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Acechando...

Vigilando...

En las sombras...

La mujer se iba a jugar la última carta...

El silencio puede ser peligroso...

— Piensa bien lo que harás con esa información — expresó, mirándola inquisidoramente.

— Lo que vaya a ocasionar me importa poco — espéto fulminandola con la mirada.

Su hermana menor suspiró y se sentó frente a ella con elegancia y porte aristocrático. Se planchó con sus manos la fina tela del vestido mientras maquinaba sus palabras. Su acompañante ya presentía lo que diría, después de todo, seguía siendo la única que se atrevía a darle pleitesía.

— Claramente mis palabras no cambiarán tus intenciones pero lo voy a intentar.

— Kanna — le nombró suave, casi en un susurro.

Su hermana mantenía esa característica expresión de imperturbabilidad en su rostro. Desde que era una bebé, Kanna solía expresar sus emociones a través de la mirada. Kagura, se convirtió en una hermana sobreprotectora y la única que podía descifrar sus cambios, sus alteraciones de ánimo. En ese momento solo existía preocupación en sus iris grisáceas.

Había viajado desde Nueva York hasta Tokio. Dejó estancadas sus obligaciones laborales y personales. Amaba tanto a Kagura que no podía mostrarse indiferente ante su reciente desequilibrio emocional. Kanna era una joven extraña; tan tímida, tan callada pero astuta y observadora.

— Solo estás dolida pero nunca lo haz amado.

Kagura sonrió ante lo dicho. Se arrellanó en el sofá y se acarició los labios con la yema de su dedo índice. Su mirada brilló, cargada de codicia. Como siempre, su hermana estaba dando en el clavo. Realmente nunca ha amado a Sesshōmaru solo deseaba una vida cómoda, libre de preocupación. Si se convertía en su esposa ya no tendría que luchar para mantener esa fachada. Los Nizza estaban en la quiebra, prácticamente en la calle y ella, siendo una mujer tan materialista jamás iba a renunciar a su único salvavidas.

Al vivir esos meses con Sesshōmaru en Londres se dio cuenta que el ojidorado vivía una vida holgada, cómoda y el dinero no era un problema para él. No esperaba menos del único heredero Taisho. La cadena hotelera que su padre creó ni siquiera le importaba solo se aseguraba de que el depósito estuviera mes a mes en su jugosa cuenta de banco en el extranjero. Siendo socio y gerente de una agencia aduanera, la más importante en Londres, obtenía un ingreso digno de perseguir.

— El amor no importa — contestó luego de un largo silencio.

Kanna se levantó del sofá. Ambas se encontraban solas, en la sala del apartamento de la mayor. La castaña solo vestía un diminuto shorts blanco y se transparenteba su tanga negra. La albina se sentó en su regazo, su hermana ni siquiera se inmutó, todo lo contrario. Como las otras veces, sus manos se metieron bajo el vestido para acariciar la piel de sus piernas. Tanteó toda su suavidad, ascendiendo lentamente hasta el interior de sus muslos. Kanna cerró los ojos mientras sus manos le acariciaban el cuello. Una de ellas bajó el tirante de la blusa, dejando expuesto uno de sus voluptuosos senos. Se inclinó para lamer su pequeño y erecto pezón. Kagura gimió, echando la cabeza hacia atrás.

— Te haré mia — susurró en su oído. La piel de la castaña se erizó completamente y su sexo se empapó.

— Kanna — le nombró, con el rostro deformado por el placer.

La albina bajó el otro tirante, colocándose a horcajadas. Arremetió contra un pecho mientras al otro lo acariciaba con su mano. Kagura gemía y arqueaba la espalda en busca de una fricción que menguara el fuego que la consumía. Sus manos se aferraban a las caderas huesudas de su hermana menor. Kanna era tan diminuta pero peligrosa. Pero, era mucho más peligroso el amor enfermizo que sentía por Kagura. Desde que era una adolescente la veía con ojos lascivos. La deseaba todas las noches, hasta que cumplió su mayoría de edad se atrevió a buscarla pero no de la forma correcta.

Red thread © [Sesshome]Where stories live. Discover now