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1942.

La Segunda Guerra Mundial había golpeado con brutalidad la vida de la mayor parte de la población. Tristeza, desolación, muerte y desesperanza como raíz de la amargura que Charlotte podía percibir brotando de los poros de los transeúntes que se topaban con su presencia.

A pesar de la distancia que mantenía el mundo mágico con el mundo muggle, era evidente el efecto de tal evento increíblemente espantoso. Difícil era mantenerse impasible, a menos que fueses un supremacista de sangre pura y disfrutases el hecho de que decenas de muggles muriesen o sufriesen los efectos adversos del conflicto armado. Charlotte, sin embargo, a escondidas de su madre y en la lejanía de su hogar se encontraba constantemente buscando cómo enterarse del desarrollo de los eventos. Allí no se hablaba de la guerra. En efecto, la guerra no importaba.

Recientemente había conseguido escapar de las asfixiantes garras de su austera y estoica madre. Septiembre había llegado, para su suerte, y con ello el inicio del año escolar en Hogwarts.

Inmersa en sus pensamientos, se vio interrumpida cuando un chico castaño, cuyos ojos poseían un color similar a la miel, se acercó corriendo:

—¡Birkin!—Espetó Richard Jorkins, su probablemente mejor amigo, a sus espaldas.

Charlotte esbozó una pequeña sonrisa, inclinando su cabeza en un gesto de saludo.

—¿Qué tal las vacaciones?—Richard apoyó desinteresadamente uno de sus brazos alrededor de sus hombros.

—Ya sabes—murmuró—. Aburridas.

Horribles, quiso decir.

Ninguno de los dos volvió a emitir sonido alguno. No obstante, ambos estaban acostumbrado a aquellos silencios, donde ambos solían atraparse en sus propios sentimientos. Así eran ellos. Su amistad, su relación... La relevancia se encontraba en los pequeños gestos. Ambos se conocían perfectamente, salvo algunos detalles.

Charlotte sabía que Richard había experimentado una verano increíble —como él había descrito en una de las pocas cartas que habían logrado intercambiar durante el receso— y envidiaba profundamente la suerte que él tenía al estar rodeado de una familia que se quería y respetaba mutuamente, sin jerarquías, cuestión que ella estaba lejos de vivir, puesto que su madre parecía repudiar su existencia con todo su ser —las marcas en su espalda eran un claro ejemplo de la aversión que ella sentía, aversión que Charlotte, desde que tenía razón, no lograba comprender.

Cuando el tren comenzó su recorrido, sintió el alivio abordar su cuerpo. Hogwarts era casi su hogar, el único lugar donde el miedo no se apoderaba de su cuerpo cada vez que el cielo se oscurecía. Allí podía respirar libremente. Allí no estaba su lunática madre.

—¡Riddle está realmente atractivo este año!—Comentó Ophelia Walsh, adentrándose al compartimiento donde se encontraban Richard y Charlotte.

Ophelia Walsh se había unido a ellos un poco antes del receso de vacaciones. Había discutido con su grupo de amigas y, como consecuencia, fue dolorosamente ignorada. Charlotte desconocía por qué habían acabado en aquellos términos —jamás se atrevió a preguntar—, pero tenía el presentimiento de que se trataba de Abraxas Malfoy.

Richard frunció los labios con disgusto.

—Riddle es un sociópata—fue lo único que salió de su boca.

Ophelia ignoró el comentario de su amigo, sentándose a un lado de Charlotte—: ¡Te has cortado el cabello!—Exclamó, observándola—¡Te queda muy bien!

Charlotte le sonrió de vuelta.

Nuevamente, el silencio inundó el lugar y cada uno de ellos se apartó sutilmente del otro. Richard cerró los ojos, pretendiendo tomar una siesta; Ophelia cogió el libro que llevaba en la mano y se dispuso a leer, y Charlotte miró hacia la ventana, enfrascándose en sus divagaciones.

Así habían sido sus últimos viajes de ida y vuelta a Hogwarts. Tranquilos, silenciosos, pero no se quejaba.

Para Charlotte había sido un gran logro poder congeniar con ellos, puesto que durante su estancia en Beauxbatons apenas había podido hacer una «amiga», la cual a esas alturas probablemente ni siquiera recordaba su nombre.

Los tres habían coincidido perfectamente y, a pesar de no llevarse conociendo por una exorbitante cantidad de años, Charlotte podía decir que Hogwarts se había vuelto su hogar gracias a ellos.

Una vez ubicados en el Gran Comedor, comenzaron los entusiasmados murmullos de los estudiantes. Una contaminación acústica que a Charlotte, desde la mesa de Ravenclaw, no solía disgustarle.

Era reconfortante.

Los ruidos cesaron cuando Armando Dippet se posicionó frente a todos e inició su discurso de todos los años. Los estudiantes escucharon atentamente sus palabras, mientras los de primer año esperaban ansiosos el Sombrero Seleccionador. Charlotte, en el fondo, sentía un poco de envidia. Beauxbatons había sido un ambiente completamente distinto para ella y, si hubiese tenido la posibilidad de borrar aquellos años de su vida y comenzar desde cero, en Hogwarts, lo habría hecho sin dudarlo.

—No se acerquen a ella—advirtió una niña hacia su grupo de amigas, observando a Charlotte desde lejos—. Mi madre dice que en su familia solo hay personas malas.

—Otro año donde una persona que notablemente no es de primero participará en el proceso de Selección—señaló Richard, apuntando hacia la chica pelirroja que resaltaba entre los bajitos alumnos de primero—. Ya no eres la única.

Charlotte dirigió su atención hacia la nueva estudiante. Era hermosa y traía una expresión que transmitía tranquilidad pura. Era una belleza envidiable, etérea, como si hubiese sido hecha a la medida.

Claro, no había sido la única en notarlo. Todos habían quedado dislumbrados, preguntándose en qué Casa sería sorteada.

Slytherin, resultó ser.

La observó dirigirse casi majestuosamente hacia su respectiva mesa, siendo bienvenida de inmediato por el grupo de serpientes que todo el mundo conocía.

Charlotte, a la distancia, se percató de la conexión inmediata entre ella y Tom Riddle, quien, a pesar de la naturaleza de su personalidad —que no todo el mundo conocía—, se encontraba observándola con extrema curiosidad y Charlotte podría jurar que hasta con un atisbo de estupefacción.

Apartó la mirada de la mesa de Slytherin y la dirigió hacia su plato de comida, percatándose de que no había probado ni un solo bocado. El nombre de Tom Riddle aún merodeaba por su mente.

Dos años observándolo a la distancia, deseando, en lo más profundo de su ser que él fuese consciente de su existencia. No obstante, sabía que las posibilidades eran nulas.

Tom Riddle era perfecto y ella... Su simple existencia era un error.

Por ello, Charlotte se dedicó simplemente a anhelarlo a la distancia, sabiendo que las posibilidades de que sus caminos se cruzasen eran prácticamente nulas.

¡Por las barbas de Merlín, cómo hubiese deseado ser Lilith McCarthy!

A Lost Witch » Tom Riddle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora