Uno: La chica que escribía en la cafetería.

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  La mira con desdén al tiempo que alza la voz con un tono grave de frustración.

      —Conmigo jamás has hecho eso —sus palabras suenan tajantes y se sienten como punzadas en el pecho. —De hecho, conmigo nunca has hecho nada de lo que haces con ella —concluye con un nudo en la garganta.
      —Eso no es verdad —su voz suena entrecortada y nota los ojos húmedos al instante.
      —Sabes que sí —

  Lo siguiente que escucha tras la respuesta es un portazo que hace temblar las paredes del salón y acto seguido un silencio que provoca un terremoto de sensaciones dentro de su cuerpo.
Se hace un ovillo en el suelo, colocándose la capucha de la sudadera hasta casi taparse toda la cara, como si quisiera desaparecer del universo por un instante. Llora por un buen rato y se deja llevar por la sensación de tristeza que la invade.
Sí que es verdad que todo lo que hace con ella no lo ha hecho nunca con nadie más, o quizás sí que lo ha hecho, pero no del modo en que lo hace con ella.

Ella es especial y siempre lo ha sido.
Y le duele el corazón al pensarlo porque jamás ha podido reconocerlo, ni siquiera en lo más profundo de su ser, no se había atrevido a reconocer que aquel sentimiento tan fuerte que la invadía cada segundo del día, era amor. Y era amor puro.

El invierno pasado.

  Después de un intenso repaso frente al espejo, Violeta decide que está bien así. Ha pensado largo y tendido si pintarse los labios o no, y al final ha decidido pintarlos de un tono morado oscuro que hace que le resalte la mirada. Antes le encantaba ese color, le hacía sentirse hermosa. Ahora ya no le da esa sensación.
  Hace un día terrible en Londres, lluvia, nubes negras que hacen que parezca que aún es de noche y hace mucho frío.
  A Violeta le encanta el frío, el clima de Inglaterra en general le parece maravilloso. Le habían advertido que se aburriría de ver nubes y de la humedad pero lo cierto es que desde que está allí, se ha sentido mejor que nunca. La humedad no le gusta particularmente pero la puede aceptar de buena gana dado que tampoco le supone un problema.

  Se coloca un gorro de punto blanco y una chaqueta abrigada gris oscuro. Se vuelve a mirar al espejo y sonríe, su ropa hace juego con el ambiente de fuera. Lo que más destaca son sus labios morados.
  Al salir a la calle, una ráfaga helada la golpea y se mete las manos en los bolsillos para guardar calor.
  Su plan es tomar un café y dar una vuelta por el centro de Londres. Solo lleva tres días en Inglaterra, pero siente como si llevara toda la vida allí. Mientras camina por la acera, se percata de que puede ver su respiración en forma de humo abundante y sonríe. Hace mucho que no se fija en ese tipo de detalles.
  Pasa por al lado de una de esas cabinas rojas tan icónicas y se le ocurre hacerse una foto.
No la subirá a ninguna parte, pero la hace de todos modos.

  La foto queda preciosa, se percibe el intenso rojo de la cabina en contraste con el morado de sus labios, su piel canela y su cabello rojizo.
Se da cuenta de que podría haberse puesto unas gafas y se dice a sí misma que al día siguiente repetirá la misma foto con un outfit apropiado.
Tras caminar un buen rato y empaparse de la llovizna y del ambiente londinense, Violeta piensa que no le importaría vivir ahí para siempre.
Allí nadie la conoce, no tiene obligaciones, podría empezar de cero. Pero no puede.
Solo está de vacaciones.

  Llega a un café de apariencia victoriana y llama su atención de inmediato. Al entrar la envuelve el calor de la calefacción que debe llevar encendida desde muy temprano, un intenso olor a café recién hecho y el aroma de algo dulce y frutal. Se sienta en un sillón de cuero qué hay cerca de una ventana desde donde puede ver la calle y se quita la chaqueta. Hay música clásica sonando de fondo y cuando está intentando descifrar qué canción suena, se le acerca una chica menuda con un delantal turquesa que le toma nota.

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