07

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Jungkook

Tal vez debería ir a comprobar su casa de nuevo. Sólo para estar seguro de que no hay nadie al acecho en un armario o debajo de una cama. Por otra parte, no quiero dejar a Yoongi solo, especialmente cuando está actuando de manera tan extraña.

¿Por qué está hablando de mí saliendo? Estoy perdido. Nunca he traído a nadie a casa ni he salido con nadie. Él es el que dice que sale y se encuentra con hombres extraños en restaurantes o bares, o lo que sea.

—Whoa. —Él me mira con preocupación.

Miro mis manos. Mi taza de café, vacía de chocolate caliente, afortunadamente, yace en un montón de arcilla desmenuzada sobre la encimera.

—¿Estás bien?

—Bien. —Murmuro y limpio el desastre que no me había dado cuenta de que había hecho. Solo pensar en él con otro hombre es suficiente para que destruya mis enseres domésticos. Necesito arreglarlo o lo asustare. —Era vieja. Sabes como las tazas de café se vuelven quebradizas. Muy común. —Me obligo a sonreír mientras tiro el desorden al cubo de la basura debajo del mostrador.

—Uh huh. —No parece convencido, pero bebe su chocolate caliente mientras Sylvester ronronea contento en su regazo. —Debería volver a casa. Tengo proyectos que hacer.

—Puedes quedarte. —Le digo rápidamente. Muy rápido. Estoy arruinando esto. —Quiero decir, si quieres. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.

—Bueno, no puedo quedarme después de la 1:30 mañana por la tarde cuando Cheon venga con el correo.

Me encojo de hombros. —Simplemente lo traerá a la puerta. Los buzones de correo están sobrevalorados. —Él sonríe. Mi corazón hace ese maldito triple golpe y me uno a él en la sala de estar.

—Hablo en serio acerca de que te quedes. —Pasó una mano por mi cabello. —No me refiero, ya sabes, en la cama conmigo, por supuesto.

Él frunce un poco el ceño. Mierda. ¿Lo estoy insultando por accidente?

—Pero me encantaría tenerte en mi cama. —Agregó. —Eso sería... Excelente, pero eso no es lo que estaba tratando de... Bueno, verás, lo que quise decir es que eres bienvenido en mi cama. Entre mis sábanas, ya sabes. En pijama. O incluso desnudo, si duermes desnudo. Eso está bien. Para dormir. Dormir. Si.

Sus mejillas se tornan de un rosa brillante y toma un sorbo extra largo de chocolate caliente.

—No, no me refiero a... . —Respiro profundamente y lo intentó de nuevo. —Quiero decir que puedes dormir en mi cama, Sylvester y yo podemos dormir aquí si estás preocupado por un intruso. —¿Fue tan difícil, Jungkook? Jesús, quiero empezar de nuevo, pero no puedo. Las palabras ya están ahí fuera.

Él resopla un poco, a continuación, el resoplido se vuelve en risa. Su risa es tan ruidosa y linda que Sylvester se baja de un salto, agarra su árbol de gatos y luego lo trepa con un movimiento que no había visto en años.

Solo escucharlo me tranquiliza. La risa es buena. Mucho más preferible que él huyendo y gritando.

Sus risas son contagiosas y yo me río un poco, el sonido bajo y gruñón contrasta con su risa aguda y tintineante. Pero me gusta. Van bien juntos. Como siempre pensé que lo harían.

—Aprecio la oferta. —Se pone de pie y coloca su taza vacía en el mostrador de paso entre la cocina y sala de estar. —Pero tengo órdenes en las que trabajar y un buzón que arreglar.

—Bueno. —Intento no dejar que mis esperanzas se hundan demasiado. Después de todo, lo traje por la puerta principal de mi casa. Esa es una gran victoria para mí. Además de eso, ahora parece mucho más cómodo. No más miradas con los ojos muy abiertos ni miedo.

—¿Estás seguro de que estás bien? —Caminó hacia él, tratando de no agobiarlo, pero me resulta difícil dado lo grande que soy.

—Estoy bien. El solo hecho de saber que estás aquí me hace sentir mucho mejor.

No puedo evitarlo. Lo tomo en mis brazos. Él se derrite en mí, y juro que abrazarlo se siente como la cosa más natural del mundo.

—No tienes que tener miedo. No dejaré que nadie te lastime. —Es verdad a cada palabra.

Él toma una respiración profunda y suspira. —El tipo que vi no estaba tratando de lastimarme, no creo. Pero me preocupa haberlo lastimado.

—¿Tu? —Niego con la cabeza. —Eres un ángel. —Se inclina hacia atrás para poder mirarme a los ojos.

—Haces un chocolate caliente increíble.

—Hago muchas cosas que te pueden gustar.

—¿Si? —Sus ojos se iluminan.

—La mayoría de la gente piensa que soy un idiota, pero en realidad me encanta…

—¿Qué? —La forma en que sus ojos brillan me dan ganas de terminar mi oración con "tú", pero no lo hago.

—Me encanta cocinar y hornear.

—Soy terrible en la cocina, pero soy un dios con un martillo.

—Eres un dios donde quiera que vayas o hagas lo que hagas. —Sigo diciendo las palabras de mi corazón como un tonto total. Lo asustare para siempre a este paso.

Pero en lugar de dar un paso atrás, vuelve a acurrucarse contra mi pecho. —Debería haber roto tu buzón antes.

—¿Hmm? —Acaricio su cabello.

—Oh nada. —Entonces lo suelto y se dirige a la cocina.

—Voy a poner esto en el fregadero. —Él agarra su taza. —Oh. —Él se detiene.

—¿Qué? —Me apresuro a unirme a él.

Él está mirando mi cubo de basura con la taza rota y el recibo de la ferretería.

—Lo tiraste.

—¿La taza?

—El número.

—¿Qué número? —Miró el papel. —Oh, eso del número del producto? No lo necesito.

Vuelve a sonreír y, antes de que me dé cuenta de lo que está haciendo, se lanza hacia mí. Lo agarro con facilidad y luego, como si fuera la cosa más natural del mundo, lo beso.

Nuestros labios se encuentran, raros y confusos al principio, luego tibios, luego calientes, luego fundidos. La presiono contra mi cuerpo mientras mantengo sus pies fuera del suelo, mientras conozco sus labios, su lengua, la forma en que se mueve contra mí.

No puedo tener suficiente. Lo beso hasta que los dos estamos sin aliento y tenemos que tomar aire.

Él me mira fijamente, de la misma manera que yo lo miro a él.

Él sonríe, sus labios ya hinchados y sus mejillas rosadas y perfectas. —Hola. —Pasa sus dedos por mi rostro.

—Hola. —Y luego lo beso de nuevo, incapaz de apartar mis labios o mis manos de él.

Estoy a punto de ponerlo en la encimera y quitarle el suéter cuando escucho algo. Algo como el tintineo de las campanas que se oye fuera de las tiendas en Navidad.

Él se pone rígido.

Me aparto y lo miro. —¿Qué es…

—Yo, sí. Tengo que irme. —Él se retuerce en mis brazos y lo suelto.

Y sin decir una palabra más, atraviesa mi sala de estar, sale por la puerta principal y cruza la calle. Sylvester y yo lo miramos fijamente, ambos preguntándonos cómo logramos regresar hasta donde comenzamos. 

santaWhere stories live. Discover now