CAPITULO DOS.

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Me había quedado dormida. Sentía mis ojos pesados. Me costó sentarme en la cama, tenía mucho cansancio, por suerte hoy no tendría que trabajar.
Benditos domingos.

Tomé el celular que había dejado sobre la mesita de noche. Al encenderlo, vi una notificación que me hizo feliz: un mensaje de mi mejor amigo diciéndome que ya estaba en Los Ángeles y que se encontraba bien.
Me tranquilizaba mucho.

Una vez enviado mi mensaje comencé a escuchar los gritos mañaneros de mis padres pidiéndome groseramente que haga los deberes de la casa.

—¿Por qué carajos volviste tan tarde anoche?—Me gritó mi madre apenas puse un pie fuera de mi habitación.

—No sé si sabías, pero trabajo seis días a la semana todo el día para traer el dinero que ustedes ni siquiera se molestan en conseguir.

Mi padre se paró del sofá y caminó hacia mi para golpearme una cachetada. Mi madre no se inmutó.

—No vuelvas a contestar así, ¿escuchaste?—Me señalaba con su dedo índice—Ahora cállate y ve a lavar los platos.

Hice caso. Tomé el detergente, la esponja y la pasé por los trastes sucios.

 Tomé el detergente, la esponja y la pasé por los trastes sucios

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Había pasado casi un mes de que Tom había dejado Pacific Groove.

Estaba cumpliendo su promesa, todos los días me escribía preguntándome cómo estaba y contaba su día en la secta. Yo mentía diciendo que estaba bien, pero no era así.

Cada vez era peor, los gritos aumentaban y habían comenzado a maltratarme físicamente. Me empujaban o golpeaban. No podía soportar más, pero seguía dándome miedo unirme a Francisco y su secta.

Un día, salí a dar una vuelta para escapar de aquel lugar al cual no podía llamar "hogar".

Observaba todas las familias felices con los suyos. Mi mayor sueño era tener una así, pero lo veía imposible en mi vida.

Volví a casa, donde mi madre al apenas abrir la puerta ya estaba gritándome.

—¿Dónde mierda estabas?—Se paró del sillón y caminó a pasos fuertes hacia mi—Seguro estabas con el mocoso de tu mejor amigo, ¿no?

Eso me hizo explotar, odiaba que le dijera así a la persona que más adoraba en mi vida.

—¡¿Sabes que?!—Grité, sin temor a nada—¡Estoy harta de ti, de papá, de ustedes y este lugar de mierda! ¿No me quieres ver? ¡¿No me quieres?! Perfecto, me voy—Dicho y hecho. La empujé y rápidamente me dirigí a mi habitación tomando el frasco con todo el dinero que gané en el último mes.

A pesar de que intentó detenerme, pude escapar. Por suerte no estaba mi padre.

Corrí, corrí y corrí hasta llegar a la estación de tren y sin pensarlo dos veces, tomé el primero que llevase a Los Ángeles.

PROFUGOS Where stories live. Discover now