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El Espíritu del planeta cayó de rodillas. No tenía más trucos ni aliados a los que recurrir. —¿Por qué dejaste que esto pasara? —preguntó a Ari con ojos que se derretían en lodo y lágrimas—. ¿Odias tanto tu planeta?

La mano de piedra apretó con más fuerza a Ari, pero la joven ya no sentía dolor. No sentía nada excepto el frío. Calculó el tiempo que llevaba allí y comprendió que no debía quedarle mucho tiempo, ni en el mundo real ni en el Entresueño. Además el agua ya había alcanzado la plataforma de piedra y seguía subiendo.

Ari miró al Espíritu. Las lágrimas caían silenciosas por sus mejillas mientras hundía la vista en el vacío.

"Así que así termina todo", pensó la guerrera. Siempre asumió, o deseó, morir en batalla. En cambio se iría inmovilizada por una mano de piedra y cubierta de agua.

Cerró los ojos. Se preguntó si el Rey Fénix sería capaz de resucitar al planeta con el fuego mágico del ave... Esperó que sí. Deseó que otros seres tuviesen la oportunidad de descubrir lo que era la vida, el sabor de una buena comida, el abrigo de una bebida caliente en una noche fría, el reír entre amigos que te quieren tal y como eres, la caricia de una mano que se siente incompleta al estar lejos de la tuya... Y pensó en la mano que le hacía falta a su lado para sentirse completa.

Ari volvió a abrir los ojos. Milagrosamente se había transportado al salón central de la Torre de Piscis, al lugar donde lo vio por última vez.
—¡Piraña! —gritó al distinguir la estatua de hielo.

Corrió hacia su amigo y lo abrazó. Ya no sentía el frío de su tacto pues todo a su alrededor había descendido a una temperatura bajo cero.

—Lo lamento tanto —murmuró Ari—, nunca quise lastimarte. Nunca debí decir nada de lo que dije. Yo soy la ridícula, no tú. La ridícula que tiene miedo de mostrar sus emociones porque "no vaya a ser que se burlen de ella" —dijo remedando su propia voz—, la que quiere que el mundo sea lógico y práctico cuando en realidad el mundo no es nada razonable ni lógico. Yo, por ejemplo, nunca soy razonable. El fuego nunca lo es.

Se sentó junto a la estatua. La Torre crujía a su alrededor con el sonido que anuncia un derrumbe. La muchacha pensó en todos los momentos que pasó entre esas paredes en compañía de su amigo. Muchas fueron las veces que acudió a consolarlo por un amor no correspondido, pero también fueron muchos los momentos que pasaron riendo, conversando, comiendo, bailando. Cada vez que estaba aburrida, cada vez que estaba enojada, cada vez que estaba triste pero no quería admitirlo a nadie, Piscis la recibió con una sonrisa y una bandeja de sus golosinas favoritas. Ojalá le hubiese dicho lo bueno que era en lugar de solo haberle gritado cuáles eran, según ella, sus defectos.

—Si pudiera salvar algo de este mundo, sería a ti —murmuró.


La sortija del tritón y la sirena se encendió con un fuego celeste. El mismo fuego brilló en el centro del pecho de Ari y luego también en la esfera de poder.

—Yo te salvaría a ti —dijo la voz interna que hablaba con ella hacía días, pero ahora reconoció claramente que se trataba de la voz de su mejor amigo.

—¿Piraña? —susurró segura de sentir su presencia en el fuego celeste.

—No pudiste encontrarlo en el Entresueño porque nunca estuvo allí —dijo una tercera voz.

Ari volteó. La joven Ofiuco se acercaba a ella con pasos tranquilos y lentos. La víbora amarilla y la serpiente azul se enroscaban cada una en uno de sus brazos dándole la apariencia de tener tres cabezas.

Ante el asombro de la muchacha, Ofiuco se excusó por el cambio de su apariencia. Explicó que, para vencer en este problema, no necesitaban la fuerza de la energía masculina sino el lado nutritivo de la energía femenina. Por eso supo que debía cambiar de forma. —Algún día volveré a cambiar, cuando sea necesario —dijo con una sonrisa.

EL FUEGO DEL AGUAWhere stories live. Discover now