de nuestras vidas a mi dulce madre. Los festejos se tornaron en un mar de lamentos ahogados, mientras los últimos momentos de la reina se desvanecían en el aire, llevándose consigo cualquier esperanza de un futuro pleno y feliz.

Mi progenitora, envuelta en el manto sagrado de la maternidad, se convirtió en la víctima de una ambición desmedida, sacrificada en el altar del poder y la obsesión por un heredero varón. Mi padre, cegado por su anhelo de perpetuar su legado, no vaciló en ordenar al Gran Maestre Mellos que abriera el vientre de mi madre, en un intento desesperado por asegurar su linaje. Pero incluso las suplicas desmesuradas a los dioses no pudieron salvar al inocente que yacía dentro de ella, y el niño pereció en silencio, dejando solo el eco amargo del fracaso.

Aunque el rey clamaba su amor por mí en innumerables ocasiones, la sombra de la tragedia siempre oscurecía mis pensamientos. ¿Cómo podía un hombre, que se decía amar a su esposa, desgarrarla como si fuera poco más que una bestia en el lecho de parto, solo para satisfacer sus deseos egoístas? ¿Acaso éramos meras piezas en su juego de poder, herramientas desechables para alcanzar sus fines? ¿Por qué, a pesar de nuestra sangre real, nos abandonó en favor de las serpientes que acechaban en las sombras del trono?

Mis lágrimas por mi madre se ahogaron en el torbellino de responsabilidades y expectativas que pesaban sobre mis hombros. No tuve el lujo de llorarla adecuadamente, de rendirle el tributo que merecía, porque ya desde ese momento fui arrastrada hacia las garras del deber, forjando una armadura de acero alrededor de mi corazón herido.

El evento marcó un antes y un después en la relación con mi padre, dejando un abismo insalvable entre nosotros. Donde antes había amor y confianza, ahora solo había aprensión y resentimiento. Me convertí en una sombra de lo que fui, una versión desgarrada y endurecida por el dolor y la traición, determinada a no repetir los errores del pasado.

El funeral fue un evento solemne, un escenario marcado por la tragedia donde solo familiares y miembros selectos del pequeño consejo participaron. Syrax, mi hermosa dragona, asumió la tarea de encender la pira. Los cuerpos yacían completamente envueltos, y puedo recordar vívidamente la mirada aturdida de mi padre al contemplar el trágico panorama.

Mi tío Daemon se acercó, implorándome que no prolongara el doloroso momento. Llena de rabia, le pregunté si en las breves horas que Baelon vivió, nuestro "magnífico" soberano experimentó la verdadera felicidad. El respondió, que mi padre, inmerso en su dolor, necesitaba que la familia se mantuviera unida.

Qué curioso resultó escuchar aquellas palabras de un hombre que celebró la muerte de sus parientes. La hipocresía se manifestaba de forma cruda: por la mañana proclamaba sobre los lazos familiares y por la noche se sumía en banquetes junto a sus aduladores. Con un gesto despectivo, llamó a mi hermano 'Heredero por un día', asegurándose un destierro que todos sabíamos no perduraría mucho tiempo. El monarca, completamente afligido, encontró consuelo en brazos menos fríos y, unas lunas después, anunció su intención de contraer nupcias nuevamente.

Con Daemon relegado, la sucesión se volvió un entramado confuso. Siguiendo las sugestiones de Otto Hightower, fui nombrada heredera, una designación que no despertó alegría en mi corazón. El Gran Consejo del rey Jaehaerys había pasado por alto a mi prima, la princesa Rhaenys, al otorgar el Trono de Hierro a mi padre. Aunque este hecho sugería que los Siete Reinos nunca me verían como una candidata legítima para el trono, estaba decidida a demostrarles que estaban equivocados.

Lunas después, señores de todos los rincones del reino llegaron a Desembarco del Rey para jurarme lealtad. Se arrodillaron ante mí, susurrando promesas de fidelidad, asegurándome su devoción. No obstante, en lo más profundo de mi ser, siempre supe que la mayoría de esos votos eran efímeros, simples palabras frágiles que se desvanecerían con el viento. Fue solo durante la famosa Danza de Dragones, años después, cuando pude discernir cuáles casas eran verdaderamente leales. La sucesión de mi reinado estaba teñida de intriga y desafíos, un camino que se forjó en las llamas del dolor y que delineó mi destino como una líder dispuesta a enfrentar las tormentas que mis enemigos tenía reservadas.

El Diario de Rhaenyra Targaryen (Sin Edición)Where stories live. Discover now