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Con el correr de los días, Clara iba acostumbrándose a la dieta de Enzo, a la cocina y sus utensilios. Por suerte le ofrecían todo tipo de electrodomésticos que le hacían la vida muchísimo más sencilla a la hora de cocinar. Podía picar, triturar o licuar cualquier cosa que quisiera.

Había días en los que Enzo no comía en su casa, sino en el club. A Clara le pareció raro que la contrataran cuando no iba a cocinar todos los días, pero, como siempre, intentó no cuestionarlo demasiado.

Cada uno de sus clientes habían sido distintos, algunos más extravagantes, otros más sencillos, pero todos, todos, diferentes.

La comida es algo único en cada persona, Clara podía preparar tres platos iguales y sus comensales, todos, encontrarían algo distinto en cada uno. Eso era algo que le gustaba de cocinar, el paladar de cada cliente.

Era una tarde lluviosa, como todas en Inglaterra, cuando Clara se dispuso a ir a lo de Fernández para preparar la cena. La casa no quedaba lejos de la suya, por lo que fue caminando con un paraguas tranquilamente. Pero entonces se levantó un viento furioso que le impidió el uso del mismo, por lo cual la lluvia empezó a mojarla.

Empezó a caminar más rápido, con la esperanza de que eso hiciera que se empapara menos, pero fue en vano. Cuando llego a casa de Enzo estaba completamente mojada.

El guardia le abrió la puerta, mirándola con cara de asco.

— ¿Te parece bien caer así? —dijo el hombre en inglés.

Clara lo miró con cara de pocos amigos, como si el hecho de llegar mojada lo hubiera hecho a propósito. Ignoro al guardia, entrando a la casa por la puerta de atrás, que daba a la cocina.

Esperaba no encontrarse a Enzo, dado que le daría mucha vergüenza que la viera llegar tan informal y, por mala suerte, apenas cruzó la puerta, del otro lado, la esperaba el jugador.

— Uh, estás toda mojada Clari, pasa —dijo Enzo, observándola de arriba a abajo.

Clara traía en su mochila el uniforme, que tenía pensado ponerse apenas llegara al lugar.

— No te preocupes, me cambio y estoy —contestó Clara, completamente avergonzada.

Apareciendo de algún lado, Enzo agarró una toalla y se acercó a Clara para ayudarla a secarse. Ella se quedó inmóvil mientras el jugador la envolvía con la misma, intentando darle calor.

— No hace falta que uses el uniforme, no sé por qué Juan te dijo que lo uses —le dijo Enzo a Clara, llevando la toalla al pelo de ella.

Con cuidado, Clara puso distancia entre los dos y le saco la toalla de la mano, intentando secarse la ropa por su cuenta.

— Esta vez voy a necesitarlo, así que no te preocupes.

Enzo le sonrió, alejándose de ella, dándose cuenta de la distancia que la chica había puesto. Quizás estaba invadiendo un poco su espacio personal.

— Sí, tenés razón —contestó él, un poco nervioso.

Clara se dirigió al baño de invitados con la toalla en la mano, secándose de a toques la ropa, pero era en vano, estaba empapada. Sacó el uniforme de la mochila, que estaba envuelto en una bolsa de nilón, cuidadosamente doblado y perfumado.

Se lo puso rápidamente y salió del baño. Del otro lado, Enzo la estaba esperando, con una taza de café en la mano. Clara lo miro extrañada, sin entender lo que estaba pasando.

— Pensé que te vendría bien algo caliente mientras cocinas —dijo Enzo, totalmente inocente.

Clara tomo el café de sus manos, aprovechando el calorcito que este emanaba contra sus dedos congelados. Pero se sintió incómoda, había un par de puntos que tenía que aclarar con el jugador.

𝓛𝓪 𝓬𝓸𝓬𝓲𝓷𝓮𝓻𝓪 | ᴇɴᴢᴏ ꜰᴇʀɴᴀɴᴅᴇᴢ | ᴄʜᴇʟꜱᴇᴀ ꜰ.ᴄ. | +18Where stories live. Discover now