Capítulo 12 (+18)

85 9 4
                                    

La ropa no era diferente. Minho no sabía por qué había esperado que vistiera algo parecido a lo que llevaban en la lucha libre. Al contrario, Hyunjin era muy discreto y la gama cromática apenas se salía del blanco y negro. 

Le miraba de reojo mientras frotaba los platos con la esponja. Estaba húmeda, fría y resbalosa, como si se utilizara poco y el moho acampara a sus anchas. Pero quién era él para juzgar. Tampoco tenía expectativas de volver a necesitar comer de esa vajilla.

—¿Ya estás?

Hyunjin terminaba de abrocharse el cinturón y guardó algunas cosas en los bolsillos.

—Vamos justos de tiempo.

Minho se secó las manos en un trapo y simplemente le siguió. Ni tan siquiera se había quitado el abrigo al volver. La puerta crujió detrás de ellos al cerrarse y juraría que pudo escuchar al vecino suspirar de alivio al verlos salir. No le culpaba, estaba siendo un día de todo menos tranquilo. Incluso para un dios.

—¿Está muy lejos?

—No mucho.

Guardó las manos en los bolsillos. Dio por hecho que irían andando. Ojeaba los alrededores, inquieto. Era una zona horrorosa, olvidada de la civilización. Las manchas de la carretera nadie podía distinguir si eran grasa de motor o sangre seca. 

El silencio era tenso, como la calma de un bosque sin un solo cantar de algún pájaro risueño. Se sentía observado. Cada zancada le acercaba más a algún depredador que calculaba sus pasos esperando el momento adecuado. Odiaba esa sensación.

Siempre era él quien tenía el poder. En ese instante, ellos dos eran las criaturas más poderosas del barrio, incluso quizá de la ciudad. A no ser que hubiera algún otro dios buscando un poco de chispa en la vida. Sin embargo, tragó saliva. No escuchar absolutamente nada era demasiado incómodo.

—En un par de calles hay que girar.

Minho asintió. Cada vez había menos fanales y la oscuridad se volvía densa. Los edificios, lejos de ser altos y contener multitudes aglomeradas en departamentos minúsculos, se volvían bajos y anchos, como naves industriales. Tenían ventanas, todas del mismo tamaño, unas al lado de las otras y con una única entrada lo suficientemente grande para meter un camión.

No había ni un alma. Hasta que, después de adentrarse durante varios minutos en aquel polígono industrial, de una de las naves vieron que surgía luz. Intensa y de colores. A cada paso, la música era más fuerte, aunque permitía hablar.

—¿Estás seguro que tienes que hacer esto?

Minho frenó, tenía ganas de dar media vuelta. Algo no le gustaba, sentía que eso estaba mal.

—Si no voy, vendrán a buscarme. 

Levantó los hombros y siguió andando.

—Ya te has dado cuenta de que saben donde vivo.

—Como quieras...

Susurró y echó a andar de nuevo. No le hacía ni pizca de gracia la sensación que salía de ese edificio. El ladrillo naranja sin pintar, las puertas metálicas cubiertas de óxido y las ventanas a medio abrir, prácticamente opacas por el polvo. Ese lugar estaba abandonado de la mano de nadie, incluso de los dioses. Iba a ser el primero en entrar en mucho tiempo.

El fogonazo de luz al abrirse la puerta dio paso a un hombre alto y corpulento. Su sonrisa amable empujaba las mullidas mejillas y creaba arrugas que delataban su edad. Sus ojos eran pequeños y se perdían en la redondez de su rostro. 

—¡Hyunjin!

Le abrazó, ajeno al dolor que provocaban sus brazos al rodear el magullado cuerpo. Minho achicó los ojos y frunció el ceño. Hyunjin no se quejó.

Quiet and loud - HyunhoWhere stories live. Discover now