Capítulo 4

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✧EL TRATO CON SU MIERDA REAL✧

 

 

Podía contar con los dedos de una mano las veces que me había despertado con resaca. Todas tenían en común el insoportable dolor de cabeza que nublaba el resto de sentidos y la garganta ardiendo; ya fuera por la bilis o la exorbitante cantidad de alcohol ingerido. Y, ahora mismo, me sentía como si tuviera una multiplicada por mil.

—¿Ha despertado?—En medio de mi bruma fui capaz de identificar la pregunta.

Al abrir mis ojos me di cuenta de que aún tenía puesta mi máscara. Traté de quitármela un momento para respirar con mayor facilidad; sin embargo, algo retenía mis manos. En cada mano había una esposa unida a cadenas de hierro fijadas en el piso. Eso activó todas mis alarmas y de inmediato busqué alguna de mis dagas o mi espada. Pero estaba completamente desarmada.

—¿Buscáis esto?—La voz de antes hizo que volteara mi rostro en su dirección de un latigazo.

Delante mía se encontraba un humano con finas ropas. Tenía el cabello con distintas tonalidades de rubio que me recordaban a los campos de trigo. Su piel era muy pálida; casi de manera enfermiza, como si nunca hubiera salido al mundo exterior. Sus rasgos eran filosos y elegantes, pero no lo encontraba atractivo. Había visto hadas y elfos aún más hermosos que él.

... Como ojos lindos—recordé las cuencas de distinto color de aquel elfo que había visto en el bosque ante ese pensamiento.

—Una espada un tanto larga para una mujer, ¿no crees?—Sus palabras me sacaron de mis pensamientos.

Sostenía una espada larga entre sus manos. El metal brillaba dorado bajo la escasa luz de las antorchas. Pude reconocerla de inmediato al ver la inscripción en la hoja metálica.

—Las mujeres deberían estar en casa cuidando de los hijos de sus maridos o afinando el arte del bordado. Dios prohíba que jueguen con armas tan peligrosas como esta—Una sonrisa condescendiente bailó en sus labios—Las mujeres con armas que se atreven a adentrarse al palacio real sin permiso con un hada terminan muertas. ¿Eso es lo que quieres? ¿Morir por el decreto real?

Mantuve silencio mientras trataba de escanear la habitación. Estaba rodeada de paredes de piedra húmeda con algunas manchas sospechosamente iguales a sangre secada. Detrás de aquel noble había barrotes de hierro y una puerta abierta hacia un pasillo en las mismas condiciones. A mi derecha, escondido parcialmente por las sombras, vislumbré una armadura dorada perteneciente a un soldado.

En una de las manos sostenía una jaula con Anjana adentro. Su forma de lechuza temblaba aterrada. De sus enormes ojos negros brotaban lágrimas del dolor cuando los barrotes rozaban sus plumas.

—Puedo retornarlas... si estáis dispuesta a realizar un trato—Esa voz con tono autoritario hizo que separara mi vista de Anjana y regresara a aquel noble.

—¿Qué carajos quieres?—Espeté harta de su palabrería.

Eso me ganó un buen puñetazo en la quijada; la máscara chocando contra mi hueso, casi fracturándolo. Reprimí un gruñido del dolor simplemente para no darle la satisfacción de saber que me hizo mucho daño. Anjana ululó alterada por la situación y se quemó levemente las plumas al rozar las contra los barrotes de su jaula.

—¡Cuida tus palabras!—Siseó con veneno aquel guardia mientras apretaba con fuerza el mismo puño que me había golpeado—Estás ante Su Alteza el príncipe Lazarus Leonhart, bendecido por el Santo Lázaro.

Así que no se trataba de un simple noble. Si no mal recordaba... Lazarus era el segundo en la línea de sucesión al trono. Pero con la salud precaria de su hermano mayor, el título de príncipe heredero prácticamente flotaba sobre su cabeza. El apoyo de la nobleza se desplazó del primer príncipe al segundo en un parpadeo.

NAMELESS -a little fairy tale-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora