II

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Día y noche Farah era custodiado por sus fieles guardias, la mayor parte del tiempo por Ochako y Mina, ellas jamás lo dejaron solo, mantenían alejado a cada hombre que no fuera el sultán, por lo que ni siquiera Kirishima o Kaminari pudieron acercarse.

Los guerreros fueron tratados como nobles en el palacio, podían ir y venir con libertad, el sultán le daba a cada uno todo el oro que pudieran pedir y ponía a su disposición a sirvientes y animales por igual. Eijiro y Denki se perdían en el palacio, a veces explorando, a veces demasiado concentrados en todo lo que los rodeaba, la cultura, los habitantes, incluso los entrenamientos de las tropas.

Katsuki por otro lado se volvió un ávido explorador. Se perdía días enteros recorriendo la extensión del reino, atravesaba las calles como un poblador más, recopilaba información de ese extraño lugar intentando hallar la forma de salir de ahí, las arenas del desierto lo tenían cada vez más fastidiado.

Sucedió una tarde calurosa, Katsuki volvió de otro de sus acostumbrados paseos. El ambiente que lo recibió fue extraño, los sirvientes ni siquiera lo miraban, todos huían de su presencia.

Corrió a las habitaciones en busca de respuestas, pero ni Eijiro ni Denki estaban por ningún sitio. Fátima era la única persona dispuesta a mirarlo, la chica estaba hincada frente al ventanal más amplio de su habitación, en cuanto lo vió entrar le dió una mirada melancólica, luego volvió su rostro al cielo.

—¿Qué sucedió? —quiso saber Katsuki.

—Una tragedia —respondió ella, levantándose para ofrecerle una reverencia—. Vino una mujer comerciante esta mañana, el sultán no quiso nada de lo que ella ofrecía; ella dijo que llevaba muchos días viajando, que no tenía comida ni agua, pero al sultán no le importó y la echó… Los guardias la descubrieron robando agua de los establos, el sultán la condenó a muerte... Pero Farah… él suplicó al sultán para que la perdonará… Por ir en contra del sultán lo sentenciaron a cien latigazos en la plaza central… Cuando sus amigos intentaron detener su castigo también fueron sentenciados y encerrados en el calabozo…

Su mirada se llenó de terror con cada palabra, quiso correr hacia el calabozo y sacar de ahí a Kirishima y Kaminari, pero Fátima lo sujetó antes que diera algunos pasos. Ella al igual que el resto de mujeres tenía prohibido tocar a los hombres, pero con las semanas que pasó con los guerreros comprendió que ellos no eran como los hombres de la región, ellos eran más humanos que monstruos.

—No vaya por favor —suplicó entre lágrimas—. Si usted desobedece al sultán, a Farah le irá muy mal.

—¿Por qué?

—Son sus guerreros, si ustedes se revelan el sultán lo culpará a él…, por favor no vaya.

—¿Dónde está Farah?

—En su habitación.

Fátima por fin lo soltó, él le ordenó que cerrará las puertas y no dejará entrar a nadie. Entonces salió por el balcón de su habitación y se movió maniobrando por las paredes exteriores, sabía de sobra que aunque Ochako y Mina custodiarán la habitación de Izuku nunca lo dejarían pasar.

Cruzó el palacio escalando por los muros y caminando por los techos abovedados, hasta que llegó a la habitación del otro extremo, una de las más ostentosas. Se dejó caer sobre el balcón y entró sin pedir permiso.

Había al menos diez mujeres reunidas alrededor de un cuerpo delgado. La persona que era el centro de las atenciones tenía la espalda descubierta dejando ver las marcas sangrantes que dejó el látigo. Estaba inclinado sobre sí mismo, sollozando mientras las mujeres cubrían su espalda con ungüentos extraños.

Se acercó por impulso y mandó a callar a las mujeres con un gesto cuando alguna quiso gritar.

Izuku notó su presencia, levantó el rostro, y Katsuki se encontró con esos preciosos ojos verdes colmados de lágrimas.

Sultana de jade [Katsudeku]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang