Capítulo 1: Un día en la vida de Keite Rogers

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Keite

   Desde hacía seis años, me levantaba cada día con la misma sensación: Estaba vacío. Aun así, siempre despertaba, y sentía que el anterior había sido el último día en aquella situación, ya todo mejoraría. Pero sólo me engañaba a mí mismo, nada iba a mejorar, sólo empeoraría; y aunque me lo repitiera todo el tiempo, mi estupidez me hacía creer que tal vez ése día yo tendría la oportunidad de ser mejor.

   Y sí, ése día era igual a todos los demás. Me levanté tras escuchar a mi madre gritar que se hacía tarde y me vestí intentando no caerme dormido, acomodé un poco mis rizos pelirrojos e indomables y calcé mi reloj en mi muñeca, no tenía pilas pero aun así me gustaba llevarlo conmigo, me daba una extraña sensación de seguridad. Tomé mis libros y los metí en mi mochila estando listo para irme. Estaba por abrir la puerta de mi habitación cuando el gato maulló y recordé que debía despedirme como todas las mañanas, acaricié su cabeza y el posó su patita en mi mano sin sacar sus garras.

-Adios Obi – Dije jugueteando con su orejita –, pórtate bien ¿Sí?

   Obi Wan era el mejor gato del mundo, lo llamé así porque era igual de rubio que el Obi Wan Kenobi de Star Wars. El pobrecito no veía bien de un ojo, mamá y yo lo encontramos en la calle hacía unos tres años, y como William aun jugaba su falso papel de "buen padrastro", me dejó quedarme con él, aunque nunca paró de echarme en cara todo el dinero que gastó en los veterinarios de "ése animal inmundo". Al menos a mí me hacía feliz saber que Obi estaba contento conmigo, y yo con él; además, me gustaba pensar en lo flaco que era cuando lo encontramos y lo mucho que había engordado con un poco de amor (Y robando comida).

   Cuando bajé al primer piso, saludé a William sin demasiadas ganas, quien tomaba su café viendo las noticias, él ni siquiera se molestó en contestar. Me dirigí a la cocina volteando los ojos harto de que no dijera ni un mísero "buen día"; mamá me esperaba con una taza de té que ya debía estar congelado, la saludé con un beso en la mejilla y abrí un estante para ver si encontraba algo que llevarme para comer en el camino.

-¿No desayunarás? – Preguntó hastiada de tener aquella misma situación todos los días.

-Se me hace tarde – Repiqué – ¿No hay nada por aquí?

   Ella se acercó a mí dando un suspiro y me apartó para rebuscar en el estante, como por arte de magia, hizo aparecer una barra de cereal que me tendió reprendiéndome con la mirada.

-Mañana te levantarás más temprano y desayunarás ¿De acuerdo? – Ordenó con sus manos en la cintura.

-De acuerdo – Respondí mintiendo con algo de descaro, quería decirle lo que ella deseaba escuchar.

   Envolvió mi rostro con sus cálidas y suaves manos y besó mi frente sin explicación alguna; aquel gesto me sorprendió un poco, las demostraciones de afecto no eran comunes entre nosotros, al menos algo en aquella mañana fue distinto.

-Te quiero – Susurró –, suerte en Historia.

   Era reconfortante saber que, lo admitiera seguido o no, ella nunca perdía la fe en mí. Siempre me decía que, aunque las cosas estuvieran yendo mal en mi interior, algún día encontraría la forma de enderezarme a mí mismo, como si fuese un árbol que necesitaba algo que lo sostuviera para seguir creciendo derecho.

   Salí de casa luego de despedirme y conecté mis auriculares, puse mis canciones en aleatorio y la primera que sonó fue Under Pressure, era una buena forma de esperar el bus, el cual llegó puntual como siempre. Nada de lo que pasaba a mi alrededor me importaba cuando subía, sólo iba escuchando mi música mientras miraba por la ventana; luego de seis años tomando la misma línea para ir y volver de la escuela, había aprendido de memoria el recorrido del bus, incluso sabía quiénes iban a subirse en cada parada. Solía agobiarme que, luego de algunas paradas, el autobús iba repleto, tanto que en invierno, al tener las ventanillas cerradas, se hacía casi imposible respirar, pero al menos mi música hacía que no me centrara en la sofocante multitud, era increíble como el solo tener mis auriculares podía llevarme mentalmente a un lugar totalmente distinto, uno en el que no hubiera esa excesiva cantidad de gente y en el que no me estuviera dirigiendo a mi destino con Historia.

Yellow BohemianWhere stories live. Discover now