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17 de octubre del año 2013.


Florencia / Italia.

"El doctor"

—¿Qué has hecho?— la pregunta de mi padre me sacó del trance en el que me encontraba. Levanté la vista y lo vi de pie bajo el marco de la puerta, mirándome con ira y estupefacción al mismo tiempo.

—Y-yo no... Yo n-no lo sé— respondí entre titubeos y con la voz ahogada— Est-tábamos hablando y... y d-e de pronto me quiso tocar y... y no n-no sé qué más pasó.

En ese momento ya estaba llorando. Era lo único que yo sabía hacer. Llorar. Llorar como una cría de seis años cuando le arrebatan un dulce. La diferencia es que a mí me arrebataron mi vida.

Hipaba fuertemente y sentía un nudo en la garganta que me impedía hablar claramente. Me eché sobre un pequeño sofá que yacía en una de las esquinas del lugar y metí la cabeza entre mis piernas.

—¿Qué te hizo?— preguntó mi padre mientras se acercaba y se sentaba a mi lado.

Bajé la cabeza en señal de derrota y culpa.

—Nada— dije fuerte y claro— No me hizo nada, pero su error fue el querer tocarme. No lo hizo de manera sexual, sólo quería tocarme el hombro. Y... reaccioné. Cuando me di cuenta ya era tarde, ya lo había echo.

—¡Demonios, Venus! ¿Cómo coño se te ha ocurrido hacer ésta mierda?— escupió.

—¡Ya te he dicho que no sé cómo pasó!—exploté— ¡Me cegué, me cegué por la ira, la frustración, el miedo!¡Me cegué y pasó ésto!

—Maldición, Venus. Mierda, lo siento, lo siento. Ya... ya lo arreglaremos.

Me sentí pequeña ante las palabras de mi padre. Sí, el intentaba tranquilizarme pero, en el fondo pude ver su ira, su frustración ante el acto que cometí. Asesinato.

Me encontraba en el consultorio de mi psiquiatra, Elliot Dowson. Desde hace un mes atrás estaba tomando terapia por las mañanas, y hoy tenía cita con el doctor Dowson.

Llegué, e inició con las preguntas estúpidas que siempre hacía. El hombre preguntaba puras estupideces. Yo nunca respondía a ninguna de ellas, sólo me limitaba a mirarlo, analizarlo. O me entretenia mirando ningún punto en específico, dejándome llevar por mi disociación.

Pero ese día, intentó hacer algo más. Quiso tocarme. Y no fue de manera sexual, simplemente fue un gesto para intentar sacarme de mis pensamientos. Allí reaccioné. Me dejé llevar por lo que mis instintos me decían. Tomé un bolígrafo que estaba junto a la libreta del doctor y me dejé llevar. Lo maté. Lo maté con un maldito bolígrafo.

Por mi mente sólo pasaba un pensamiento. Mátalo. Mátalo. Eso era lo único que repetía mi subconsciente luego de ese acto inocente que hizo.

Cuando llegó mi padre ya todo había pasado. Pero la escena no era nada bonita a la vista.

Para ti sí lo era, cariño.

El hombre que una vez fue mi terapeuta yacía en el suelo, a los pies de su mesa, completamente inerte. Sin vida. Su cara desfigurada por completo, ese hombre no se parecía en nada al que me recibió horas antes.

Sangre y deseo.Where stories live. Discover now