El fin de la guerra

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Podrían pelear, son los últimos. Podrían desollarse con ganas bajo la mirada del Trono de Hierro. Su destino ha sido morir, aquí o en cualquier otro lugar. Aemond mató a Daemon aprovechándose de la fuerza de Vhagar, sacrificando a su montura en el salto. Lucerys, por su lado, ha estado retenido en Desembarco, un prisionero de guerra y también un conspirador, quien vivió su propia guerra hasta que Aegon II fue envenenado. Son los últimos, casi. Son, en verdad, los últimos con ganas de enfrentarse.

Lucerys ha perdido un ojo, Aegon se lo arrancó y lo envió a Aemond como motivación para ganar; quien no pudo con la ira creciente de no ser él quien reclamase su premio del niño. Tal vez su hermano sí se merecía aquella muerte lentísima donde la vida le fue arrebatada de respiración en respiración.

Lucerys no lo tolera, sus charlas son frías cortesías que delimitan el rumbo del reino. Podrían seguir, batalla tras batalla. Aún hay dragones.

Aegon y Jaehaera los detienen. Aegon, el hermano de Aemond, envió a su única hija y al hijo de su hermana a Bastión de Tormentas para ser resguardados, serían sus herederos en caso de una desgracia. La desgracia está aquí y está presente. Pero los niños miran a Luke y Aemond como desconocidos, se refugian en las faldas de una engreída hija Baratheon.

Jaehaera llora cuando le dicen que debe regresar a Desembarco. Aegon se aferra a su prima y dice que no quiere ser rey. Ambos los miran con el fuego tatuado en los ojos por el horror de lo que presenciaron mientras la guerra continuaba. Luke y Aemond tienen que llevarse bien. Son los últimos, tienen que cuidar de un pequeño rey y su pequeña reina. Tienen que cuidar del niño que vio a su madre ser devorada por un dragón y de la niña que encontró a su madre entre las picas del foso la mañana de su cumpleaños. Los niños están rotos. Ellos también.

Corlys Velaryon propone que Aemond se case con la hija de Borros Baratheon. Puede ser el rey. Aemond le recuerda que pudo haber tomado la corona antes y no hizo. Luego le es ofrecido lo mismo a Lucerys, él la rechaza con un argumento simple: "Si no quiero tu asiento, abuelo, tampoco quiero el reino".

Así, los dos se encuentran preparando una coronación y una boda. No se hablan, en realidad, los mensajes vienen y van de un lado a otro de la mesa con frases cortas y concisas. Aemond planea usar el recién reconstruido pozo dragón. Lucerys le recuerda que los niños le tienen miedo a las bestias. ¿A cuáles? A Vhagar, que no es más que un saco de huesos. O al pajarraco de Lucerys, que tiene un ala rota y posiblemente no vuelva a volar. Los dragones se están muriendo. Lo saben. Ellos serán los últimos jinetes. Rhaena dice que podrá eclosionar su huevo... Y ojalá lo haga, es la última de con una línea directa de sangre Valyria. Es la esposa que Corlys está rifando para que Luke y Aemond se peleen. Es una oferta tentadora, pues a sus pies va la lealtad de Marcaderiva. Ninguno se atreve a responder a las obvias insinuaciones. Rhaena tampoco parece dispuesta, no después de que Baela muriese en su terquedad asediando Desembarco.

―Una esposa es lo último que necesito ―escucha murmurar a Luke en un escueto desayuno compartido―. No voy a heredar más que odios y humillaciones.

Aemond piensa en Alys muriendo en el lecho, con un bebé monstruoso dentro. ¿No dio a luz Rhaenyra un engendro mitad humano, mitad dragón? Están condenados. Sucios. Marchitos. Rotos. Malditos.

Llevan a Aegon con Jaehaera de nuevo a la corte. La Baratheon viene con ellos. Aemond todavía tiene una deuda con ella. Se le pide, en nombre de la casa real, que espere hasta el momento en que los reyes hayan sido coronados, para poder definir su situación. La mujer sonríe, esa noche llega a la habitación del príncipe con menos ropa de la que debería.

―Si me haces un hijo y nos casamos, podría ser el próximo príncipe del reino ―dice, con los ojos llenos de ambición―. Esos niños no durarán mucho con vida.

Enredaderas y  escamasWhere stories live. Discover now