Pasado, arrepentimiento, presente, frustración, futuro, incertidumbre.
Aquellos eran los pilares que constituían las constantes que nadie jamás desea reconocer, sin que eso signifique que por eso alguna vez estas desaparecen.
La oscuridad que ellos...
Desde que despertó, desde que realmente despertó por primera vez—siempre escuchó voces.
Ruidos distorsionados, lamentos perdidos en el viento, gritos rasgados y palabras que se sobreponían las unas a las otras hasta volverse un todo y nada de promesas vacías. Sin objetivo, sin un mensaje que entregar.
Pero sin importar cuanto tiempo pasara, cuanto tiempo luchara por dejar esos momentos atrás—las voces no se detenían.
Ellas seguían tratando de alcanzarlo, de hacerlo recordar lo que fué.
Y entonces esas imágenes volvían.
En el inicio de todo, lo único que recordaba era cazar.
Destrozaban cualquier módico de calma y control que haya sido capaz de recoger en su ausencia en un frenesí que una y otra vez hacia que su visión se sumergiera en puro rojo.
Recordaba el fuego. El calor de la batalla.
Su estómago se volvía sobre si mismo y podía sentir la bilis surgiendo en un ardiente paso por su garganta, ácido creando un pozo en su boca para luego teñirse con su propia sangre.
Recordaba el dolor… Y las heridas a su orgullo.
El dolor era insoportable. Lo estaba quemando, pudriendo desde adentro.
Pero cada vez, lo único que hacia era soportar.
Y todo aquello que le fué arrebatado.
Su consciencia amenazaba con no regresar cada vez que se hallaba al límite, pero de alguna forma siempre lograba aferrarse a los últimos vestigios de su pasado. Aunque muchas veces se sintió al borde de arrojarlo todo por un precipicio, se mantuvo de pie.
No se había vuelto totalmente loco, no se volvería totalmente loco, él-.
Él no podía permitírselo, porque ese día, en la montaña de espadas que dió paso al final de su vida, una promesa se lanzó al aire.
Y eso es algo que no iba a olvidar jamás.
Eso es algo por lo que nunca los iba a perdonar.
Desde aquel ocaso, en la distancia, un hombre juró que le haría pagar al mundo por la tristeza que alguna vez vió correr en las mejillas de la persona que más amaba.
Ese día Add Kim murió lamentando su propia debilidad, ese día el Doom Bringer se hundió en el abismo que no pudo conquistar.
Y ese día, el Dios del Caos nació.
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