De amor y piel

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En casa de Lola y Armando nadie parecía tener razón, pues las peleas eran constantes en la pareja. A veces, incluso se olvidaban de que sus hijas podían escucharlo todo, pues, debido al confinamiento de 2020, el encierro había agravado los problemas de convivencia de muchas familias.

Para Armando, los días no pasaban. Cuánto odiaba discutir... Esa noche, sus hijas ya dormían, y Lola también. Acostado junto a su mujer, Armando no paraba de dar vueltas, ya que no hacía ni veinte minutos que habían vuelto a pelear.

—¿Cómo es posible que se duerma tan rápido? ¡Qué poca vergüenza!

Pese a la oscuridad de la habitación, Armando pudo entrever el rostro de su mujer en la penumbra. Las cejas perfiladas sobre largas pestañas, sus facciones angulosas y su largo cuello... Lola seguía tan bella como cuando se conocieron hacía más de treinta años. Un largo periodo que había dejado en ambos un buen número de canas y arrugas. Marcas, que él entendía como cicatrices de las batallas que habían luchado; a veces juntos, a veces en bandos opuestos.

De pronto, un tímido eco de su viaje de bodas le dio un instante de paz: «Cuba, un baile... Espera, ¿en qué año fue?». Armando no lo recordaba. Cuba era un destello que casi le parecía ajeno, como si recordara la escena de una película que había visto en el cine. Lanzó un suspiro y pensó en que solo quería colgar el cartel de THE END a su relación. Pero eran malos tiempos hasta para divorciarse.

—Joder, Lola...

Armando se levantó y caminó hasta el baño. Encendió la luz y se lavó la cara de mala gana. Cuando terminó, vio la bañera a través del espejo y sintió ganas de meterse en ella, aunque sabía que el agua no podía limpiar su corazón embarrado.

—Hijo, ¿puedes venir un momento?

Carmen lo saludó, apoyada bajo el quicio de la puerta. En las venas de su hijo, la sangre se congeló, pues hacía más de diez años que su madre había muerto.

—Anda, ven al salón —dijo, con dulzura, alejándose por el pasillo–. No tardes.

Armando no se lo podía creer. Se pellizcó varias veces, volvió a lavarse la cara y, cuando se convenció de que no estaba soñando, salió del baño y siguió los pasos de su madre.

En el salón también estaba Félix, su padre.

—Hola, hijo.

Tras la muerte de Carmen, él no había tardado en acompañarla.

—Buenas noches, y perdona las horas.

La voz de su padre trajo a su memoria infinitos recuerdos: de niñez, de adolescencia... Armando no sabía cómo encajar que ahora, en pleno 2020, ahí estuvieran los dos, vestidos como los protagonistas de una elegante película de los años cincuenta.

Al verlos en una actitud tan apacible y cotidiana, Armando sacó toda la pena que llevaba dentro y empezó a llorar. Preocupados, Carmen y Félix se acercaron para consolarlo.

—Ven, cariño —le decía ella, acariciándole el pelo—. Tenemos poco tiempo.

El llanto de Armando era cada vez más intenso. Los echaba tanto de menos...

—Siéntate aquí con nosotros, ¿te parece?

Armando hizo caso a su padre y se dejó caer en un sofá del salón.

—Bueno... pues aquí estamos —dijo Félix, nervioso, mientras se sentaba en una butaca frente a su hijo y al lado de su mujer—. Como si el tiempo no hubiera pasado, ¿qué te parece?

Un intenso olor distrajo a Armando por un momento. En la mesa principal de la estancia, observó que ardía una humeante varilla de incienso de tonalidad azul claro.

Relato: De amor y pielWhere stories live. Discover now