Capítulo VII

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Martes, 21 de diciembre de 1976
West Hollywood

El sol de la mañana se colaba a través de las cortinas, inundando la sala de estar con una cálida luz que contrastaba con el nerviosismo que embargaba. Sus manos temblaban con miedo y nerviosismo mientras sostenía la carta sin abrir. El clima estaba notablemente más cálido de lo que solía ser en Nueva York durante el invierno, pero Jimmy apenas lo notaba; estaba absorto en sus pensamientos y en el contenido de ese sobre que sostenía con firmeza.

Después de un profundo suspiro, finalmente se arrojó sobre el sofá de la sala. El mobiliario de la sala, de colores cálidos y acogedores, brindaba cierta comodidad en medio de la tensión que lo envolvía.

—A la mierda —murmuró para sí mismo mientras sus dedos temblorosos se aventuraban a abrir el sobre, que se resistía ligeramente a sus manos sudorosas.

Mi querido hermano:

Lamento que esta respuesta sea breve, pero por desgracia tu carta cayó primero en manos de nuestro padre, quien tomó el dinero que había en su interior. Por suerte, no pudo comprender el contenido de la carta al estar escrita en coreano y me permitió conservarla.

No quiero que te preocupes ni sientas mal por esto. Quiero que sepas que te quiero mucho y que solo deseo que encuentres la felicidad en todas las decisiones que tomes en tu vida. Pronto enviaré una carta más extensa para expresar mis pensamientos de manera más completa.

Por ahora, si deseas enviarme más correspondencia, por favor, dirígete a la dirección de mi amiga Charlotte, quien me la hará llegar sin problemas.

Con amor y cariño,
Rosie

Jimmy no pudo evitar sonreír con melancolía al notar el labial rojo que decoraba el final de la carta, un detalle inconfundible de su hermana. El suave aroma a perfume de vainilla llenaba la habitación, como si Roseanne estuviera presente en ese mismo instante. Una pequeña lágrima recorrió su mejilla mientras pensaba en lo violento que debió de haber sido su padre para quitarle el dinero.

Cuando sintió que su corazón martillaba en su pecho, decidió que era el momento de tomar un respiro. Se calzó sus Converse recién estrenadas, tomó las llaves de encima de la mesita de centro y abandonó el apartamento.

Sus pasos lo llevaron a las concurridas calles de Hollywood, pero su mente estaba en otro lugar, perdida en sus pensamientos. Cruzaba las avenidas de forma mecánica, siguiendo el flujo de la multitud, sin prestar atención a las luces del semáforo.

—¿Bonito? —la voz familiar de August lo llamó desde atrás—. ¿Estás bien?

La voz de August sonaba distante en medio de los pensamientos de Jimmy, y su cuerpo dio un brinco cuando éste se acercó a él, preocupado, y lo tomó por los hombros.

—Mierda, me asustaste —exclamó Jimmy, llevándose las manos a la boca al darse cuenta de quién era.

August soltó una ligera carcajada al ver la reacción de Jimmy.

—Parecías un maldito zombie —comentó con diversión—. ¿Estás bien?

Jimmy trató de recuperar su compostura y asintió con la cabeza.

—Sí, estoy bien. Solo estaba... pensando en cosas —respondió, aunque su mirada seguía perdida en el horizonte.

August entrecerró los ojos y negó con la cabeza.

—Haré como que te creo —respondió sin quitar los ojos de Jimmy—. Ahora ven, te tengo que mostrar algo.

Jimmy, confundido pero intrigado, tomó la mano de August y lo siguió mientras caminaban juntos por varias cuadras hasta llegar a un edificio de altura moderada. Entraron en una tienda de música repleta de vinilos con portadas de diversos artistas. El lugar estaba impregnado con el olor característico de los discos, y el suave crujido de sus pisadas en el suelo de madera resonaban a la par que la melodía de una canción que sonaba de fondo.

California Dreamin'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora