No nos conocemos de nada, pero creo que deberíamos

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Getō Suguru observó el vuelo de los pájaros a través de la ventana. No supo acertar su especie, los animales eran más rápidos que sus ojos. El cielo claro de la primavera le alegraba la tarde de estudio. Recluido en un alejado pupitre de la biblioteca, en el rincón en el que siempre se sentaba para trabajar, su cerebro comenzaba a distraerse del temario que tenía delante. Astronomía era una asignatura que, si bien le encantaba, a veces se le hacía algo tediosa.

La pareja de pájaros regresó al cristal y se posó, grácilmente, sobre el quicio de la ventana. Se pusieron a piar y parecía que estaban manteniendo una conversación, y Getō no pudo evitar esbozar una suave sonrisa. Sus voces cantarinas le alegraban el momento. La pareja de animales, Pirrhula pyrrhula, se aproximó a la ventana y, como si se sintieran observados, giraron para mirar al muchacho antes de volar otra vez.

Suguru suspiró con cierta tristeza por haber importunado a los animales sin pretenderlo y se colocó un mechón de pelo detrás de las orejas. Tenía que volver a la materia o el examen de mañana no saldría tan bien –era un alumno de matrícula de honor y quería seguir manteniendo esa media.

–Getō-san –una dulce voz lo llamó.

Suguru no tuvo que girarse para reconocer quién era. Había estado tan ensimismado con los pájaros que no había visto cómo dos muchachitas, Nanako y Mimiko Hasaba, se le habían acercado. Las hermanas estaban en su primer curso en la Escuela de Magia y Hechicería de Hogwarts, mientras que Getō estaba ya en el último.

–Hola, chicas. ¿Qué hacéis aquí? –él preguntó con gentileza.

Los tres se habían conocido el año pasado, y por circunstancias curiosas. En verano, los padres de Getō se divorciaron y su madre decidió poner tierra de por medio entre su ex marido y ella, llevándose a su hijo con él porque aún era menor de edad. Decidida a empezar de cero, se mudó a Gran Bretaña porque una amiga de la infancia, su mejor amiga, la acogió en casa en aquellos momentos tan difíciles. Y esa buena mujer no era otra que la madre de las hermanas Hasaba.

Las mujeres, aunque habían compartido infancia y juventud, habían crecido en entornos muy distintos y habían sufrido vivencias también muy diferentes –la madre de Getō se quedó muy pronto embarazada de él, la madre de las hermanas pudo estudiar y mudarse al extranjero, donde allí conoció a su marido y pudo formar una familia con él.

Estuvieron en su casa durante unas semanas, hasta que su madre encontró un pequeño apartamento lo suficientemente espacioso para los dos. Y fue entonces cuando Getō conoció a las pequeñas por primera vez. Ya las había visto en fotos, su madre le había enseñado las cartas que se enviaba con su amiga. Pero aún no se conocían.

Y las nenas, tan pequeñas e inocentes, con apenas doce años, se asustaron un poco. Suguru era un adolescente tranquilo y respetuoso, pero no dejaba de ser un desconocido para ellas. Pero, poco a poco, la cosa cambió y ellas le perdieron el miedo, sobre todo cuando llegó septiembre y empezó el curso escolar.

Los tres iban a ir a Hogwarts por primera vez, ellas por edad y él por haberse cambiado de escuela. Y Getō, que las vio demasiado perdidas en aquella enorme escuela, se encargó de cuidarlas como si fuesen sus propias hermanas. Su protector incluso cuando se dividieron y fueron a casas distintas –Suguru a Ravenclaw y Nanako y Mimiko a Hufflepuff.

Todos los días, Getō se aseguraba de ver a las hermanas para preguntar por su día, para hacerles un poco de compañía porque aún se sentían un poco incómodas en un sitio tan grande –lejos de sus padres, lejos de su hogar. La residencia en Hogwarts no era fácil, y Getō lo sabía e intentaba facilitar las cosas todo lo posible.

A él también le había costado adaptarse a su nueva escuela, sobre todo porque en Japón había dejado atrás sus amigos y conocidos –su vida. Pero el motivo estaba justificado y no quería regresar. Además, en su caso, sólo tendría que estar un año para graduarse. Y, aunque echaba de menos su antigua escuela, reconocía que Hogwarts también tenía cosas buenas.

No nos conocemos de nada, pero creo que deberíamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora