Draco fue educado para ser el heredero del conde Malfoy, pero el destino truncó los planes y su condición de doncel lo orilló a un segundo plano, quedando un futuro marcado por un matrimonio arreglado y la honrosa obligación de portar en su vientre...
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—¡Draco!
Ginevra se ha aparecido entre unas rocas situadas a mi siniestra, la tez pecosa acalorada, el sol cayendo en picado hacia el mar.
—¡¿Colin ya ha tenido a la criatura?!
—No, ha empezado labor de parto.
Se sienta a mi lado y bebe sin permiso un buen trago de ginebra.
—¿Y vuestro esposo?
—Con su amigo, no quiere perderse el parto por nada del mundo. Mucho me temo que, después de mí y nuestros hijos, él y los suyos son los más queridos.
—Curad esas ampollas y no permitáis que el pasado os reconcoma.
—Lo dice la eminencia en persona ¿Eh? El que no se desliga del mar y estas rocas.
—Diferente caso. Que vuestro esposo lo cortejara antaño, sirvió para mucho, y yo ahí veo la mano de Dios.
—No tendría que haberos contado nada. Os he puesto en mi contra y cuando más os necesito, me recrimináis convencido.
—Haré honor a este momento de confesiones, diciéndoos que otros me contaron cosas…
—¿Cosas? Sus versiones, y os aseguro que no es lo mismo oírlo que vivirlo. Decidme dónde está ahí la mano de Dios.
—Aquello sirvió para que vos aceptáseis vuestros sentimientos callados, para que el esposo de Colin también lo hiciera.
—Y para que un doncel se viera doblemente cortejado.
—Os ama.
—No lo pongo en duda.
—Estaba confundido.
—¿Él mismo os lo ha dicho? ¡Tsk! No doréis el veneno, que se puede amar a uno y después a otro.
—No sois premio de consolación.
—De lo que sí sé que soy, es de ser la esposa de un carpintero.
—Colin lo es de un maleante.
—¡Sed compasivo! De un comerciante.
—Hermione de un tabernero.
—¿Y vos?
—Yo…
~•~
Poco importó querer pasar desapercibido, yo era la joya reluciente y codiciada de la velada, y a mi vera se encontraba el caballero más apuesto con sobrada diferencia, al menos, bajo mi distorsionado punto de vista.
Varias personas se acercaron a saludarme y preguntar por mi distinguido acompañante. Yo lo presenté en sociedad, él sonrió afable, pocas palabras cruzó, imitó mis gestos, levantó el mentón y se mantuvo aparentemente tranquilo.
