EL TEATRO

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Eran las 10:30 de la noche cuando mi hermana Paulina y yo salíamos del teatro. Había mucha gente cuando las luces se apagaron en toda la ciudad, un par de gritos, un par de risas y un silencio aterrador dejó al descubierto nuestro miedo. 

El piano del final de la obra continuaba encendido y dando ambiente tenebroso a la noche.

Un par de sombras rojas y azuladas se movían con rapidez junto al chillido de las sirenas. Estaba claro que perseguían algo, estoy segura que eso tiene que ver con la fuga de la luz. 

El guardia nos indicó  guardar silencio y mantener la calma, cosa que nadie podía hacer y menos en momentos tan intrigantes como estos. Pau y yo fuimos a buscar al profesor de Teatro quien nos invitó a la presentación de la obra de un amigo suyo. Fue al baño, pero no había regresado.

—Diana, tenemos que regresar, parece que la luz ya regresó en la ciudad —dijo mi hermana en mi búsqueda. No la culpo, ella no está enterada de mi relación secreta con el profesor.

Gonzalo es tan atlético y su cabello chino le combina con esos ojos dominantes. Le encanta el teatro tanto como a mí. Este momento es perfecto para vernos, así que le dije que lo vería en el baño, ahí debería estar, a mi hermana no le pasará nada por esperar unos cinco minutos.

Llegué y como lo suponía, no había nadie más que Gonzalo.

—Se nos acaba el tiempo, este es el mejor momento, ¿ya ves? —soltó sus palabras mientras me comía con la mirada— Estamos hechos el uno para el otro.

Solo asentí ante tanta carne desnuda, ante sus pectorales iluminados por la luna que dejaba filtrar sus destellos en la ventana. Se mantuvo en jeans, esos que marcan sus enormes nalgas y su enorme bulto, sabe que no me puedo resistir ante esos.

—Ven —le dije, mientras me recogía el cabello, agradezco tenerlo lacio.

—Quiero ir al cielo... y al infierno, quiero que viajemos a los mundos de shakespeare, al de Dante y sintamos lo que los viejos tiempos esconden de los nuevos —me susurró al oído.

Dejé salir uno de mis gemidos más suaves y me sujetó de las caderas, me tomó con fuerza y segundos después escuché el grito de mi hermana. 

— ¡Aah! ¡Diana!...

— ¿Qué sucede? —le dije a Gonzalo— tenemos que irnos...

Me miró como gatito triste, le respondí con un lo siento y me retoqué la ropa. Le dije que se quedara unos minutos y saliera después de mí. 

— ¡Pau! Paulina ¡Pau! ¿Dónde estás?— Ella no estaba, no estaba...

Salió Gonzalo unos minutos después y no se había dado cuenta del labial en sus mejillas.

—Tengo unas toallitas, ven te ayudo— dije ya nerviosa, ahora sí nos van a descubrir. Nadie puede saber de nuestra relación, él en realidad es gay ante mi familia, eso es lo que le dice a todos para poder quedarse a dormir en mi casa. Mis papás confían en que somos amigos desde las clases de teatro. Les dijo que yo tenía futuro para esto y ha ido a casa para darme clases particulares en las que nos hemos besado muchas horas. Tiene 30 años y yo 20, hay mucho que vivir.

Cuando descubrí que mi hermana no aparecía, sentí que lo había arruinado todo. Que por querer una relación con Gonzalo, cosa que mis padres no aceptarían porque es 10 años mayor que yo, había perdido de vista a mi hermana.

La ciudad es un nido de víboras, hay robos, secuestros, asesinatos y mucha sangre tirada en las calles. El narcotráfico en la ciudad está peor cada día. 

— ¡Diana, cuidado!— soltó Gonzalo y nos tumbamos al suelo. Un inconfundible baile de balas comenzó después de unos segundos que una camioneta negra llena de bandidos cruzó la entrada. Sujetos disfrazados de negro con armas largas.

—Mi hermana, Gonzalo, mi hermana...

No podía creerlo, jamás pensé que algo así llegaría a ocurrir justo hoy que es un día común. La noche de hoy no la podré olvidar, eso y muchos otros pensamientos llegaron a mi cabeza.

Nos arrastramos por el suelo y entre las butacas, las balas se alejaban y la gente también. No había señal de Paulina. No estaba, tampoco su cuerpo ni su sangre, ni un rastro de ella. 

—Tal vez escapó— dijo Gonzalo— o tal vez la llevaron...

Mis ojos se inundaron, ambos caminamos lentamente hacia la calle y nadie había. Ya no había alma alguna. No encontramos cuerpos ni sangre.

—No entiendo nada... ¿Qué es lo que está pasando? —le pregunté a él, pero no supo darme respuesta. Nos miramos y me  limpió las lágrimas, nos dimos un beso y nos abrazamos— ¿Y ahora qué hago?


AUSENCIAS MALDITASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora