Capítulo 30

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N/A: Tengan en cuenta al leer que hay un salto de tiempo de algunos meses.

Leiren.

Me siento erguida detrás del escritorio en cuanto escucho el tenue chillido que cobra fuerza con el pasar de los segundos. Al apartar mi rostro del libro, con los ojos resecos por la lectura sin descanso, me percato de la luz grisácea que entra por la ventana. Ha amanecido, por todos los cielos. Apago la vela apresurada y estiro la espalda, amagando con levantarme cuando Atheus reacciona bruscamente desenterrando la cabeza de la almohada.

—Yo voy...—murmura, tropezando un poco al salir de la cama.

Lo veo correr el dosel de la cuna que ordené poner hace unos meses y levantar el pequeño bulto que se retuerce con fuerza.

Ni siquiera hago el intento de llamar a la nodriza, ya hemos discutido varias veces porque él no consiente la presencia de extraños más allá de lo estrictamente necesario. Incluso cuando fue quien entrevistó a las niñeras, pronto expresó su disgusto con la idea de dejarlas a solas con Arya.

Podrían intentar matarla, envenenarla, asfixiarla, nunca lo sabríamos, objetó cada vez que le dije de dejarla en su habitación, rodeada de guardias y niñeras, por supuesto. Atheus me miró como si le hubiera propuesto arrojarla a un acantilado. Nunca creí que de los dos él terminaría siendo el sobre protector, y no tuve otra opción más que traerla a dormir con nosotros.

Aún cuando preferiría cortarse la lengua antes de admitirlo, su enfoque acerca de la protección roza la paranoia. No puedo culparlo cuando sé que se debe a que cuando estuvo en su lugar, fueron las personas que debieron cuidarlo quienes lo dañaron.

—¿Es su pañal? —suelto una largo bostezo, arrastrando los pies hacia el armario.

—No es eso, solo quiere molestarme y que la haga pasear por el castillo cuando sabe muy bien que tengo que dormir... Quiero decir, trabajar—sigue meciéndola impaciente sin calmar los sollozos hasta que, como ha dicho, comienza a caminar por el dormitorio—. Ya, ya, duérmete ya, engendro.

Muerdo mi mejilla luchando contra una sonrisa.

—¿Y cómo sabría ella eso?

—Se lo dije. Doce veces anoche.

—Creo que sobrestimas sus capacidades de comprensión.

—Yo creo que tú la subestimas—protesta—. Te lo juro, sus ojos son malignos cuando espera estratégicamente a que me siente para comenzar a llorar.

Esta vez no lo reprimo, me río de él.

Con una mirada ofendida, no contesta a favor de seguir paseándola mientras ella patalea y solloza furiosa. Tampoco permitirá mi ayuda, todavía demasiado obsesionado con el tema de mi salud y sus preocupaciones de exigirme demasiado. A mí me angustia él y su cansancio que crece cada día.

Nuestros ojos se encuentran atreves de la habitación tras unos minutos en los que el llanto se calma, igual de hundidos y agotados, aunque por diferentes motivos.

—No dormiste—nota entonces, frunciendo el ceño.

—Sigo nerviosa—admito, con un pequeño encogimiento de hombros justo cuando golpean la puerta.

Cierro mi camisón y mi dirijo a abrir, encontrando a cinco de mis damas de compañía junto a algunas criadas.

—Hemos hecho los arreglos que pidió ayer, majestad.

—Aguarden en el salón, por favor—índico con una sonrisa cortes y regreso hacia mi familia después de cerrar.

Atheus y Arya ya me están mirando con el ceño fruncido, esta última amenazándome con un mohín marcado y tembloroso que anuncia llanto si me atrevo a dejarla.

La redención del reyWhere stories live. Discover now