- DONDE ELIZABETH CANDY MILLER SIEMPRE ha vivido con los traumas de su pasado acechándola, razón por la que su padre la acabó internando en un psiquiátrico durante algo más de un año en Italia. Cuando tiene 13 años, vuelve a vivir con sus padres y s...
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Rodé los ojos e ignoré el comentario de mi hermano. Llevaba todo el maldito verano de un humor que me sacaba de mis cabales. No parecía haberse tomado bien el hecho de que la magia existiese y de que yo fuera una bruja, y estaba acabando con mi paciencia. Me sentía tan sola en mi propia casa. Mi padre nunca había sido el más comprensivo, ni mi madre la más amable, pero, al menos, siempre había tenido el apoyo y el amor de mi hermano, Max. Ahora sentía que únicamente me repudiaba, lo pensé desde el día que el profesor Longbottom se presentó a mi casa, pero cuando volví a casa para las vacaciones de verano, luego de casi un año, esperaba que su enfado se hubiese enfriado. La respuesta fue un claro no. Mi hermano parecía odiarme y repudiarme a partes iguales y cualquier rastro de amor o cariño había desaparecido.
Ni si quiera quería invitarme a su boda.
Solamente tenía que sorportar lo que quedaba de tarde y a la mañana siguiente me dirigiría a Hogwarts por fin para iniciera mi quinto año, o bueno, segundo. Había pasado todo el verano comunicándome con las personas de Hogwarts, pero solo habíamos podido quedar en un par de ocasiones, por lo que los echaba de menos demasiado.
Me acerqué a mi teclado y lo encendí, colocando los cascos sobre mi cabeza para no molestar a nadie y para que nadie me molestase a mí. Cerré los ojos y me dejé llevar. Si había algo que me relajase y me ayudase a desconectar, eso era la música. Creo que no exageraba si decía que la música me había salvado la vida en más de una ocasión. Tareé las letras de alguna de las canciones pop que había aprendido y lo di todo en las obras clásicas que mi padre tenía tanto afán en que aprendiera, y eché de menos la banda. Si tocar música sola me relajaba, descargar toda mi energía y tener una banda respaldándome lo hacía 10 veces mejor.
Noté un golpe en mi espalda y pegué un bote.
—¿Jace? —murmuré sorprendida—. Idiota, me asustaste. ¿Has vuelto a entrar por la ventana? —le pregunté con tono acusativo. Sonrió inocentemente.