Escrito #4

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E S C L A V A  D E  L A   G U E R R A

¿Quién diría que el demonio se sentiría atraido por un ángel encarcelado? A quien le arrancaron las alas. Fue encadenada a ser suya desde el momento que la vio y la encadenó a su lado por la eternidad. Y así Chesire la proclamó como suya en cuerpo y  alma, para posteriormente amarlo de la peor manera y así convivir con el demonio y adaptarse al infierno para así sobrevivir.

Lo único que puede escuchar son los sollozos de la plebe suplicando por sus vidas, por una oportunidad que es más que obvia que no recibirán. El olor a podrido y a sangre se impregna por todos los lugares más escondrijos de la ciudad de Catalina. El gran señor, el Lord, el supremo, la mano de Dios es quién se encargará de este genocidio. Con su espada derribará a cualquiera que se anime a enfrentarlo, obteniendo su propia muerte.
Casa por casa era derribada y cada habitante era despojado de su existencia, Chesire recorría cada lugar y clavaba su espada, sin importar si un niño o una mujer embarazada fuese quien la atravesaba el filo de su arma letal.

Muy a lo lejos había una vieja casona que le faltaba por visitar, se aproximó a paso firme a la dirección suroeste donde sus ojos se clavaron en ella y decidió entrar.
Las enormes puertas de madera se abrieron en un chirrido haciéndose escuchar por todo el hogar  alertando a la unica habitante. Una mujer  aproximadamente de 26 años, algo desnutrida y poco aseada, sin importar  su aspecto personal, al sacerdote Chesire le causo curiosidad, poseía una enorme belleza, poco peculiar en la zona. Todos son de piel oscura y ella claramente no encajaba en el esterioptipo de la ciudad. Es blanca como la luna, cabellos rizados y brillantes como el sol, ojos amarinos pero llenos de lágrimas y una expresión bañada en miedo. Chesire la examinó con detenimiento de pies a cabeza, se percato que sería un desperdicio si esa belleza fuese atravesada por la espada que lleva en sus manos.

—¡No me mate, por favor!— abriendo los ojos de par en par,  absorbida por el pánico.

El sacerdote se acercó a ella tomándola por el mentón, necesitaba jactarse de esa niña de más cerca fingiendo un carácter suave.

—¿Cómo te llamas?

No podía pronunciar su nombre, sintiéndose asfixiada por el olor a carmesí que emana del cuerpo de Chesire lo hacia verse más atemorizante.

Sabía que su fin había llegado demasiado rápido y le había faltado mucho que vivir y conocer, tenía grandes sueños y fueron truncados por el hombre que tiene enfrente.

Chesire guardo su espada y colocó las manos en la cintura de la chica para cargarla entre sus brazos y llevársela del lugar. Un diamante como ese era difícil de encontrar así que decidió guardarla como suya. Salio de la propiedad.

—¡Quemen el lugar y no dejen evidencia!— advirtió a sus subordinados, quienes obedecieron rápidamente.

—¿Aún no me dirás tu nombre?— Chesire clavó su mirada profundamente en la chica con símbolo de advertencia.

—Melissa Moon.

Chesire sonrió. —Tu nombre es algo cómico que parece irreal.

—No lo es,  jamás le mentiría— dijo entre sollozos. La chica desvío la mirada y observo la escena más triste que había visto en su vida. Hay sangre y fuego por todos lados, gritos y llanto. Podía escuchar gritos pidiendo auxilio, pues toda la ciudad de Catalina era atacada salvajemente, con crueldad y zaña. Había burlas entre los soldados, disfrutando de la tragedia agena donde su familia, amigos, conocidos y vecinos habían sido brutalmente torturados y asesinados, quemando y destruyendo todo a su paso e incinerado los cuerpos para tener una tumba sin nombre ni cruz para llorar para negar el derecho de velar y enterrar los cuerpos. Las voces de niños y mujeres pidiendo piedad  le taladraban los oídos suplicando un poco de clemencia que les fue desestimada. Cuando se dió cuenta todo había quedado en escombros y ceniza. No había sobrevivientes, sólo ella y todo se debía a su implorante belleza que hizo deslumbrar al temible Chesire. Sintiéndose culpable y egoísta de su propio ser.

Otros hombres también eran deslumbrados por la doncella, provocando su virilidad pero Chesire no permitiría que alguien tomara porque ahora su vida le pertenece.

—¡Quién se le acerque a esta mujer lo mató! ¡Entienden!— advirtió Chesire dando un enorme grito generando un eco donde la audiencia más varonil y fuerte se sentía vulnerable.

—¡Si señor! — dijeron los caballeros en unisono, haciendo reverencia.

Tomaron un largo viaje rumbo a la gran ciudad de Camelia. Cada noche fue tomada por el sacerdote siendo violada sin reparo, de manera tan inhumana con actos impuros que un ser de Dios no puede realizar. Por los días podía sentir las arqueadas  perforando sus entrañas que el depredador le propinaba era tan grotesco mirar aquella escena, con la deshonra de perder su virginidad  incluso cuando dormía, sintiendo que su corazón dejaría de latir en cualquier momento, anhelando la muerte más que la vida, ya no tenía nada más que ofrecer a Chesire parecía no importarle su seguridad o su cansancio porque él continuaba saciando sus necesidades básicas hasta quedar agotado y vacío dentro de sus entrañas.

Los pecados de Chesire (Relatos Eróticos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora