El encargo

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—¿Es aquí? —preguntó Sigma, deteniéndose delante de un edificio aún más deteriorado que aquel que les funcionaba de refugio. Se alzaba penosamente, en esa calle alejada de los comercios y la concurrencia. Los muros estaban gastados, así como la pintura que lucía ya desteñida casi en su totalidad. Cerca permeaba un penetrante olor a basura y orina.

—Es el número —dijo Nikolái sonriendo con esa expresión burlona más usual, aunque poco sincera. Sacudió con la capa la placa oxidada para comprobar que, en efecto, habían llegado a la dirección indicada por Fiódor.

—¿Por qué no probaste a usar tu habilidad? Nos habría ahorrado media jornada —se quejó Sigma mirando por dónde podrían colarse dentro. Todo el cuerpo le reclamaba la marcha, y el pecho lo sentía demasiado apretado y adolorido luego de forzarse a respirar el aire helado que no paraba.

—No puedo —repitió Nikolái por enésima vez. Solo entonces le mostró que había cargado con su bastón con el cual hizo palanca y así abrió la puerta sin hacer un mayor esfuerzo. La madera crujió y al entreabrirse la puerta miraron esa cueva extenderse sin que pudieran distinguir gran cosa dada la oscuridad. El aroma era menos intenso allí, pero de todos modos Sigma arrugó la nariz, percibiendo el hedor a humedad y polvo cuando se adelantó y entró.

—Ni siquiera lo has intentado.

—¿Qué sabrás tú, mi querido asistente? —dijo Nikolái, aparentemente inmune a la pestilencia del sitio puesto que no se cubrió ni torció el semblante. Cerró la puerta y anduvieron a tientas una vez que sus ojos terminaron por acostumbrarse a la penumbra. Nikolái llevó sus pasos a las escaleras comenzando a subirlas, escuchando que la madera chirrió bajo su peso.

—¿Por qué subes? Deberíamos ver si...

—Escucha, hay música —le dijo Nikolái acunando su oreja para enfatizar el gesto y pedirle que prestara atención—. Viene de arriba —aclaró subiendo.

En su sitio, temblando por el frío, Sigma supo que no le consolaba ir armado. Subió, sujetándose del barandal solo para sentir una gruesa capa de polvo desprenderse a su paso, ensuciándose. Llegó a escuchar la música. Era clásica, pero no habría podido decir quién era el compositor. Sus tres años habían estado reducidos a procurarse usar su habilidad de forma práctica. Había leído, sí, escuchado música también pero admitió que sabía más bien poco.

La larguirucha figura de Nikolái le bloqueó la vista hasta que se vieron en el cuarto rellano, volviendo a colarse en una amplísima habitación al forzar la cerradura. Esta vez, le ayudó a darle un empujón a la puerta. Se vieron en un cuarto empolvado y abarrotado de muebles.

Había una radio encendida, que seguía reproduciendo la música que ahora era claramente apreciable. Le dio la impresión de que Nikolái había tenido intención de apagarla pues se había vuelto en dirección a la radio, solo para verse interrumpido por la entrada de un tercero.

Salió a su encuentro un hombre flaco y demacrado, usando un traje que desentonaba con el resto del sitio. Aunque estaba sucio y arrugado a Sigma le pareció que la ropa era de buena calidad. Aunque se mostró serio en un principio, llegó a sonreírles profiriendo un sonido extraño. La mueca que formó le inquietó, tuvo que admitir Sigma, sintiéndose apabullado hasta que se recordó el motivo por el que habían ido allí.

Se aclaró la garganta.

—¿Iván Goncharov? —dijo Sigma, aunque sabía la respuesta. Sin apartar su atención por completo del otro, se giró a darle un vistazo a Nikolái. Lo halló en la esquina. Estaba demasiado quieto, pero no le dijo nada, en espera de hacer su petición. Su encargo.

—El mismo, ¿con quién tengo el gusto? —repuso Iván, hablando en ese tono extraño, casi artificial. Tenía aún una sonrisa torcida en el rostro que le daba un aspecto desagradable. Aun con la poca luz, Sigma atisbó cada detalle de su persona. Estaba seguro de que, desde luego, los hallaba inoportunos. Era palpable en el ambiente.

—Fiódor nos ha mandado a buscarte —empezó a decir antes de que se viera callándose frente a un repentino chillido del otro que llegó a extender la sonrisa y revolverse delante de ellos, entre extasiado y sobrecogido.

—Ah, ¡así que el amo Fiódor me ha recordado! —dijo en el mismo tono de antes, agudo y distorsionado, dándoles la espalda. Tenía puestas unas vendas en la cabeza que daban el aspecto de ser un gorro blanco—, finalmente voy a poder darle mi vida y mi fuerza. Claro que sí, lo había pensado todo como era de esperarse. Se aseguró de liberarme. Debo... debo devolverle todos los favores que me dio...

Sigma no dijo nada, a sabiendas de que no le habría prestado atención de hacerlo. Aun así, repasó sus palabras, habiéndose preguntado antes, ¿cómo es que se hallaba en libertad cuando todos los miembros de la Casa de los muertos habían sido apresados y por ende se desmanteló la organización. Aventuró que Fiódor pudo haber utilizado a los vampiros para sacar a quien considerara útil de prisión. O solamente a alguna otra persona. Él mismo apuntó que contaba con una red grande de aliados.

Que son solo herramientas. De todos modos, ¿qué más da? Está aquí delante y Fiódor lo necesita.

De nuevo, y mientras Iván no dejaba de parlotear solo, en medio de un arrebato de emoción, se giró a Nikolái que tenía un semblante ausente. Se acariciaba la nuca y el cabello corto, con los labios levemente apretados. Estuvo a punto de llamarlo, cuando sintió que se veía empujado contra la pared, cuando Iván le tomó por las solapas del abrigo y pegó su rostro al suyo.

—¿Dónde lo encuentro? ¿dónde está?

Sigma respondió a regañadientes y falto de aire, tratando de quitárselo de encima, forcejeando, una vez que vio que Nikolái no tenía intención alguna de intervenir. No dejaba de apretar los cabellos cortos, como si echara de menos la trenza. De hecho, no estaba seguro de que Iván hubiera reparado en él con lo callada que de pronto se había quedado. Él, por el contrario, no dejaba de repetir la misma pregunta, así como el nombre de Fiódor.

—Irás cuando te llame, no antes. Ahora mismo no te recibirá —le advirtió Sigma consiguiendo librarse del agarre del otro, apartándose hasta poner una distancia considerable entre Iván y su persona. Era cierto. Luego de haber colapsado en medio de la nieve, Fiódor había permanecido postrado en cama y solo había estado lo suficientemente lúcido como para darles un nombre y una dirección. Pero, ¿por qué hacerles ir a los dos? Era claro que pudo haber dado con Iván solo. Ni siquiera le habían tenido que buscar sino ir directos a su ratonera. Sabía bien dónde estaba.

Eso es...

—Si es lo que desea —dijo entonces Iván, enderezándose y recuperando la compostura.

Sigma le miró con recelo antes de que tirara de Nikolái para hacerlo moverse y sacarle de allí. Ya habían cumplido su tarea y les quedaba regresar, esperando esconder su apremio. 

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