Capitulo 2

486 106 42
                                    

┌──────── ∘°☆°∘ ────────┐
Tengo una contusión.
└──────── °∘☆∘° ────────┘

└──────── °∘☆∘° ────────┘

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

.
.
.
.
.
.
.
.
.

Nico di Angelo.

No todos los días te encuentras un semidiós en los campos de Asfódelos.

Pude sentir su aura un poco antes de escuchar gritos, me apresuré a ir en su dirección y vi como un monto de almas se arremolinaban en un círculo mientras murmuraban, me abrí paso entre ellos a gritos, no podía ver bien entre la multitud, pero había alguien sacudiendo su espada con el afán de asustarlos, cosa que no logro.

Cuando los muertos se dieron cuenta de mi presencia me obedecieron, y me dejaron el paso libre.

Allí en el suelo había un semidiós.

Uno vivo.

Tenía puesta una armadura, pero aun así podía ver qué estaba herida.

Su ropa estaba llena de tierra y polvo, rasgada como si se hubiera revolcado en el suelo. Me alarmé al ver cómo la sangre corría desde su referente a su barbilla, casi cubriendo la mitad de su cara. Aunque no podía verle la cara a detalle por culpa de su Yelmo.

Solo tuvo que verlo una vez, su vestimenta y armadura.

Todo era del Campamento Júpiter.

¿Pero qué hacía un romano en el Inframundo? ¿Y sin su Cohorte?

Los romanos no emprenden viajes solos, ellos van en grandes grupos.

El semidiós tenía un peculiar cabello blanco bastante cortó y desordenado. Parecía muy asustado; Su pecho subía y baja con rapidez, estaba muy pálido, tenía la respiración muy acelerada al punto en que parecía hiperventilar, tenía los ojos azules inyectados en sangre, cristalizados por las lágrimas como si estuviera a punto de llorar.

Su mirada tormentosa reflejaba miedo, resultaba extraña, tenía los ojos llenos de brillo, inocentes como los de cervatillo bebé. Y asustado.

En cuanto mis ojos dieron con los suyos sentí una punzada en mí cien tan fuerte que me hizo retroceder.

Me sostuve la frente como si eso pudiera aliviar el dolor.

— Te ves vivo.— Alcancé a decir.

La sangre aún corría por sus venas, lo notaba por sus mejillas rojas.

—T-tú…—Y entonces él comenzó a llorar, me fui hacia atrás y di un salto por la sorpresa que me causo.

No sabía qué decir o que hacer.

—Oye, ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está tu Cohorte, romano?

Le cuestiono, pero él solo lloraba.

Me sentí un poco mal al ver al chico sollozando, realmente no sabía si llora por miedo, dolor o por alivio de ver una persona con vida. Verlo de esa forma le recordó un poco Hazel.

EUDAIMONIA/ Nico di Angelo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora