DIECINUEVE: Nuestras pesadillas

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Ten no es un perdedor. Asume que su orgullo estable y autoestima del tamaño de un risco se debe a las burlas incesantes de las personas a su alrededor, los que en algún punto se amoldaron al adjetivo "inhumano".

A quienes le dijeron que nunca lograría nada, que se pudriría entre libros y polvo, a los que lo felicitaron por ser delgado, así no tendría hambre cuando el dinero fuera escaso por su pésima elección académica. A los que se alzaban de hombros para presumir lo necesarias y generadoras de capital que podían ser sus profesiones. A los comentarios bifóbicos que lo llamaron indeciso y afeminado como si fuera un insulto.

Todos ellos formaron su carácter decisivo y de acero. La idea de no haber nacido para una meta y lograrla lo llenó de satisfacción; sin embargo, siempre supo que ese era su verdadero hogar, que había nacido para eso. La dualidad entre lingüista y ninfa se abrazan a él. No es ningún tipo raro o en peligro de extinción. Sólo es él y está orgullo sin importar lo que eso sea.

John no representa un obstáculo para sus objetivos: ser feliz. Pues no es la primera vez que alguien pretende obstruir su camino por mero capricho. Y no va a permitirle salirse con la suya y seguir alimentando una fantasía imposible. La inmortalidad no es un vino que brote de la tierra y tampoco es algo que Ten agradecería. Ha visto las ojeras de dolor y cicatrices en el alma de John como para imaginar que vivir por siempre es un sueño ideal. Jamás lo ha querido así.

Porque buscar la eternidad significa que el tiempo no vale ni un gramo y los esfuerzos de la vida no tienen una medida, son nulos y se pierden conforme avanzan los días que, para cierto momento, dejan de ser contables.

—Atrévete—casi escupe con el fuego encendido. Ten no sólo es agua.

Las sábanas producen un ritmo de ficción a la par del aire escapando de sus pulmones. Cierra los ojos y deja caer la cabeza contra la almohada ante el golpe sin aviso de John.

Escucha lo inestable que es la cama en cada embestida y se aferra a los hombros del demonio sin tener tiempo de procesar el mundo que lo rodea. Es como la primera vez, no le tiene clemencia y lo único que puede hacer es jadear por aire cuando John lo sostiene con tanta firmeza. No puede escapar. Nunca lo hace.

Lo escucha dentro de su cabeza porque la barrera es débil, se derrumba junto a él, es apenas un diente de león en medio de la ventisca, insignificante para los que saben lo mucho que importa. Las palabras van y vienen, humedecidas por su lengua y con mordidas ligeras en los costados. Ese es el John que conoció en esta vida, el que no se limita por soplar, sino que admira su desastre y Ten se complace de encontrarlo de ese modo. Al borde de lo humano.

No un demente obsesionado con la fragilidad del mundo. Porque Ten no es frágil y sonríe al sostener los cabellos cortos que nacen en la nuca de John cuando este se dedica a besar su cuello sin atreverse a rasgarlo. O los dedos que masajean su cadera en cada movimiento pesado contra su interior. Podría afirmar que, dentro de casi todo su contexto, es la primera vez que John se muestra receloso de Ten, como si intentara demostrarle que es suyo y de nadie más, ni siquiera de él mismo.

—Johnny—gime en medio de su alucinación y recibe un par de labios sobre su pecho que succionan la piel como si no hubiese mañana. Es un demonio muy necesitado de contacto físico que a veces se cuestiona si realmente es inmortal. —Ahí no.

Por supuesto que el demonio sabe lo que hace, sabe lo satisfactorio que es para Ten sentir la presión sobre su estómago. De algún modo, una almohada termina bajo su espalda baja y el peso del cuerpo del otro, el hombre que le saca unos diez centímetros de estatura presiona su pecho y lo deja mareado en plena extasía.

No se atreve a volver a refutar sobre la forma en la que dispone de él sobre la cama. La presión en su vientre lo abruma y se atreve a aferrar las manos de John sobre su cadera. De lo contrario, presiente que podría morir. Romperse en dos y estar feliz con eso. Trabaja para mantener su respiración dando bocanadas grandes e inflando su pecho para evitar que el pesado cuerpo del otro lo asfixie. Es una lucha donde la ansiedad y el placer no tienen una línea divisoria clara. Ten se vuelve genuinamente loco.

Synenērgy: Teoría de la reminiscencia [JOHNTEN]Where stories live. Discover now