CAPÍTULO XL

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AUDRY

—No, nunca he leído un libro —confesó Haakon.

Asentí, pero inevitablemente sentí una dolorosa punzada en mi vientre. Era triste pensar en cuantas personas eran privadas de derechos tan fundamentales. Aún así, solo asentí, porque comenzar a hablar de aquello depararía una conversación desagradable.

—¿Alguna vez has pensado en pagar a algún tutor para que te enseñe a leer y escribir?

Él se encogió de hombros, mientras su largo cabello se removía ligeramente por la suave brisa exterior. Unos guardias nos habían relevado hacía poco, así que ahora nos podíamos permitir pasear tranquilamente por los alrededores sin necesidad de estar completamente alerta.

Aunque, si era sincero, en estos días era complicado no estarlo constantemente.

—Quienes saben leer no pierden su tiempo educando a guerreros de Güíjar. No somos bienvenidos en muchos lugares. —Pero no parecía afectado al decirlo, tan solo relataba un hecho. Una cruda aceptación se hallaba en sus ojos, y verle así fue más triste para mí de lo que hubiera sido verle apenado.

—Yo tampoco sé leer demasiado. Todo lo que aprendí fue por mi abuela, que en su juventud ayudó a varias sumas sacerdotisas del gran templo de Zabia. Pero cuando fui suficientemente mayor como para aprender a leer, para ella también habían pasado los mismos años, así que no tuvo oportunidad de enseñarme demasiado antes de comenzar a no ver apenas más que borrones —le dije, observando de reojo su postura relajada. Él parecía seguro de sí, tanto que ni siquiera acercaba su palma a la empuñadura de su espada; yo, sin embargo, cerraba con fuerza mi mano sobre el mango de ésta, observando nerviosamente entre la densa oscuridad que se propagaba por Sindorya —. Aunque sí conocí a alguien que leía muy bien. También escribía, de hecho, y no lo hacía para nada mal; al contrario, era un genio con la pluma.

—¿Ese escriba es quien te tiene tan triste?

Frené en seco, y le miré de hito en hito.

—¿Qué has dicho?

El guerrero se carcajeó, y resopló —: Podría decirte que no lo sabía y que con tu respuesta lo he averiguado, pero no soy tan inteligente.
Simplemente he visto tu rostro...  Una mirada así delata a cualquiera.

Estuve a punto de responderle, de confesarle que realmente no había sido una gran historia de amor, sino que en su lugar tenía un final triste y desesperanzador. Que no había sido más que un engaño, aunque alguna vez para mí se sintió...  real.

Pero, entonces, Haakon frunció el ceño y ladeó la cabeza. Esperé escuchar algo que pudiese haber llamado su atención, pero a nuestro alrededor no se oían más que los relinches de los caballos, el incesante grillar y el pesado zumbido de los insectos.

—Ahora te veo —se despidió, haciendo el amago de girar en dirección a la enorme casa, pero se detuvo en el último momento y con un cautivador guiño añadió —: Ten cuidado, ¿está bien?

Bufé intencionadamente mientras el guerrero se marchaba, y justo como esperé recibí una risa baja de su parte. Dioses, me encantaba su risa. Era tan...  varonil. Tan áspera, tan brusca. Y sabía que de este tipo de hombres me había reído tantas otras veces, pero él...  no era ese tipo de hombre.

Sí, era masculino. Y sí, sin duda no destacaba por su inteligencia más que en combate. Era impulsivo, sangriento y leal a algunas costumbres antiguas y primitivas, pero...

Vale, no seguiría con esto, porque incluso yo me estaba dando cuenta de que lo estaba dejando por los suelos. Aún así, por muchos defectos que tuviese, no me desagradaba. Me hacía reír, no trataba de ocultar su interés con desinterés o medias verdades, y sobretodo podía pasar horas hablando con él sobre posibles viajes, distintas culturas y fantaseando sobre la posible vida tras el mar de Vignís.

Reino de mentiras y oscuridad Where stories live. Discover now