Cuatro

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En su cabeza, aquello había sido una buena idea.

Un sky bar bonito, un par de copas y toda la ciudad de Barcelona, prácticamente, a sus pies. Claro que Chiara a veces era una persona bastante despistada y no contó con que en un día de enero podría hacer bastante frío para un plan así. Además: estaba empezando a lloviznar. Se sintió un poco absurda; lo había estado pensando durante días y le daba rabia que todo no fuera tan perfecto como ella lo había imaginado.

Violeta, sin embargo, lucía una sonrisa idiota en los labios, como si estuviera encantada.

—Vamos a ese sofá, que está debajo de la pérgola y así no nos mojamos. Qué bonito, Chiara. Qué sitio tan increíble.

—¿Te gusta?

—Claro que me gusta. Y aquí arriba no hay ni un alma, es muy especial tener una terraza entera para nosotras, aunque no haga tan buen tiempo. Ven; aquí hay mantas —Chiara se sentó en el sofá que Violeta estaba indicando y, sin esperar más, se tapó con aquella manta, dejando sólo a la vista sus ojos. Violeta rió—. ¿No vas a compartir?

—Ay sí, perdón.

Se pegó demasiado. Su perfume inundaba todo el ambiente y Chiara pensó que como la tuviera tan cerca durante toda la noche iba a acabar desmayándose. Le dio un sorbo a su copa de vino. Una botella de vino blanco estaba llamada a ser el complemento perfecto.

Por lo menos, se le pasaría la vergüenza. Aunque cada vez que la miraba y sentía los ojos felinos de Violeta respondiendo a su mirada, su estómago daba vueltas y tenía que apartar la mirada, con las mejillas quemando.

Violeta, totalmente conocedora del efecto que estaba teniendo en la otra chica, sonrió y se dedicó a rellenar las dos copas de vino. Cuando volvió a caer en el sofá, ya estaba lloviendo con intensidad y Violeta aprovechó para taparlas más, como si de verdad tuviera la necesidad de salvaguardarlas del frío.

—Abajo hay un chico tocando la guitarra —dijo Chiara—. Es un ambiente súper relajado, siempre he pensado en lo guay que sería tocar en este bar.

—¿Tocas la guitarra? —Chiara asintió—. A mí me encantaría aprender.

—Eso podemos negociarlo.

—¿Ah, sí?

Se removió en aquel vacile. Oh, Violeta la tenía absolutamente en el punto en el que quería. De todos modos, intentó salir de aquella situación, que sin duda era demasiado.

—Lo decía porque, si tienes frío, siempre podemos bajar.

—¿Tú quieres bajar? Porque yo estoy muy cómoda aquí.

Chiara sonrió. La verdad es que estaba súper cómoda; su brazo rozaba el de Violeta y, por lo que fuera, ella no sentía nada de frío, aunque tuviera la nariz congelada.

—No. Estoy bien aquí.

—Bien.

De repente, notó cómo un dedo de Violeta jugaba con su mano, debajo de la manta. Tragó saliva y la miró: Violeta tenía las mejillas enrojecidas y por un momento Chiara pensó que tenía el control de la situación, que podía ser ella la que llevara las riendas.

Así que hizo lo que verdaderamente quería hacer: preguntarle cosas. Interesarse por ella.

—Estás estudiando periodismo, ¿verdad? —Violeta asintió, contenta por descubrir que Chiara también se acordaba de los pequeños detalles—. ¿Y qué tal en Barcelona?

—Uhm... diferente. Granada es mucho más pequeño; allí conozco a prácticamente todo el mundo y la experiencia universitaria también es diferente porque sabes que en cuanto te gradúes vas a acabar trabajando para los tres o cuatro sitios de siempre: o para el equipo de comunicación del equipo de fútbol, para la tele de Granada o para algunos festivales. Al venir aquí se me ha abierto un mundo y, bueno, aunque algunas clases me las vayan a dar en catalán y me vaya a costar la vida adaptarme, siento que por primera vez en la vida puedo elegir yo.

A Todas Las Versiones De MíWhere stories live. Discover now