CON EL TIEMPO SUFICIENTE uno es capaz de acostumbrarse a lo que sea. Por muy espeluznante que fuera, eso le ocurría a los terrestres que habitaban en contra de su voluntad en el Monte Weather, ocultos del exterior. Una vez dentro, jamás saldrías de ahí con el corazón latiendo en tu pecho por lo que renunciaban a toda esperanza.
Nadie se escapaba de los hombres de la montaña.
Helena entreabrió los labios y tomó aire cuando le pareció que de otro modo moriría ahogada. Se sentía cansada, exhausta, pero se prohibió resignarse a la sensación. No otra vez. Al instante en el que sus ojos se cerraban una descarga le atravesaba el cuerpo y otro pedazo de vida le era arrebatado.
¿Cuánto tiempo llevaba luchando contra el cansancio? Helena no lo sabía. No aguantaría más. Las sacudidas y reproches frente a ella la mantenía despierta a duras penas.
—Mantente fuerte —le ordenó una voz ronca en trigedasleng nada más volver a cerrar los ojos. La rubia no requería conocimiento del idioma para entender las palabras.
Tras unos segundos, enfocó la vista y encontró la suya en la pequeña distancia que separaba ambas jaulas. La terrestre se aferraba y empujaba las rejas de su diminuta jaula con las manos como si quisiese atravesarlas y llegar hasta ella. Sin embargo, los párpados de Helena le resultaban tan pesados como una tonelada.
Entonces recibió un apretón en la mano izquierda. La responsable la observaba aterrada y un temblor agitaba su labio inferior. Helena juntó toda la fuerza que pudo y le acarició la mejilla con calma, como si tratase de calmar a un niño pequeño. Su desfavorable estado le impedía completar la tarea.
Las fuerzas se le escapaban de entre las puntas de los dedos y por mucho que corriera para alcanzarlas nunca lo hacía.
Jugar al gato y el ratón con la muerte es la peor decisión que puedes tomar y a ella no le quedó de otra. La habían metido a la fuerza.
Trazó sin forma aparente caricias en la mejilla húmeda de la pequeña terrestre y arqueó los labios en la mejor sonrisa posible antes de buscar la mirada de la morena. Ella no le quitaba ojo a la rubia. Asintió orgullosa sin apartarse de las tiras metálicas y resistentes. Sin bajar la guardia. Cuando cerraba los ojos la descarga la hacia revertir el acto y si no, las terrestres lo hacían.