2. Verde

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La zona de cuarentena era todo lo aciaga que podía ser. Unas líneas imaginarias dividían la plaza principal según diferentes áreas de trabajo: a la derecha había una carpa en la que se repartían y sellaban las cartillas de racionamiento, seguido se podía ver una tablón de anuncios, luego una entrada a la zona de aislamiento, también un espacio repleto de muñecos de entrenamiento. De vez en cuanto aparecía un grupo de sus compañeros militares desfilando con el único propósito de ejercer ese espejismo de orden. Porque el caos en muchas ocasiones genera vida, y aquel lugar era todo lo contrario a ella.

60 minutos para el toque de queda.

La megafonía estaba a un volumen demasiado alto. Todo en aquella ciudad parecía estar predispuesto a causarle rechazo. Pero las opciones para sobrevivir se limitaban a pasearse por ese estercolero en el que una jauría de militares había decidido izar su bandera. Violeta no solo era parte de esos depredadores que decían ser la única forma de subsistencia para el ser humano. Ella era una mano ejecutora cuya voz propia había enterrado en un abismo de su consciencia. Se ha rendido al sistema. O al menos, en apariencia.

Y sin embargo, no había sido capaz de pegarle un tiro a la chica. 9008.

Si cualquier de sus compañeros de pelotón lo hubiera sabido, la que tendría un tiro entre ceja y ceja sería ella misma. La mismísima Diana le hubiera clavado un bisturí en el cuello si supiera que había dejado entrar en su enfermería a una posible infectada. Verde. El escáner les había regalado un día más en el que seguir viviendo aunque fuera a costa de hacerlo en un mundo enfermo.

Dejó la AK-46  en el centro armamentístico pero, como siempre, se guardó su pistola, la enfundó en la parte trasera de su cinturón. No todos podían disponer de armas una vez comenzado el toque de queda pero su rango sí se lo permitía. Se había acostumbrado a dormir con ella bajo la almohada. Aunque realmente no dormía, solo recordaba.

El pabellón de los iniciados era bastante desolador. Al principio no era así, desde luego. Los grupos de refugiados llegaban desde distintas zonas del país y ambos pisos se llenaban de conversaciones, reencuentros y esperanza. Antes de que la escasez de recursos convirtiera a la ciudad en una cárcel y a sus habitantes en déspotas y justicieros. Todo lo que queda de aquella época eran unas cuantas literas, un circuito de luz estropeado y un cartel sucio y roto que rezaba: "Nos volveremos a levantar".

Violeta rio con acritud al verlo. 

No le costó mucho encontrarla, apenas había tres personas esta semana. Todo un récord, pensó. Estaba sentada en la cama, con las manos envolviendo sus rodillas y la mirada perdida. Cuando se dio cuenta de que tenía visita, Violeta creyó ver el atisbo de una sonrisa.

— Iniciada 9008. Lectura de derechos y obligaciones según el estatuto NVL, módulo 2.

Violeta puso un pequeño dispositivo encima de la cama y le dio a un botón para que comenzase a grabar. Se mantenía erguida, con una mochila técnica a sus pies y los ojos fijos en una carpeta llena de papeles.

Odiaba el protocolo. De todas las cosas que el ser humano había perdido durante estos últimos meses, no entendía cómo no se había deshecho de la burocracia. Somos el animal más defectuoso de todos, se decía en muchas ocasiones a sí misma.

— No se permite la salida de la zona de cuarentena a ningún ciudadano. Las visados se otorgan solo a equipos de exploradores, técnicos medio...

— ¿Eres una exploradora?

Suspiró. No estaba entre sus planes entablar una conversación con ella. Solo quería hacer su trabajo, que acabase el día y volver a empezar otra vez como el autómata en el que se habçia convertido. Era mucho más fácil de ese modo.

Lo que queda de nosotras | Chiara y Violeta (kivi)Where stories live. Discover now