La corrupción del ángel

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Sentado frente a la mesa, Fiódor paseó su mirada de la pantalla que se mantenía oscurecida desde hacía un minuto o dos a Sigma que había inclinado la cabeza sin parecer observar ningún sitio en particular. Con la caída de su cabello como una cortina a ambos lados de su rostro, Fiódor ya no fue capaz de observar su expresión, pero sonrió a medias, deleitándose secretamente, con las manos entrelazadas frente a sí, cubierto con su habitual traje blanco.

Entrecerró los ojos.

Quizá no tuvo sentido alguno haber considerado aquello como una reunión propiamente dicha. Por el contrario, había sido un despropósito. De los dos del grupo que tenían que haber escuchado su tarea, uno estaba más bien perdido en sus pensamientos y el otro brillaba por su ausencia. Aun así, Fiódor no tenía por qué pensar que incumplirían su parte del trato. Hasta el momento, su trabajo los respaldaba. Eran sádicos y eficientes. En suma, lo único que podía importarle.

Miró la pantalla.

Tanto Kamui como su herramienta se habían marchado habiendo declarado que no había otra manera de comenzar aquello si no era con el anuncio de cinco muertes proféticas, dignas de una organización terrorista como La Corrupción del Ángel. Y, siendo así, tampoco se vio importunado cuando en el discurso parecía que su papel como arquitecto había sido reducido al de un mero comentador.

¿Quién si no él, un demonio, habría conseguido elaborar un plan tan intrincado como ese? ¿Quién habría sido capaz de poner de forma tan simple y llana vidas humanas en la línea de fuego y hacer que todo ello pareciera estar dotado de un propósito divino?

—Lo haré —declaró Sigma tras aquel silencio prolongado. Su voz, aunque baja, salió con firmeza. Llegó a levantarse y así le mostró su rostro, embargado por las dudas que tendría que acallar.

A su vez, el aludido estiró la sonrisa, en la misma posición de antes.

—Lo sé —dijo en tono más bajo todavía—. Todos tienen una tarea que cumplir. Confió en que sea tal y como se ha pedido.

—Pero decidiré yo cuál haré.

—Haz lo que quieras —consintió Fiódor, levantándose. Miró a su compañero, por un instante dubitativo, aunque se aseguró de que su semblante se mantuviera carente de todo tipo de señal que lo delatara. Tenía que hacerlo mejor que todos allí.

O eso pensó.

—No quiero tener que discutirlo con Gógol —dijo Sigma, como si hubiera hurgado en lo más hondo de sí para traer a la luz la pregunta que había rondado por su cabeza una vez que llegó a la sala y no le vio—, pero no tendré más opción. ¿Dónde lo encuentro?

—A saber —respondió Fiódor, llevando sus pasos a la puerta, dispuesto a irse de allí. Se sintió ligeramente importunado. ¿Por qué motivo pensarían que tenía que saber él qué haría o qué dejaría de hacer nadie? Al final, poco era lo que podían tener en común y, si acaso lo pensaba, era más bien despreciable. Por si no fuera suficiente, había intercambiado una sola conversación y con ello le bastó para reclutarle a su causa. Era una de las tantas cosas que su jefe tendría que haber notado y temido.

—¿No te importa? Cada día pierde otro poco la cabeza.

—Si eso le permite hacer su trabajo, no tengo reparos.

Sigma también se alzó, plantando las manos en la mesa.

—Lo buscaré.

—Perderás tu tiempo. Aun si lo encuentras, él hará lo que le plazca. Haz lo mismo.

—Dentro de tus planes.

—Sí, dentro de los planes —concordó.

Se dijo que no tendría motivos por los cuáles intervenir en ese momento, de modo que, sin más, se marchó, dejando a Sigma ocuparse del debate interno que resultaba claro que mantenía desde días atrás, pero, de nuevo, aquello no era nada que pudiera preocuparle. Por otro lado, sus pasos terminaron por encaminarlo al último sitio que había esperado recorrer ese día y, sin duda, renegó de aquello para sus adentros.

Sabía bien que pasaría una temporada tras las rejas y, en tal caso, prefería optimizar el tiempo fuera, por mucho que lo destinara a permanecer en sitios que bien que podrían ser descritos como una madriguera o el agujero de una rata.

EL BUFÓNWhere stories live. Discover now