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El Karma había llegado, más rápido de lo que hubiera deseado.

Lo merecía, pero aun con eso en mente su penitencia parecía demasiado como para poder soportarla. Era un mal chiste, eso era, porque el uno de los alfas más cotizados y mujeriegos de Colombia estaba sufriendo por un mal amor.

Oh. . . Cuántas noches de insomnio había pasado, tan asustado y vulnerable que solo respirar parecía difícil. ¿Acaso era tan malo estar enamorado?

En cada ocasión, su aroma tan amargo recorría todo el apartamento impregnándose en cada rincón y hoy no era diferente, la dolorosa sensación en su pecho era terriblemente abrumadora, pero nadie podía culparlo, no cuando su destinado estaba a punto de desposar a otra persona. Lloro, grito, pataleo como un niño, pero nada fue suficiente, lo quería a él, a Armando Mendoza, su omega.

Deseaba robarlo del altar, de su familia, pero sobre todo de los brazos de esa fea, ella no lo merecía, no después de todo el daño que le provocó al omega. Recordar como Armando fue capaz de golpearlo y echarlo de su vida solo por Betty inyectaba veneno a su sangre. Él debía estar con Armando en la iglesia, no esa mujer, era él quien lo había soportado en sus peores momentos, aguantado sus borracheras y recibiendo sus golpes ¿Todo para qué? ¿Para qué lo detestara y lo viera como a un enemigo? Era simplemente injusto.

Cuatro meses, solo cuatro meses fueron suficientes para que 'esa' le quitará el puesto que Mario busco por tanto tiempo.

Una lágrima corrió por su mejilla, aún podía sentir aquel día a flor de piel, recordaba cada palabra, cada puñetazo y nada le dolió más que esa mirada desdeñosa con la que Armando lo miro. Aun en el ascensor, con su cuerpo atestado de adrenalina, lo vio, allí tan miserable, lamentándose por otra persona. Antes de que las puertas cerraran como un último intento busco los ojos del omega, pero nada, hasta el último momento fue capaz de ignorar las lágrimas rebosantes de sus cuencas.

Lo odiaba, detestaba amar a Armando Mendoza, aun con todo el desastre que el hombre implicaba, su corazón latía desenfrenado por él, aun cuando lo atacó como si fuera escoria, no se defendió y tampoco fue capaz de devolverle ninguno de sus golpes. Había sido destruido de todas las formas posibles y todo por amar a un hombre.

Hecho un ovillo entre sus sábanas con sus piernas entumecidas y sus costillas presionando contra sus pulmones su lobo gruño desesperado. No debió contestar aquella llamada, duro quizá treinta segundos, pero una frase lo devolvió al infierno que vivió en Ecomoda.

"Armando va a casarse con la fea, con Betty." Esa voz cargada de burla y resentimiento sonó como eco a través de la línea, Mario no supo cuando colgaron, pero sus manos temblorosas y el frío corriendo por su columna vertebral hicieron que el teléfono cayera al suelo.

Esa persona siempre observó, veía esas pequeñas miradas, sonrisas y bromas exclusivas para su amado presidente, por lo que sin duda sabía cómo echarle sal a la herida porque Marcela Valencia estaba tan herida como él, hasta peor. Había pasado tanto tiempo burlándose de ella que no se dio cuenta de que él era lo mismo, solo que con otro rostro y frente a este panorama por fin pudo entenderla. Imaginar a Armando en manos de otros lo enloquecía, sus dedos picaban por marcarle, necesitaba saber cómo y con quién estaba y si era franco, podía armarle un escándalo solo por verle besarse con otro que no fuera él.

Nunca se había desquiciado tanto por alguien, nadie era más importante que él mismo, pero por primera vez en años esto cambió y de esta misma forma pudo sentir como el vínculo con su lobo desfallecía poco a poco. Porque su contraparte animal amaba, adoraba, veneraba a Armando Mendoza más de lo que su raciocinio humano le permitía comprender. Su alfa lo culpaba de todo y aunque no lo dijera en voz alta le daba la razón, a fin de cuentas, para este punto la sensación de pérdida que los recorría era lo único que los unía.

─── Armando ─── Deseaba desesperadamente una respuesta ─── Por favor, ¿Qué hice mal? ───

Tan solo obtuvo un tirón en su pecho que no hizo más que dejarlo temblando y llorando por algo que nunca tuvo, no sabía qué significaba o siquiera si tenía algún sentido, pero estaba allí haciéndolo tan infeliz como todo a su alrededor y aunque el sol caía sobre la bella ciudad de buenos aires, su apartamento estaba frío, tan frío como la expresión que adornaba el rostro del joven omega que se encontraba escuchando las palabras del padre.

La marcha nupcial comenzó y el silencio cayó sobre el salón mientras la novia caminaba por el pasillo luciendo un brillante y pomposo vestido blanco. Los labios de Armando surcaron una sonrisa que nunca llegó a sus ojos, estar allí parado bajo la mirada atenta de todos los invitados era un amargo recordatorio de su deber. Quería correr, pero era demasiado cobarde y, sin embargo, su corazón latía rápidamente como si en cualquier momento fuese a salir de su pecho para huir despavorido.

Quería hacer feliz a esa mujer, era lo mínimo que merecía, pero de solo escuchar la voz del padre, lo poco que había comido subía por su garganta, ver como a cada paso ella se acercaba con una deslumbrante sonrisa, hacía que sus rodillas se sintieran débiles casi dejándolo caer al suelo. Los votos fueron dichos y Armando solo podía escuchar bombeo de su corazón sobre sus oídos, sus manos temblaban al entregar los anillos y su tráquea se cerró al dar las palabras. Sus ojos rebosaban en lágrimas, algunos lo miraban enternecidos pensando inocentemente que era por pura y sincera felicidad, mientras que, por el contrario, él solo quería gritar desconsolado.

─── Y aquel que se oponga a esta unión que hable ahora o calle para siempre ───

Nuevamente, un silencio ensordecedor cubrió a todos los presentes y el omega tan indigno de estar en aquella ceremonia, esperaba una entrada dramática por la puerta que lo sacara de allí, como siempre fue ignorado, pero esto no le sorprendía.

─── Aquello que Dios juntó que el hombre no lo separe. ───

Finalmente, los aplausos y fanfarrias se abrieron paso entre los invitados y Armando no pudo sentirse más ajeno. Alfa y Omega sufrían por igual sometidos por su contraparte humana, ellos siendo unidos por los dioses y separados por el orgullo del hombre




Por tu orgulloWhere stories live. Discover now