Leche y galletas

52 8 26
                                    

—Deberíamos adoptar un gato.

Levanté la mirada de la pantalla de mi teléfono cuando escuché las palabras de Carolina, quien se encontraba recostada junto a mí y, en cuanto obtuvo mi atención, me mostró una imagen de una camada de cachorros felinos que seguramente le habían enviado por alguno de sus grupos en redes sociales.

—Si crees que te va a funcionar tu estrategia de manipulación con cachorritos tiernos y bonitos, estás muy equivocada, mi amor —dije mientras le dedicaba una sonrisa sarcástica—. No estoy listo para verte convertida en la loquita de los gatos.

—Solo míralos un poquito más —replicó ella, acercando su celular a pocos centímetros de mi rostro y sentándose con las piernas entrelazadas—. Vamos, ríndete ante sus patitas peluditas... ¿Cómo puedes ser tan insensible, Hermann?

Entrecerré los ojos en señal de desacuerdo con su última pregunta una vez retiró su teléfono de mis narices.

—Mi abuelo los recogió en la carretera junto a la finca, él se va a quedar cuidando de la mamá, pero no tiene para mantener a todos sus cachorros —explicó ella mientras acurrucaba su cabeza contra mi pecho. Yo llevé mi mano hacia su cabello, acariciándolo y enredándolo entre mis dedos, sopesando la idea—. Todavía hay cuatro de ellos sin hogar...

—Eres buena, Carolina, eres buena —repliqué, reacio a que me convenciera.

Mi familia era nativa de Zahremar y nunca habíamos tenido un contacto muy directo con otros animales distintos a las palomas de la ciudad, por lo que hacerme cargo de una mascota se me hacía una tarea titánica. ¿Qué iba a hacer si a Carolina le daba por salir y me dejaba a solas con el gato? ¿Y si me asesinaba? Peor aún, ¿y si yo lo asesinaba a él?

—¿Te parece si vamos mañana a visitarlos? Si no te convences, nada más les llevamos comida, mantas, el medicamento que necesiten y nos vamos —propuso ella y su castaña mirada se encontró con la mía—. No vamos a hacer nada que tú no quieras...

—Ah, no, no me hables así. Eso es trampa —reproché, estrechándola contra mí, ahogando ligeramente sus risas traviesas—. Tú ganas.

—Te amo, amargado. Cuando menos te des cuenta, vas a tener un nuevo integrante en la familia que te llene de amor y de pelitos la ropa.

Entonces tomó suavemente mi quijada entre sus manos y depositó un cálido beso en mis labios, que correspondí con ternura. Viéndolo como Carolina lo planteaba, no sonaba como una mala idea. Teniéndola a ella, ¿qué podría salir mal?

ᓚᘏᗢ

Desde que perdimos a nuestro bebé, cada día venía siendo peor que el anterior. Durante las primeras semanas, ambos nos sumimos en una profunda tristeza que no nos permitía siquiera levantarnos de la cama. Mirarla a los ojos era la cosa más dolorosa para mí: se veía cansada, como si le hubieran arrebatado un pedacito de vida. Me sentía impotente en mi posición de padre atormentado por la muerte de su hijo, no me parecía justo con ella continuar hundiéndonos a ambos en el dolor de la pérdida. Se suponía que debía cuidarla, ser lo suficientemente fuerte como para sostenerla. Metido entre mis mantas no iba a lograr nada.

—Te necesito, Hermann. No sé cómo quitarme esto que siento, ni siquiera sé si pueda hacerlo. Solo sé que necesito de ti.

Pero yo era demasiado idiota como para comprender lo que me decía. Mi mente solo buscaba respuestas, intentaba encontrar una forma para volver a hacerla feliz, o quizá tan solo era mi deseo egoísta de borrar el dolor que comenzaba a manchar todo lo que había construido con ella. Me frustraba admitir que yo tampoco sabía qué hacer con mi tristeza.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Dec 20, 2023 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Amor, horror y muerteWhere stories live. Discover now