Las Moiras determinaron que de una forma u otra, el hombre tenía que morir hoy. Eso indica el registro en mis manos: Maximiliano Durán Hernández, hora de fallecimiento estimada entre las seis de la tarde y la media noche. Lo curioso es que no está definido exactamente su motivo de muerte.
Cuando eso ocurre, normalmente significa que ellas crearon varias secuencias de eventos, basadas en las diferentes decisiones que pueda tomar el hombre en el día y que sin importar la decisión que tome, todas ellas terminarán causando su muerte.
En cualquier momento sucederá, son las once de la noche y lo veo tomar un cigarrillo entre sus dedos. Mira como asciende el humo hasta confundirse con la contaminación de la ciudad. Su vista baja y sigue con desgano a un perro negro que persigue en medio de su bullicio a una moto de mediano cilindraje, para luego devolverse al primer punto y esperar a la siguiente.
No sé que pasa en este momento por la cabeza del hombre, pero indudablemente no son pensamientos felices, su mirada deja entrever el tamaño del dolor que lo aflige y hace suponer que ha tenido una vida difícil.
Un habitante de calle se acerca a pedirle dinero, ante lo cual Maximiliano responde con una negativa, sacando los bolsillos de su jean para que el hombre constate que no tiene nada.
—Tacaño, chichipato — responde el hombre — si ve por eso es que se hacen matar, por monedas —acto seguido el hombre apuñala a Maximiliano dos veces por la espalda y se aleja del lugar a paso lento, alegándole a la nada y manoteando en todas direcciones, como si alegara con seres invisibles.
El cigarrillo a medio fumar cae al piso y detrás de él, Maximiliano. De todos los escenarios posibles, este era el peor, en este, su muerte llega de forma lenta y dolorosa y su cuerpo no será encontrado, sino hasta dentro de algunas horas. No me gusta cuando debo esperar tanto, así que veo la proyección de la película de su vida y me doy cuenta de que siempre estuvo destinado a tener un mal final.
Está boca abajo en el suelo y sangra por la boca, sobre un charco de su propia sangre, el cual es cada vez más grande. Ahora le es difícil respirar y se empieza a ahogar lentamente con sus propios fluidos. Casi sobre la media noche, su alma por fin aparece al lado mío.
Mira su cuerpo en la acera, la soledad de la calle y por fin se percata de mi presencia. Su mirada denota el terror que siente.
—Estás muerto y mi misión es liberar tu alma para que pueda iniciar su siguiente etapa —Me escucha y me entiende, pero parece no querer ser cooperativo.
Retrocede unos cuantos pasos y se lanza con desesperación hacia su cuerpo, tratando de volver a entrar en él, pero obviamente, ese cuerpo ya no está en condiciones de recibirlo, así que solo traspasa la materia una y otra vez, hasta que vuelve a fijarse en mí.
—Se supone que no debería haber nada más después de la muerte, pero aunque no sé qué cosa eres —dice observándome con miedo y con evidente intensión de atacarme si me muevo —eso quiere decir que hay algo más y no será algo bueno para mí, nunca es algo bueno para mí.
Permanezco estático, pero repito lo que les digo a la mayoría.
—No soy yo quien define el destino de un alma y las leyes que rigen la vida, no son las mismas que rigen las almas.
—Iré al infierno, lo sé ahora —dice bajando sus puños —y lo merezco, ella cree que lo merezco, lo sé.
Cielo, infierno, purgatorio, muchos creen en eso, incluso la mayoría de ateos autoproclamados esperan encontrarse con una de esas opciones al morir, pero explicar eso no es algo tan simple y no es mi función.
Cierra los ojos y yo extraigo mi báculo y me acerco por fin a él y lo veo convertirse en un halo de luz que se pierde de vista en la inmensidad del cielo. El concepto del bien y del mal es algo tan subjetivo, que puede llevarse una sorpresa al llegar al otro lado, todo depende de la postura que asuma.
No tuvo una buena vida, fue casi un monstruo la mayor parte del tiempo ante los ojos de los hombres, pero tal vez, solo tal, vez ahora encuentre descanso y la felicidad que no pudo o no supo tener en este plano.
