PUERTA B7

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Nueva York (JFK) —> Montreal (YUL) —> Dallas (DAL)

ALFONSO

CUATRO SEMANAS DESPUÉS

De todas las ciudades a las que había volado a lo largo de mi vida, Nueva York era la única que lograba tener un aspecto diferente cada vez. No importaba la época del año ni la hora del día: su imponente skyline emergía entre la niebla, la lluvia y la nieve, siempre cambiante. Y al mirar los brillantes edificios de Manhattan desde mi ventana esta misma noche, me pregunté qué más iba a cambiar.

Me sentía muy nervioso, y no era capaz de permanecer tendido en la cama, donde solo parecía poder pensar en Anahí. Durante casi un mes, había logrado quedarse grabada en mi mente con aquella aguda lengua suya y todos esos argumentos que se sacaba de la manga. Por no hablar de esas adictivas sesiones de sexo.

Cada noche, mi mente quedaba invadida por pensamientos sobre ella, que me asaltaban también en los momentos más inesperados. La cuestión se me estaba yendo tanto de las manos que hubiera jurado que la semana pasada la vi en la terminal A de Atlanta-Hartsfield International, pero me alejé, sabiendo que solo se trataba de mi imaginación, que me jugaba malas pasadas.

En lugar de tirarme a las diversas mujeres con las que solía quedar en las ciudades a las que volaba, cambiaba de opinión en el último minuto, cancelaba las reservas en los hoteles y evitaba acudir a las citas programadas.

Pasaba las noches recluido en los hoteles de escala, rellenando crucigramas en lugar de coños y buscando conceptos en Google en lugar de orgasmos. Y todo porque la mujer a la que necesitaba follar estaba en algún lugar que no lograba localizar, porque quería tener ese tipo de sexo otra vez.

Con las mujeres que tenía archivadas en la agenda de mi teléfono, sabía exactamente cómo comenzaría y terminaría todo, pero las dos veces que me había acostado con Anahí habían sido impredecibles. Además de memorables.

Me levanté de la cama gimiendo y anduve por el pasillo, deteniéndome una vez más en la sala. La pantalla de televisión estaba en el suelo tirada; el metal del marco completamente retorcido y destrozado. Sobre la alfombra gris brillaban fragmentos de cristal de la mesita de café rota, y también había más en el sofá.

Suspiré y di la espalda a aquella sangrienta escena, para marcar de inmediato el número de Jeff.

—¿Sí, señor Weston? —respondió al primer timbrazo.

—Necesito que sustituyas el televisor y una mesita de café por la mañana.

—¿Las ha vuelto a romper?

—No, cuando me desperté ya estaban rotas. Es posible que tenga que presentar un informe a la policía...

—Muy gracioso, señor. Es la sexta vez este mes, la duodécima en lo que va de año.

—¿Las cuentas?

—Alguien tiene que hacerlo —dijo con un suspiro—. Considero que sus problemas de sueño no están mejorando, como declaró la semana pasada.

—Esta llamada es para que te ocupes de reponer la televisión y la mesita de café, Jeff, no para hablar de mis problemas de sueño.

—Me ocuparé de las cosas materiales como siempre, señor Weston. Pero debe saber que, como portero y confidente personal, le envié algunos folletos de terapia por correo. Me gustaría que los tuviera en consideración.

—De acuerdo. —Puse los ojos en blanco y entré en la cocina, donde empecé a ojear un montón de sobres—. ¿Cuándo los enviaste exactamente? Lo único que he recibido es propaganda y facturas atrasadas.

Tu Anomalía (AyA Adaptación)Where stories live. Discover now