Era un día frío y lluvioso en Buenos Aires. Thomas, un joven apuesto y carismático, estaba sentado en su café favorito, mirando por la ventana. La lluvia caía suavemente, creando un ritmo hipnótico en el cristal. A pesar del clima, Thomas se sentía cálido y acogedor en el interior del café, con su taza de café caliente en la mano.
De repente, la puerta del café se abrió y una mujer entró. Estaba empapada por la lluvia, pero su sonrisa era brillante y cálida como el sol de verano. Thomas se sintió atraído por ella de inmediato. Había algo en su aura que lo hacía sentir como si la conociera desde siempre.
Ella se sentó en la mesa de al lado y Thomas no pudo evitar mirarla. Sus ojos se encontraron y ambos sintieron una conexión instantánea. Thomas sabía que tenía que hablar con ella, pero estaba nervioso. Después de todo, ¿qué podría decirle a una mujer tan hermosa y misteriosa?
A medida que pasaban los días, Thomas y la mujer, a la que había llamado "Eva", se volvieron inseparables. Pasaban horas hablando, riendo y compartiendo historias. Thomas se sentía más vivo que nunca. Pero a medida que su conexión se profundizaba, también lo hacían sus dudas.
Empezó a notar cosas extrañas. A veces, cuando miraba a Eva, parecía desvanecerse un poco, como si fuera una ilusión. Y a pesar de que pasaban tanto tiempo juntos, nunca la veía interactuar con nadie más. Thomas comenzó a preguntarse si Eva realmente existía o si era solo un producto de su imaginación.
Un día, mientras caminaban por el parque, Thomas decidió confrontar a Eva. Pero antes de que pudiera decir algo, Eva se volvió hacia él con una sonrisa triste.
"Thomas", dijo suavemente, "creo que ya lo sabes, ¿verdad?"
Thomas asintió, las lágrimas llenando sus ojos. "Eres... no eres real, ¿verdad?"
Eva asintió. "No en la forma en que tú lo eres. Pero eso no significa que lo que compartimos no fue real."
Fue entonces cuando Thomas se dio cuenta de la verdad. No solo Eva, sino todo su mundo, era un sueño. Y él mismo era solo un personaje en ese sueño.
