Capítulo III: Ajustes y encuentros

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El paisaje a mi alrededor era un bosque oscuro, iluminado solo por la tenue luz de la luna. Llevaba una bata de dormir blanca que ondeaba con cada paso que daba, y mis pies descalzos se hundían en la tierra húmeda. Estaba buscando a alguien, mi corazón latía con fuerza mientras avanzaba entre los árboles, cada sombra parecía moverse con vida propia.

Escuché la voz de Tristan, llamándome desde la profundidad del bosque. Me apresuré a buscarlo, pero de repente mis pies tocaron algo líquido. Miré hacia abajo y me di cuenta con horror que era sangre. La sangre se extendía, empapando el suelo a mi alrededor. Empecé a correr, mi mente nublada por el miedo y la desesperación. Tristan seguía llamándome, su voz parecía venir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo.

Corrí más rápido, pero el bosque parecía cerrarse sobre mí. De repente, caí al suelo, manchando mi ropa con sangre. Delante de mí, alguien de espaldas vestía una túnica con extrañas figuras. Parecía un hombre. Me acerqué, la desesperación aumentando con cada paso. Justo cuando estaba a punto de ver su cara, unas manos salieron del charco de sangre y me arrastraron hacia un agujero oscuro.

Me desperté de golpe, asustada y sudada. La luz de la mañana entraba tímidamente por las cortinas de mi habitación. Mi respiración era rápida y entrecortada, y mi corazón seguía latiendo con fuerza. Había sido solo un sueño, pero la sensación de terror persistía. Desde hace una semana no había podido dormir bien, y cada noche las pesadillas eran más intensas.

Miré mi reflejo en el espejo y vi las ojeras que marcaban mi rostro. Mi fiesta de cumpleaños estaba a la vuelta de la esquina, y me sentía cada vez más agotada. Había una sensación extraña que no podía sacudirme, una especie de presentimiento oscuro que se cernía sobre mí. No entendía por qué me sentía así, pero el sueño de esta noche había sido el más perturbador de todos.

Me levanté de la cama, tratando de sacudirme el miedo. Tenía que prepararme para el día, aunque el cansancio y la inquietud pesaban sobre mí como una pérdida. No podía dejar de pensar en el hombre de la túnica y las manos que me arrastraron a la oscuridad. Había algo en ese sueño que se sentía terriblemente real.

Rosalind entró en mi habitación, con una expresión de urgencia en su rostro.

—Elara, se está haciendo tarde. Hoy debemos medir y hacer los ajustes a tu vestido para la fiesta, que será en tres días.

Me incorporé lentamente, sintiendo el peso del cansancio en mis huesos. Rosalind, siempre tan amable y considerada, me ayudó a peinarme y vestirme. Llevaba un vestido sencillo de lino blanco mientras me preparaba para la prueba. Mi cabello negro fue peinado en una trenza elegante, con flores blancas entrelazadas que le daban un toque delicado y fresco.

—Te ves hermosa —dijo Rosalind con una sonrisa mientras me miraba en el espejo.

Sonreí, sintiéndome un poco mejor al ver mi reflejo. Rosalind me acompañó hasta la puerta del salón de pruebas del sastre, donde me despedí de ella antes de entrar.

El salón de pruebas era un lugar amplio y bien iluminado, con grandes ventanas que dejaban entrar la luz natural. Las paredes estaban cubiertas con telas de todos los colores y texturas, y en el centro de la habitación había varias plataformas elevadas para que los clientes se subieran durante las pruebas. Al fondo, un hombre canoso y de físico imponente, el modista Harry, se acercó para saludarme.

—Buenos días, futura princesa Elara —dijo con una reverencia.

—Buenos días, Harry —respondí, intentando sonar animada.

Las costureras me ayudaron a subir a una de las plataformas y comenzaron a hacer los ajustes necesarios en mi vestido. El vestido era una obra de arte: de corte princesa, con piedras y flores de color plata y azul adornando el corpiño y la falda. La falda caía en suaves pliegues hasta el suelo, y el corpiño ajustado realzaba mis atributos y creaba una cintura esbelta. Me sentí como una verdadera princesa mientras me miraba en el espejo.

De repente, la puerta del salón se abrió y entró Tristan. Su mirada se fijó en mí de una manera que no había visto antes, una mezcla de sorpresa y algo más que no pude identificar.

—Tristan —dije en voz baja, recordando la última vez que lo había visto en la biblioteca y la manera grosera en que me había hablado.

Harry, el modista, parecía sorprendido.

—No esperaba al príncipe hasta la tarde para la prueba.

Tristán ascendió.

—En la tarde no podré, por eso vine temprano. No sabía que lady Elara estaría aquí.

—Estamos a punto de terminar con Elara —dijo Harry, enviando a sus costureras a buscar el traje del príncipe en la otra habitación.

Sin embargo, no encontraron el traje, así que Harry se disculpó conmigo y salió a buscarlo personalmente, dejándome sola con Tristan.

Me quedé mirando fijamente al espejo, observando cada detalle de mi vestido. Era realmente hermosa, una obra maestra de tela y piedras preciosas que me hacía sentir como una verdadera princesa. Sin embargo, el reflejo que me veía parecía distante, como si la persona en el espejo fuera alguien diferente, alguien más fuerte y más frío.

Tristan me observaba, su mirada fija en mí. De repente, habló con un tartamudeo que no era típico en él.

—Te ves... te ves muy bonita.

Quedé sorprendida por el cumplido, pero no me emocioné. La Elara de hace una semana y media se habría sonrojado y habría creado una historia en su mente sobre lo que ese comentario significaba. Pero la nueva Elara, la que tenía el corazón roto, solo pudo pronunciar un frío y serio "gracias".

Tristan pareció incómodo ante mi respuesta.

—Lo siento por no haber estado contigo toda la semana, pero las cosas están tensas en el reino.

Lo miré, esforzándome por mantener una expresión neutral.

—No te preocupes, lo comprendo —dije, aunque por dentro pensaba en cómo probablemente había pasado ese tiempo con su amante desconocida.

Justo cuando Tristan parecía estar a punto de decir algo más, Harry regresó con una caja en sus manos.

—Aquí está, príncipe. Lo he encontrado —dijo el modista, dirigiéndose luego a mí—. Elara, ya puedes bajar. Hemos terminado contigo.

Una de las costureras me ayudó a descender de la plataforma. Sin despedirme de Tristan, me alejé con la costurera, sintiendo su mirada en mi espalda, confuso por mi comportamiento.

Mientras me alejaba, pensé en cómo habían cambiado las cosas entre nosotros. Había sido una semana llena de revelaciones y dolor, y aunque me dolía profundamente, sabía que debía ser fuerte. Las palabras y acciones de Tristan ya no tenían el mismo poder sobre mí. Caminé con la cabeza alta, dispuesta a enfrentar lo que viniera, aunque mi corazón estuviera lleno de heridas. 

La prometida de ÉbanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora