Capitulo 2; una sola mirada

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La luz del sol se colaba por la ventana de la zapatería, marcando un nuevo día

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La luz del sol se colaba por la ventana de la zapatería, marcando un nuevo día. Gabi y Sabri habían conseguido lo impensable: me convencieron de abandonar la comodidad de la tienda y explorar el mundo exterior. Al salir, la brisa marina nos envolvió, anunciando una tarde de emociones inesperadas.

Mientras caminábamos por las transitadas calles hacia la plaza central, la agitación se hacía cada vez más evidente. Un gentío corría en dirección al puerto con ansias y desesperación. Entre las multitudes, se escuchaban vítores y exclamaciones alegres, mezclados con el rumor de los barcos que atracaban.

Nuestros pasos se apresuraron hasta llegar al borde del muelle, y entonces lo vimos: familias reunidas, abrazos con lágrimas, risas y alegría. Los marineros regresaban a casa, finalmente, y el aire se llenaba de un palpable alivio y felicidad.

El puerto era un torbellino de emociones, pero en medio de todo, algo llamó mi atención. Entre las figuras que descendían de los barcos, se destacaba un hombre imponente: Sebastian Ravenscroft, el coronel. Su presencia eclipsaba el bullicio, y mi corazón latía con fuerza.

La energía del puerto era embriagadora. La algarabía de las familias reunidas, los marineros que volvían a tierra firme, y en medio de todo, estaba él, el imponente coronel Ravenscroft.

Gabi y Sabri se sumergieron en los cotilleos animados sobre las familias y los marineros, pero yo, con la mirada fija en ese hombre que parecía llevar una coraza impenetrable, me quedé estática. A pesar de la multitud y el bullicio, nuestros ojos se encontraron brevemente, como si una corriente invisible nos uniera.

Los tres nos acercamos, cautelosas entre la muchedumbre, y me sorprendió la rapidez con la que mi pulso se aceleraba. Él estaba rodeado de otros oficiales, saludando a los recién llegados, pero por un instante, pareció como si solo existiéramos él y yo.

El destello fugaz de sus ojos miel chocó contra los míos, y por un momento, quedamos atrapados en un silencio lleno de preguntas no formuladas. Gabi y Sabri, ajenas a mi fascinación momentánea, continuaban charlando emocionadas entre ellas.

La familiaridad de mi entorno, la ciudad y el puerto, se desdibujaron, dejando solo una figura imponente que parecía atraer mi atención sin esfuerzo alguno. Los barcos continuaban atracando, los marinos se reunían con sus seres queridos, y yo me encontraba absorta, intentando comprender por qué su presencia resonaba en mí de una forma tan inesperada.

En medio de la conmoción por la llegada de los barcos, mi madre y Fran en el puerto eran una sorpresa total para mí. No sabía que regresaban hoy, lo que explicaba por qué Gabi y Sabri insistían tanto en que saliera de la zapatería.

—Olivia, ¡ven con nosotras! Va a ser un día inolvidable, ¡te lo prometo! —Gabi había presionado para convencerme de dejar la tienda y unirme a ellas.

En ese momento, la llegada inesperada de mi madre y mi hermana menor, Franchesca, a quien todos llamábamos Fran, me dejó atónita. Era un giro que no había anticipado, y me llenó de alegría verlas. Quizás mis amigas sabían más de lo que me habían contado.

En medio de la multitud, una ráfaga de emoción me sacudió cuando vi a mi madre, mi ancla en estos tiempos turbulentos, dirigiéndose hacia mí con los brazos abiertos. El corazón me dio un vuelco, y por un momento, olvidé todo lo demás, la mirada del coronel, las chicas, incluso mi propio nombre.Corrí hacia ella, dejando atrás por un instante el magnetismo inexplicable que me había mantenido cautiva. La calidez de sus brazos me envolvió, y en ese abrazo, parecía desvanecerse toda la pesadez que había cargado desde la tragedia que marcó nuestras vidas.  —¡Oh, querida! —dijo mi madre con alivio y alegría genuina en sus ojos—.
— Te he extrañado tanto, Olivia. Pensé que no llegarías a tiempo.
—Siempre llego a tiempo para ti, mamá —le aseguré, sintiendo el peso de la gratitud en cada palabra. Miré hacia las chicas, que seguían cerca, entusiasmadas y haciendo gestos alegres.
—¡Lo hicimos! ¡Logramos sacarla de esa zapatería, señora! —Gabi gritó, emocionada, mientras Sabri sonreía, moviendo las manos con énfasis. Mi madre, una mujer de gran fortaleza, no pudo evitar reírse por la efusividad de las chicas.
—¿Las encantadoras amigas que te mantienen sana de espíritu, Olivia? —dijo mi madre con una sonrisa, señalando hacia Gabi y Sabri.
—Sí mamá, ellas mismas. Son un alboroto, pero no sé que haría sin ellas —respondí, con una sonrisa cómplice. Mientras nos reíamos, escuchamos el estruendo de la llegada de los barcos, anunciando la conclusión de una jornada para algunos y el inicio de otra para muchos más. La multitud se agitaba con entusiasmo, los saludos, los reencuentros y los abrazos colmaban el ambiente. Era un cuadro vibrante de la vida cotidiana que se reanudaba, pero mi atención, inevitablemente, volvió a desviarse hacia él, el coronel, que ahora estaba inmerso en su propia bienvenida, rodeado de colegas y marineros.

Mientras mi madre y yo continuábamos nuestro emotivo reencuentro, las chicas se unieron a la conversación.

—Sra. Thompson, no sabe cuánto las ha extrañado Olivia. —dijo Gabi con sinceridad.

—Mis disculpas, señora, por toda la conmoción que hemos causado al llevar a vivir a Olivia con nosotras. Pero, créame, fue por una buena causa. Necesitaba salir y vivir un poco —añadió Sabri, intentando tranquilizar a mi madre.

—No se preocupen, chicas. Aprecio el amor y el apoyo que le brindan a mi hija. Estoy agradecida de tenerlas en la vida de Olivia —respondió mi madre, sonriendo con gratitud.

Justo en ese momento, mi hermana menor, Francesca, apareció corriendo hacia nosotros. Con ojos llenos de inocencia y un brillo juguetón, se abalanzó sobre mí.

—¡Olivia! ¡Hermana mayor! —exclamó Fran, como la llamábamos cariñosamente.

La levanté en mis brazos, abrazándola con fuerza. La sonrisa de Fran iluminó mi mundo y, por un momento, me sentí completa.

—Hola, pequeña hermanita. Te extrañé mucho —le dije, disfrutando de la conexión especial que solo las hermanas compartíamos.

Mi madre observó la escena con ternura, y las chicas se unieron a saludar a Fran, haciendo que la atmósfera estuviera llena de risas y alegría.

—Bueno, ahora que estamos juntas, ¿por qué no vamos a dar un paseo por el puerto? —sugirió mi madre, mirando a todas con entusiasmo.

—¡Sí! ¡Un paseo sería perfecto para ponernos al día! —respondió Gabi, entusiasmada.

En medio de la conmoción del puerto, nuestros ojos se encontraron por un instante. Una chispa de reconocimiento fugaz pareció brillar en su mirada, algo que no pude descifrar del todo. ¿Había algo más allí? ¿Algún recuerdo remoto que se asomaba tímidamente? Sacudí mi cabeza, apartando esos pensamientos y centrando mi atención en la conversación con mi madre y las chicas. Sin embargo, algo en esa mirada del coronel quedó suspendido en mi mente, una sensación de familiaridad que aún no lograba comprender.

Así, dejando de lado la atmósfera de la zapatería atras, al menos por un rato, y nos sumergimos en la animada actividad del puerto. Mientras caminábamos entre la multitud, no pude evitar sentir que este encuentro con mi familia y amigos marcaría el comienzo de algo nuevo, algo que quizás ni siquiera podía imaginar. Y, entre la agitación del puerto, mi mente volvió a vagar hacia el misterioso coronel Ravenscroft, preguntándome si nuestro destino estaba destinado a cruzarse una vez más.

 Y, entre la agitación del puerto, mi mente volvió a vagar hacia el misterioso coronel Ravenscroft, preguntándome si nuestro destino estaba destinado a cruzarse una vez más

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