Estoy aquí

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"Renuncio a ti por hacer lo correcto, porque mi deber es mucho más fuerte que yo, mucho más importante que lo que yo sienta. No me culpes por ello, no me culpes por no estar contigo, porque mi corazón se quedó en la Tierra, pensando en ti y anhelando sentir tu presencia otra vez.

No puedo volver en mis pasos y renunciar a lo que ahora reposa sobre mis hombros. Si lo hago, mi propia existencia no valdría la pena y, por favor créeme, he fallado tantas veces que, si vuelvo a hacerlo, siento que no perteneceré a ningún lado nunca más.

Tengo miedo. Lo tengo todo el tiempo. Temo por ti, por lo que formamos sin darnos cuenta. Este sentimiento ha ocasionado las reacciones más amables hasta el momento, pero no será así siempre, mi amor. Ahora lo veo todo con los ojos limpios, sin cegarme a lo que me aferré que debería ser perfecto. Si no estoy aquí, esa amabilidad desaparecerá.

Mi compañero, mi alma, mi amor, te escribo esto con lágrimas en los ojos: Soy tuyo, mi alma te pertenece y te anhela como nada más en todo el Cielo. Por eso debo quedarme aquí sin cumplir tu petición.

Lo lamento, Crowley. No quiero hacerte daño, no más de lo que ya te hice. El único lado en el que quiero estar es contigo, pero si no mantengo las decisiones del Cielo bajo mi mando, no habrá esperanza para nosotros, ni esperanzas para tu existencia. Si te pierdo para siempre, no tendré otra razón para vivir, amor mío. Lo hago por ti, porque te amo. Te amo tanto.

Dame tiempo y te prometo que estaremos juntos.

Con todo mi amor, Aziraphale. Tu ángel.

PD: Por favor, nunca pierdas las esperanzas."



La hoja arrugada con el tiempo, con las letras un poco borrosas, se agitaba lentamente con la brisa. Las manos de Crowley estaban dañadas, pero firmes. Sus ojos secos y sin lágrimas releían la última frase. Aquel papel tenía tantos años que había perdido la cuenta hace mucho tiempo.

Dobló el papel y la guardó en el bolsillo de su pantalón como otras tantas veces lo había hecho y miró al frente, allá donde aquella luz brillaba intensamente en el horizonte. Crowley conocía las estrellas y sabía que ese resplandor no era de una. Podía sentir que lo llamaba, sentía esa conocida presencia y la anhelaba.

La Tierra ahora destruida, sin seres humanos, sin vida, sin color, solo lo albergaba a él. ¿Por qué no irse? ¿Por qué no escapar de ahí si ya no había nada para él en ese planeta? Todos los ángeles del Cielo y todos los demonios del infierno se hicieron esa pregunta por siglos.

—Si continúo, si no me rindo, entonces ella cambiará de opinión. Si puedo convencerla, habré llegado a ti. Solo debo seguir.

Crowley había repetido esas palabras los últimos milenios, las había susurrado una y otra vez mientras gastaba sus viejas botas a cada paso, porque creía en esa carta, creía en lo que Aziraphale le había escrito. Sin importar que el Armagedón finalmente llegara a la Tierra, que todos hubiesen muertos y que, al final, el Cielo y el Infierno llegaran a un acuerdo. Sin importar que Aziraphale sea castigado por rebelarse al darse cuenta de lo falso e hipócrita que resultó ser su bando. No importaba, porque ni Dios, ni Satanás podrían arrebatarles lo que ellos sentían.

Aziraphale fue desterrado y ocultado en la Tierra, condenado a llamar a su amor sin recibir respuesta, solo con la cruel esperanza de ser escuchado. Mientras que Crowley se condenó a sí mismo, guiado por las palabras de su ángel, a acudir al llamado... aunque nunca llegara, ni se acercara. Aunque viera que, a cada paso, Aziraphale se alejaba. Él tenía la esperanza de que, si nunca se rendía y le demostraba a Dios que todo lo que hacía era por amor, Aziraphale sería liberado y ellos finalmente se encontrarían.

Bajo la mirada de Dios y la indiferencia del infierno, él continuaría sin importar cuánto tiempo tomaría.

—Es, tal vez, el acto de amor más importante de todos. —habló Dios. —Amor.

Y después de tanto, las negras nubes en el cielo parecían abrirse. Entraba la luz, un haz de luz. Crowley se detuvo y miró con una ya olvidada maravilla que lo había logrado.

—Aziraphale... —susurró.

Aquel ángel desterrado abrió los ojos al escuchar su voz.

—He llegado. —continuó Crowley al ver a lo lejos a Aziraphale envuelto en sus propias alas. —Ya estoy aquí, ángel.

Estoy aquí [Ineffable husbands]Where stories live. Discover now