V. EMOCIONES ADOLESCENTES

792 68 12
                                    

Capítulo 5

"A veces nos ciega el materialismo. No deberíamos dejarnos cegar"

Corro por el pasillo lo más rápido que puedo, llegando hasta la puerta de la sala de juntas. Trago saliva y recupero el aliento, arreglando los papeles en mis manos. Alzo la mano dispuesta a tocar la puerta, pero antes de poder hacerlo se abre, empujándome hacia atrás. Siento cierta presión en mi brazo izquierdo que me hace mirarlo, siendo rodeado casi en su completo por la mano de Cameron.

―¿Dónde mierda estabas? ―masculla, empujándome un poco más y liberándome, dejándome a unos pasos de él.

Trago saliva y le miro a los ojos, arrepintiéndome. Estaba tan harta de esa mirada de desprecio.

―Lo siento, no me acordé de imprimirlos y tuve que ir, lo siento mucho. Todos los acuerdos, ingresos y campañas están por orden de hecho, después están por orden de ingresos. ―le enseño las hojas, pero me las arrebata sin más, entrando y cerrándome la puerta en la cara.

Suspiro, con mi pecho convulsionando. Me había pasado toda la noche en vela para poder hacer esos documentos, porque alguien me los mandó a enviar ayer a las nueve de la noche, con un mensaje exigiéndome que mañana estuviesen listos. Y me lo paga así. Mi pecho se hincha y mi cabeza duele. Ni siquiera había podido maquillarme para cubrir las ojeras.

Giro sobre mis talones y avanzo de vuelta al ordenador, creyendo que la cabeza me va a estallar cuando cruzo por la zona donde más gente está trabajando. También, por primera vez, me cruzo a dos modelos. Eran modelos las mirases desde donde las mirases, y las envidiaba mucho por ello. Entro al ascensor y llego de vuelta a mi planta, con la cabeza sintiendo como si fuese a estallar.

PANIC-22 ―digo al otro lado de la línea, recibiendo un aviso de dirección donde me avisan que alguien solicita subir―. Claro, que suba.

Suspiro y me paso varios dedos por la frente, llevando mi mano al bolso. Rebusco por todas partes hasta dar con las pastillas que buscaba, llevándome una a la boca y masticándola.

Sí, masticaba las pastillas.

Acompaño con un poco de agua la sustancia asquerosa en mi boca, limpiándome bien la misma de cualquier resto de pastilla. Tras eso dejo salir el aliento, cogiendo un chicle de dentro de mi monedero. Tarareo cualquier cosa en voz sumamente baja hasta que creo escuchar pasos viniendo en mi dirección por el pasillo. Cruzo una pierna sobre la otra bajo la mesa y entrelazando mis manos sobre esta.

―Buenos días ―sonrío sin alegría al ver entrar a un hombre que no había visto en mi vida. Él asiente con la cabeza, carraspeando―. ¿En qué puedo ayudarle?

―Quisiera ver a Cameron Cooper. ―su tono de voz es sumamente grave, lo cual me transmitía de cero a menos diez de confianza. Me puse más seria.

―Lo siento, el señor Cameron no se encuentra. Si me deja el mensaje yo se lo haré llegar y concertaremos una cita lo más pronto posible. ―cojo una hoja de mi agenda y un bolígrafo, dispuesta a tomar nota, pero él niega―. Lo siento, señor, pero es el protocolo. Dígame su nombre y qué necesita. ―pone la palma de su mano sobre mi agenda, pillando mi mano apoyada sobre la hoja que él aplasta.

―No, usted va a llamar a su jefe y le va a decir que suba, y lo hará ya mismo. —exige.

¿Quién se cree? Ya tengo bastante con un jefe sumamente desagradecido y asqueroso como para sumarle a eso tener clientes iguales.

Tiro de mi mano bajo la suya, arrastrando así mi agenda por la mesa, liberándola de su agarre. En ningún momento desvío mi mirada de sus ojos. Solo lo hago cuando alzo mi agenda a un lado de mi cabeza, con el codo apoyado sobre mi mesa. Sus ojos giran hacia ella, y mi cara sigue siendo un ceño fruncido, unas ojeras seguro rojas y unos ojos marrones mirándole mal.

Señor Cooper, váyase a la mierda | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora