Prólogo

305 19 0
                                    




Era de madrugada cuando el rey Viserys dio inicio al séptimo día del Torneo del Heredero, que coincidía con el décimotercer día del nombre de la princesa Rhaenyra. En la madrugada, había despertado personalmente a su princesita para desearle un feliz día, y ella le había dado un gran abrazo a cambio. «No necesito nada más», pensó el joven con felicidad cuando la princesa le dio un beso en la mejilla y le agradeció por estar con ella, llamándolo «Mi hermoso caballero blanco». La jovencita se desperezó y pidió que llamara a sus doncellas para ayudarla a alistarse para tan regio día. El caballero obedeció e hizo pasar a las doncellas, quienes felicitaron a la princesa y prepararon la bañera para que la joven comenzara su día.

—Ser Criston, perdonadme si demoro más de lo normal. Espero no os llevéis una represalia por aquello. —Dijo la princesa con una sonrisa llena de picardía, mientras sus doncellas levantaban su camisa para dormir y la dejaban desnuda. Ser Criston se removió con intranquilidad. La joven pese a su edad ya tenía unos pechos bien formados con unos pezones rosáceos, y su piel nívea brillaba a la luz de las velas. Era alta y grácil, y entre sus piernas ya se vislumbraba el vello platinado que cubría sus partes íntimas. «Frente a mí está la mujer más bella del mundo», pensó el joven caballero, mientras hacía una breve reverencia y salía con rapidez de la recámara, escuchando unas risitas a sus espaldas.

El sol había aparecido por el Este cuando la joven salió de sus aposentos dando instrucciones a sus doncellas y sirvientas. El joven Criston quedó estupefacto al verla. El atuendo que llevaba la princesa era espléndido, estaba completamente ataviada en sedas de diferentes tonalidades rojas con largas mangas, y con un cuello alto de encaje myrense. En el vestido llevaba detalles de flores doradas, y en su cintura una cadena de oro que marcaba grácilmente su figura. Su cabello plateado estaba peinado en una trenza que de espaldas simulaba una corona, y lo llevaba adornado con rubíes. Llevaba unos pendientes de color dorado y escarlata, así como sus manos rebosantes en anillos de oro. Sin embargo, lo que más le llamó la atención al joven fue el collar que colgaba del cuello de la princesa, un accesorio que nunca había visto antes en ella. Era una joya preciosa, que poseía dos cadenas negras de metal y en el centro deslumbraba un precioso rubí.

—¿Un regalo de vuestro padre, princesa? —preguntó con curiosidad, señalando el collar. La joven se sonrojó y rió, al igual que sus damas de compañía, las jóvenes Strong. Tomó con energía el brazo del joven caballero y se dispuso a caminar.

—Mi atento caballero, he de decir que es un regalo que no me esperaba. ¿Distinguís que es de acero valyrio? —preguntó con orgullo, levantando una ceja. El joven se detuvo para darle otra mirada al collar y tomarlo entre sus manos. «Efectivamente es acero valyrio. —pensó sorprendido. Una sombra de duda llegó a su cabeza. —El príncipe Daemon llegó hace unos días con regalos, y ahora la princesa tiene un collar de acero valyrio», pensó molesto. —Tengo otro igual a éste, y se lo daré a mi hermana cuando sea mayor.

«Hermana», pensó ser Criston, avanzando tras la joven. La princesa estaba empecinada en que el Torneo era una farsa, y que había sido innecesario invitar a los Señores de todos los rincones del reino para presenciar el nacimiento de una niña. Desde que la reina Aemma había anunciado que estaba encinta, la joven no paraba de expresar la felicidad que tendría al recibir a su hermana e instruirla. El rey se limitaba a negar con su cabeza, y la reina Aemma reía con las palabras de su única hija. «Se llamará Visenya, ser Criston. Lo he soñado, la he visto con su cabellera dorada y plateada, sus rizos y sus amables ojos de color violeta oscuro. Era más hermosa de lo que nunca seré», solía decir la princesa. Él nunca sabía qué contestar ante las ocurrencias de la joven. «Vuestra familia ya tiene a su Visenya, princesa, sois vos», respondía el joven cuando la osadía le permitía hacerlo. La princesa reía y expresaba que prefería ser comparada con la reina Rhaenys, esposa de Aegon el Conquistador, quien vestía en hermosas sedas, pero también la armadura cuando era necesario. «Y quien también gustaba de la compañía de jóvenes y sus halagos. Espero que resultéis ser más que una joven vanidosa y poco cauta. Las mujeres deben ser el reflejo de la Doncella», pensaba el joven con disgusto. A medida que la joven Rhaenyra crecía su personalidad se convertía aún más en lo que el rey Viserys llamaba "la sangre del dragón", y le preocupaba el júbilo de la princesa al ser el constante centro de atención de los grandes señores y jóvenes.

Jacaerys x DaenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora