Capítulo 20: Chivo expiatorio

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Aquel que tiene mil amigos, no le sobra ni uno. Aquel que tiene un enemigo, lo encontrará en todas partes (Ali ibn-Abi-Talib)



El vicepresidente estaba muerto.

En realidad todavía no lo había digerido. Había visto el cuerpo del hombre, los ojos de los que había desaparecido el brillo vital, dejando sólo una cáscara, un vacío en el que ya nadie moraba. Intelectualmente lo sabía, pero sus emociones estaban entumecidas. Había conocido a otras personas que habían muerto, algunas allegadas. La realidad nunca se convertía en certeza hasta transcurridos unos días, unas semanas o unos meses, cuando uno se percataba de que nunca volverían a llamar, escribir, o presentarse en alguna rueda de prensa.

Maldita sea, habían apagado las luces de un buen hombre, había segado su vida como la de un fósforo extinguido y lo único que le quedaba a Helena Harper en aquel momento era el calor de su propia ira. Se aseguraría de que la perra de Ada Wong pagara por ello, y si Trumbull estaba también implicado en esto lo arrogaría también a la hoguera, ¡aunque fuera lo último que hiciera en su vida!

Suspiró. Allí no había más que hacer. Los asesinos estarían ya muy lejos, e ir de puerta en puerta junto con Leah y entrevistar testigos no reportaría nada útil de forma inmediata. Los tiradores no estarían escondidos en uno de aquellos edificios dilapidados y ni siquiera una descripción con precisión fotográfica de los asesinos sería de mucha utilidad a los investigadores; no eran gente del barrio. El público no lo sabía, pero raramente capturaban a los asesinos profesionales. Nueve de cada diez de los que atrapaban eran delatados por quienes los habían contratado y a Helena eso no le parecía probable en una operación de alto nivel como aquélla. Los responsables sabrían que las autoridades no se contentarían con encerrar a los pistoleros. Nadie delataría a nadie en una operación de esa envergadura. Si Wong estaba trabajando con gente del bajo mundo y los jefes se ponían nerviosos, lo más probable sería que los pistoleros desaparecieran en un pozo de cal viva en Mississippi, dos kilómetros más allá de la carretera que conducía a la nada. Y puede que también desaparecieran quienes los aniquilaran. Hasta donde Helena sabía el Third Echelon disponía de los recursos tecnológicos más avanzados, los ordenadores más rápidos de la red y una cantidad inconmensurable de información. Tanto sus agentes de la red como los de campo, seleccionados entre la flor y nata del FBI, la NSA, las mejores universidades del país y los cuerpos policiales y militares, eran también los mejores y más inteligentes. Por otra parte, ni siquiera una espía profesional como Ada Wong era perfecta, de vez en cuando gente como ella cometían alguna equivocación. Y si lo habían hecho en este caso, aunque se tratara de algo tan diminuto como para poder verlo sólo con un microscopio electrónico, Helena Harperd removería cielo y tierra para encontrarlo.

Pero de nada serviría todo eso si los asesinos no habían cometido algún error, si Third Echelon no tenía un poco de suerte. Entonces Helena pondría su plan en marcha, con o sin Shepherd.

Sonó su PDA.

"Diga".

"¿Helena? Habla Shepherd".

Helena soltó otro pequeño suspiro.

Esperaba su llamada.

"Diga, señor".

"Recibí tu mensaje. ¿Alguna novedad?"

Helena le comunicó a su Shepherd lo que sabían.

"De acuerdo" respondió Shepherd cuando concluyó. Arribare en una hora. Tenemos una reunión con algunas personas importantes. Usted estará presente"

I will never leave youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora