PEREGRINA Y EL ÁNGEL CON BIGOTES

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El amor es un sentimiento universal, vasto y hermoso que no conoce de límites, ni especies. Lo tuve claro desde el día en que conocí a Charly, el amigo que he llevado en mi corazón y memoria en los últimos quince años. Porque gracias a ese gato blanquinegro he comprendido que el amor es real, fiel, noble, sincero. He entendido que el amor rompe paradigmas. 

     Bajo el esplendor de la ‘Reina de plata’ realizo lo que supondría sería mi último viaje hacia el sur de la ciudad de Irapuato. Mis alas, extensas y doradas, contrastan con la luz de la luna y se baten cansadas en el aire. Mi respiración se vuelve cada vez más rápida y mis ojos quieren cerrarse ya. 

     Pero nada me detendrá a cumplir mi objetivo.

     Para tranquilizarme, recuerdo a mi gran amigo peludo, a ese ángel con bigotes que encontré una noche de verano.

     El hambre era mortífero en esos días de agosto y me había visto obligada a cambiar mi horario sin tener suerte. Sin embargo, esa noche en particular, haya sido casualidad o destino, encontré una casa cuya puerta estaba abierta. Como una vil intrusa me metí para hurtar un poco de comida para soportar mi próximo viaje. Era una lechuza joven sin experiencia, pero con una sed de emigrar, algo nada común en mi especie.

     Pero lo que encontré esa noche, me hizo querer quedarme cada verano en la ciudad. Un gato blanco con negro salió del pasillo de la cocina hacia donde me encontraba engullendo un alimento que no volvería a probar jamás: seco, salado y asqueroso.

     La luz de la ‘Reina de plata’ lo bañó haciéndolo resaltar. Era un gato común, como cualquier otro. Pero había algo especial en él. Un par de ojos divinos me miraron, cuyo iris, prometo, se asemejaba a la misma naturaleza, a la vida, al amor y la esperanza. Me atrapó.

     Sus bigotes se alzaron bajo una sonrisa cordial y noble.

     «Espero que sea de tu agrado. No tengo más que ofrecerte, amiga ave», maulló con bondad.

     ¿Un gato siendo amable? No me lo creía. 

     Pero es que Charly no era un gato del todo. Era un ángel encarnado en un cuerpo pequeño y peludo.

     «Esta comida está fatal», fue lo que dije al escupir una pieza de lo que había robado. No fue una acción para nada simpática de mi parte. «Pero agradezco tu caridad».

     Me sonrió, tan alto que sus ojos se arquearon.

     Algo tenía ese pequeño ser. Algo que no podía descifrar. Me di la media vuelta, extendí mis alas y eché a volar. En lo alto, escuché maullar un:

     «Siempre serás bienvenida en este hogar, amiga». 

     Creí que jamás volvería a verlo. Pensé que jamás regresaría. Me obligaba a creerlo y convencerme de ello. Pero volví. A la siguiente noche reaparecí en su hogar, a la misma hora. Allí estaba él, sentado, mirándome con sus ojos afables cuyo verde me recordaba a la esmeralda. Eran tan bellos, una ventana abierta a su interior y enigmáticos a la vez. Jamás podré describir lo que me hacían sentir cada vez que los miraba.

     De nuevo, me ofreció su comida. Tragué el alimento, y esta vez, su sabor no era peor.

     No hubo palabras; sólo miradas. Su rostro reflejaba paz, serenidad y amabilidad.

     Emprendí el vuelo y me alejé. 

     Al siguiente día regresé y fue exactamente lo mismo. Y así, cada noche de agosto hasta que el mes terminó.

     Una noche de septiembre volví a esa casa de puerta abierta, y allí estaba el gato. Una vez más, me invitó a degustar su alimento. El sabor desagradable había desaparecido. No sé si era costumbre o sólo era por su compañía. Cada vez se me antojaba más quedarme.

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⏰ Son güncelleme: Jan 02 ⏰

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