CAPITULO 4

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Aquella noche se celebraba una reunión con el general Calimbi. Telémaco esperaba a Mercurio, tamborileando con los dedos en la barandilla. Los trabajadores hacían rodar los barriles de un lado a otro. El chasquido de los mástiles contra el viento y las cuerdas resonaba en su cabeza como un eco, un tanto distante, al igual que las voces apresuradas de la tripulación.

—Agradecerás no tener que trabajar más como uno de esos muchachos de las bodegas.

La entusiasmada voz de Mercurio le sobresaltó, y entonces Telémaco sacudió la cabeza y se volvió hacia su amigo, que le sonrió divertido.

—Supongo que tú tampoco.

—No, pero soy mensajero y no sé qué es peor—suspiró Mercurio—. Por ello y porque he luchado mucho para ser lo que quiero ser, admitiré mi responsabilidad.

Telémaco abrió la boca para replicar, pero entonces su amigo se apresuró a tomar la palabra, antes de que pudiera decirle nada.

—Sé que tú juraste darle la noticia—titubeó Mercurio—. Pero soy yo quien debe hacerlo. No puedes evitar que el general no castigue a ninguno de los marineros. Me ha tocado a mí, y debo ser valiente.

La voz plagada de nerviosismo de Mercurio no demostraba todo ello, pero en sus ojos había una sinceridad que hizo a Telémaco pensar que lo haría de verdad; que la fortaleza de aquel chico se hallaba en lo más profundo de su corazón; que sería capaz de romper las barreras que se lo imponían. Telémaco sonrió, y palmeó con suavidad el hombro de su amigo. Después, terminó por abrazarlo con fuerza, sintiendo las manos de Mercurio temblar con levedad.

—En este mundo no hay lugar para la duda, Mercurio, y no siempre las decisiones correctas son las más fáciles.

Mercurio se separó de él y asintió, apretando los puños con fuerza esta vez.

—Debo honrar a mi familia, si supieras todo lo que han sacrificado porque yo esté aquí ahora.

Telémaco miró con determinación los brillantes ojos azules de Mercurio. Desde luego, si eso que decía su padre de que los ojos eran el reflejo del alma era verdad, vio algo especial en el alma de aquel muchacho.

—Respecto a tu familia, sé a lo que te refieres. Recuerda que no debes demostrarle nada a nadie, ni tampoco hagas nada por nadie si primero no lo haces por ti. Son cosas que aprendí cuando tenía tu edad, Mercurio, no quiero que cometas ese error.

Mercurio asintió.

—¡Vaya, Telémaco! Nadie necesita hermanos mayores teniéndote a ti.

Telémaco no pudo evitar sonrojarse, pasándose una mano por el cabello. Caminó al lado de Mercurio por la cubierta y bajaron las escaleras, nada más entrar escucharon cómo un jarrón se rompía, con un gran estruendo. Telémaco y Mercurio se miraron entre sí antes de enfrentar la imagen iracunda del general Calimbi, que apretaba las manos sobre los reposabrazos de su trono.

Mercurio se arrodilló con rapidez cuando vio a Briseida en el suelo, con una herida en su brazo.

—¿Estás bien, Briseida?

La joven se sonrojó con levedad cuando Mercurio acudió en su ayuda y la incorporó con cuidado, tocándola con sus dedos temblorosos.

—Estoy bien, Mercurio—gimió, tocándose el brazo.

—No te preocupes, no es peligroso.

El susurro de Mercurio hizo que Briseida se tranquilizara. Aun así, salió corriendo de la sala en cuanto pudo. No quería saber nada.

No fue hasta que cerró la puerta con fuerza que Mercurio se dio cuenta de que estaba rodeado de todos los asistentes en el banquete, y se ruborizó cuando vio cómo todos le miraban con cierto asombro y acusación a la vez.

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⏰ Last updated: Feb 08 ⏰

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