Capítulo II: Invitaciones peligrosas

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Me desperté por el sonido insistente de la puerta. Rosalind entró, su voz suave rompiendo el silencio de la habitación.

—Buenos días, Elara.

Las cortinas estaban cerradas y la luz apenas entraba, creando un ambiente de penumbra. Me incorporé lentamente, frotándome los ojos mientras mi mirada se ajustaba a la oscuridad. Mi habitación, aunque lujosa, tenía un aire de melancolía que reflejaba mi estado de ánimo. Las paredes estaban revestidas con tapices de tonos suaves, y una gran cama con dosel ocupaba el centro, cubierta por un edredón de terciopelo azul. Alrededor, había muebles elegantes de madera oscura, un tocador con un espejo de marco dorado y un sillón junto a la ventana.

—Rosalind, ¿qué hora es? —pregunté, mi voz ronca por el llanto del día anterior.

—Es temprano aún. Vine en la tarde de ayer, pero los sirvientes me dijeron que corriste hacia tu habitación —respondió, mirándome con preocupación—. ¿Todo está bien?

Intenté sonreír, pero sabía que no era convincente.

—Todo perfecto —mentí, tratando de sonar convincente.

Rosalind frunció el ceño.

—Tu cara dice otra cosa, Elara. Tienes ojeras y aún llevas el vestido de ayer.

Suspiré, sabiendo que no podía engañarla.

—Solo tenía dolor de cabeza. Mis ojos ardían después de estar en contacto con las flores.

Rosalind se acercó, aunque su expresión mostraba escepticismo.

—Tienes que bajar. El príncipe dijo que en cuarenta minutos estaría en el comedor y que era momento de prepararte.

Sentí una punzada en el corazón. La idea de enfrentar a Tristan después de lo que había escuchado era insoportable.

—Dile que estoy indispuesta —respondí con firmeza—. Desayunaré en la terraza de mi habitación.

Rosalind me miró, sorprendida.

— ¿Estás segura, Elara? Siempre has soportado su trato por la oportunidad de estar cerca de él.

Asentí, intentando parecer más fuerte de lo que me sentía.

—Si realmente quiere desayunar conmigo, que venga a buscarme. Ahora necesito darme un baño.

Rosalind me observó por un momento, como si intentara entender qué había cambiado. Finalmente, ascendió y salió de la habitación para transmitir mi mensaje. Me levanté y me dirigí al baño, sintiendo el peso de la decisión que había tomado. El agua caliente corriendo por mi piel sería mi único consuelo por ahora, mientras intentaba encontrar una manera de seguir adelante en un mundo que se había vuelto tan oscuro y confuso.

Después de desayunar junto con Rosalind en la terraza, me preparé para el día. Llevaba un vestido de gasa verde esmeralda, con encajes delicados en el corpiño y una falda que caía en suaves pliegues hasta el suelo. Mi cabello, negro como la noche, estaba peinado en un elegante recogido, con algunos mechones sueltos que enmarcaban mi rostro. Sentí una punzada de nerviosismo mientras Rosalind y yo salíamos de mi habitación.

Al poco tiempo, un sirviente se acercó a nosotras, con la respiración ligeramente agitada.

—Lady Elara, el príncipe Tristán la busca en la biblioteca. Desea hablar a solas con usted.

Sentí un nudo en el estómago. No quería verlo, no después de lo que había escuchado la noche anterior. Pero no tenía elección. Apreté las manos y asentí, intentando mantener la mejor sonrisa posible.

La prometida de ÉbanoWhere stories live. Discover now