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La luz cegadora los envolvió por un instante, al siguiente fue como si despertaran de un largo sueño. Estaban tendidos sobre las arenas del desierto, bañados por la ardiente luz del sol.

—¿Dónde carajos estamos?

Katsuki se levantó aturdido, intentando distinguir si lo que veía era la realidad, o era solo una extraña ilusión causada por ese accidente con el imitador de quirk en el que quedaron atrapados.

—¡Bro, estamos en medio del desierto! —gritó Kaminari levantándose— ¡¿Cómo vamos a volver a la escuela?!, ¡Aizawa va a matarnos!

—Bueno, si nos encuentra primero por mí está bien —dijo Kirishima uniéndose a sus amigos en los intentos por averiguar dónde estaban.

—Olvídenlo, esa loca de los estudios generales nos metió aquí, ella tiene que sacarnos —interrumpió Bakugo.

—¡¿Entonces qué haremos?! —preguntó Kaminari presa del pánico.

—Por el momento, buscar un lugar donde refugiarnos del sol… Luego buscaremos a los demás, Deku, esa maldita cara redonda y ojos de mapache estaban con nosotros…

Katsuki estaba a punto de comenzar su camino cuando el galope de unos caballos llamó su atención. Lo que al principio le pareció un espejismo tomó la forma de una cuadrilla de soldados que iban hacia ellos.

—Carajo.

—¿A dónde dijo Hatsume que llevaba su máquina?

—Un puto libro de cuentos —escupió Bakugo.

—¿Qué cuento es este? —murmuró Kaminari.

Ninguno atinó a responder, aunque se prepararon para huir había algo extraño entorpeciendo sus quirks. Los soldados, que hablaban en un lenguaje desconocido, consiguieron someterlos. Bakugo consideró que era mejor seguirlos, así al menos podrían llegar a alguna ciudad. Los ataron por las manos a los caballos y cabalgaron perdiéndose entre las arenas del desierto.

Los llevaron a un lugar donde no morirían de insolación. Un pueblo nada modesto de negocios llamativos y calles amplias pavimentadas de forma rústica. La gente los miraba con curiosidad al verlos pasar, por la forma en que iban vestidos (con sus trajes de héroe de la academia), sus facciones y el tono de sus pieles.

La curiosidad impulsó a los habitantes a seguir a los soldados por la ciudad, hasta un enorme palacio.

—Creo que ya sé donde estamos… —masculló Kaminari—. Se parece a esa película del genio en la lámpara.

Los nervios se convirtieron en miedo cuando los guardias que los capturaron los arrojaron en medio de una enorme plaza, atados por las manos y arrodillados.

Más personas extrañas salieron del palacio para verlos como si fueran animales de circo.

Un hombre, que por su vestimenta se delataba como el sultán, bajó la escalinata acompañado de un séquito de guardias y mujeres. El hombre habló en un lenguaje extraño, levantando las manos hacia sus súbditos, quienes aplaudían y celebraban.

—¿Qué estará diciendo este cabrón? —habló Bakugo.

Uno de los guardias lo golpeó con la base de su lanza para hacerlo guardar silencio, Bakugo se levantó dispuesto a defenderse. El sultán dió una orden y las lanzas de sus guardias fueron apuntadas hacia los tres chicos.

Una de las mujeres que acompañaba al sultán se interpuso entre los guardias y los hombres capturados. Ella dijo algo en un tono de voz extrañamente familiar, el sultán asintió y esa mujer se inclinó hacia Bakugo ofreciéndole un cántaro con agua.

Sultana de jade [Katsudeku]Where stories live. Discover now